Gastón Ramírez Cuevas.- A este primer festejo del año sólo asistieron los pocos aficionados que milagrosamente sobreviven en la capital del país. El grueso del público seguía de paseo, aprovechando a tope el último fin de semana de las vacaciones invernales.
Lástima, porque se lidió un gran encierro de la legendaria ganadería de Piedras Negras, misma que está celebrando 150 años de antigüedad en manos de la misma familia, cifra únicamente superada por los toros que pastan en Andalucía, en El Zahariche, los miuras.
¿Por qué digo que fue un gran encierro? Por un razón muy sencilla, porque vimos toros guapos, con trapío, bravura y mucha nobleza, algo que ya no ocurre casi nunca en plaza alguna.
Esta crónica es menester empezarla al revés, hablando del sexto toro.
El segundo del lote de Gerardo Rivera se llamó “Siglo y Medio” y fue un portento de alegría y nobleza. Rivera lo intentó todo: se fue a porta gayola para pegar el clásico farol de panza; quitó por aceleradas chicuelinas antiguas; invitó a sus colegas a poner los palos, y luego, con la muleta, se vio abrumado por el de Piedras Negras, el cual repetía con una clase espléndida. Ya lo dijo don Juan Belmonte: “Muchacho, ¡pídele a Dios que no te toque un toro bravo!”.
Los aficionados no tardaron en tomar partido por el cárdeno claro y al ver que el coleta tlaxcalteca iba a desperdiciar ignominiosamente al burel, de manera justiciera comenzaron a exigir el indulto.
El toro se pegaba él solo derechazos larguísimos y Gerardo Rivera no salía de su asombro. Por el pitón natural el magnífico cornúpeta desbordó al torero y a la hora de las manoletinas salvavidas el coro de “¡Toro, toro!” era ensordecedor.
Mucho se discutirá sobre si había que perdonarle la vida al pupilo de don Marco Antonio González Villa. Algunos opinaban que no había sido bravo en varas, mientras que otros decían que afortunadamente no le habían asesinado en el caballo. Aficionados respetables afirmaban que después de tantos indultos ridículos e inmerecidos, era más que justo que “Siglo y Medio” se fuera vivito y coleando de vuelta a casa, en tanto que algunos cabales se rasgaban las vestiduras y repetían que Rivera debía haber matado al toro sin miramientos.
Lo que todos los parroquianos alababan de manera unánime eran las embestidas clarísimas, largas y poderosas de “Siglo y Medio”. Hacia años que no veíamos a un astado meter los riñones de manera tan impresionante en cada arrancada.
Personalmente, siempre he dicho que todos los toros deben morir en la plaza de forma decorosa. No obstante, creo que este indulto en particular era indispensable porque el gran toro de Piedras Negras merecía haber caído en manos de un gran torero y, desgraciadamente, Rivera dista mucho de serlo.
No sabemos si el juez de plaza le dio algún trofeo simbólico al tercer espada. Lo que sí sabemos es que cuando Rivera daba la vuelta al ruedo con el ganadero, el respetable dejó bien claro que no aplaudió al de luces sino al señor González. También hay que señalar que en el momento en que Gerardo Rivera pretendió salir a hombros, el abucheo general le hizo recapacitar y marcharse a pie del coso máximo.
¿Qué más ocurrió durante el festejo? Pues que Angelino no aprovechó al que abrió plaza, un toro bravo, noble y digno de mejor suerte. Cuando José Luis quiso justificarse en el cuarto, no tuvo tela de dónde cortar, pues el bicho fue sosillo y deslucido. Lo rescatable de la labor del primer espada fueron algunos lances y dos otras pares de banderillas, mucho menos de lo que estuvo a su alcance.
“El Chihuahua” nos sorprendió gratamente al torear de capa al quinto, pegando suaves verónicas y recortes lagartijeros de excelente factura. Antonio García dejó que el segundo de la tarde, un toro fuerte y de hermosa lámina que humillaba con fe, se le escapara completo. La gente que acude a estas corridas no comulga con la zaragatera y así se lo hizo saber al Chihuahua.
El quinto no fue nada del otro jueves pero también se dejó meter mano, volviendo a descubrir las carencias taurómacas del diestro norteño.
Para terminar, le diré, querido lector, que el tercero de la tarde fue tan severamente picado que no pudo sostenerse en pie en el último tercio y tuvo que ser apuntillado lastimosamente.
Al abandonar el gélido embudo de Insurgentes, algunos aficionados aseguraban haber visto a Pepe Moros en el tendido, repitiendo hasta la saciedad su frase sacramental, ésa que dice: “Cuando hay toros no hay toreros, y cuando hay toreros no hay toros”.
Domingo 5 de enero del 2020. Decimoprimera corrida de la temporada de la Plaza de Toros México. Toros: Seis de Piedras Negras, muy bien presentados, con trapío y de juego variado. El primero y el segundo fueron aplaudidos en el arrastre. El sexto fue indultado.
Toreros: José Luis Angelino, al que abrió plaza lo pinchó una vez y luego le atizó un chalecazo artero: generoso silencio. Al cuarto lo pinchó tres veces y lo descabelló otras tantas: silencio tras aviso.
Antonio García “El Chihuahua”, al segundo le despachó de un pinchazo y una entera baja y contraria: silencio. Al quinto lo pasaportó de dos pinchazos, tres cuartos y dos golpes de verduguillo: silencio tras aviso.
Gerardo Rivera, el primero de su lote se echó porque lo masacraron en varas y tuvo que ser apuntillado sin que Rivera se tirara a matar: silencio. El que cerró plaza fue indultado a petición popular: vuelta con el ganadero y fuerte división de opiniones.
Entrada: unas tres mil quinientas personas.