Ponce_Utrera11Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 18 de enero del 2015. Décimo tercera corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Uno de Rancho Seco para rejones, manso pero se dejó. Siete de Teófilo Gómez, en realidad todos fueron mansos y carentes de trapío. El segundo de la tarde fue de dulce y mereció el arrastre lento. El que regaló Juan Pablo Sánchez fue patético. Varios bichos fueron pitados en el arrastre por su debilidad, su fealdad, su juventud y su bobaliconería.

Toreros: Emiliano Gamero (rejoneador), pinchazo y sartenazo a medio lomo. Salió al tercio.

Enrique Ponce, a su primero le mató a ley y le cortó dos orejas. Al quinto de la tarde se lo quitó de enfrente de un pinchazo y estocada caída: silencio.

Juan Pablo Sánchez, al cuarto del festejo le pinchó una vez y luego logró una gran estocada a toro parado: silencio. A su segundo le logró pegar una buena serie de pinchazos y un descabello: silencio. Regaló un octavo de la ganadería titular. A ese remedo de toro le asestó una entera traserísima y le corto una oreja bastante benévola.

Juan Pablo Llaguno confirmó su alternativa. Al primero de la lidia ordinaria le mató de media y cuatro golpes de verduguillo: aviso y el torero al tercio. Al séptimo le despenó de una estocada a toro parado: al tercio con fuerza.  

La entrada que registró hoy el coso máximo fue pobre, quizá unos 18 o 20 mil aficionados, si se considera que la presencia del consentido valenciano hacía esperar un lleno en numerado, mismo que no se produjo.

Ponce volvió por sus fueros, ya que a su primer toro le hizo un faenón de escándalo a base de enormes derechazos y remates torerísimos. Hay que ver cómo domina las distancias y cómo sabe torear para dentro cuando le da la gana, templando que es un contento.  El teofilito fue a más y se sobrepuso a su mansedumbre.

Don Enrique le entendió a la perfección y le pegó tandas de ensueño ajustado y elegante. Parecía que nos habíamos remontado a los meros noventas, cuando la tauromaquia del divo de Chiva era prístina y honesta. Después de dar cátedra y gustarse en largos muletazos, Ponce se tiró por derecho y cobró una estocada exponiendo: la algarabía popular (en este caso indiscutible) le otorgó dos premios de verdad. Yo mismo, un agrio detractor de don Enrique, le aplaudí con fruición y enarbolé mi pañuelito blanco para pedir una oreja.

En el segundo de su lote la cosa perdió color. El animalito fue un asco y por más que Ponce fingió esforzarse, el asunto nunca remontó el vuelo. Bueno, consolémonos con lo que se dio. Vimos a un maestro reverdecer laureles y hacer cosas más importantes que las que nos ha regalado en Sevilla o Madrid en las últimas temporadas.

Haremos aquí una mención atípica: el rejoneador mexicano, Emiliano Gamero, sorprendió gratamente al respetable, clavando dos excelentes banderillas al quiebro  y montando con calidad a sus preciosos caballos. Si hubiera matado con acierto nadie le hubiera negado un apéndice.

Lo de más fue lo de menos por la falta de toros dignos de ese nombre.

Juan Pablo Sánchez porfió y templó porque tiene la onza, pero sus “enemigos” daban lástima. Regaló uno y sus partidarios le obsequiaron la oreja. Mas es necesario decir que entre el toreo intermitente de salón y lo que vimos en el ruedo de La México hay poca diferencia. Es decir, sin toro, sin peligro y sin emoción, la Fiesta se vuelve una farsa.

Por el estilo anduvo el confirmante, Juan Pablo Llaguno. Este niño tiene algo digno de tomarse en cuenta, a veces hasta pellizco y mucha transmisión, pero… Es obligatorio decir que Llaguno vale y que tiene hambre, que estuvo esforzado y que torea con pundonor, pero usted, querido lector, sabe que de buenas intenciones y de novillos engordados está plagado el camino al infierno.

Un día los flamantes matadores de toros entenderán que nada vale sin la bravura, que el que los fue a ver hoy no volverá la semana entrante.  Claro, ellos no eligen al ganado cuando alternan con figurones de allende el Atlántico, pero eso va a sepultarlos en vida. En esa tesitura, ambos Juan Pablos lograron espléndidos muletazos, largos como un día sin pan y elegantes como un cartel de Pedro Escacena, pero la emoción estuvo ausente.

Hagamos un balance imparcial del festejo:  Ponce escogió bien, tuvo suerte y se entregó, logrando un triunfo grande con sabor a nostalgia. A los otros dos el encierro les enseñó que, cuando tomen (si es que lo hacen) el relevo generacional, tendrán que volver a los orígenes y pedir toros bravos, no animalitos lastimeros. Ahí está como ejemplo Joselito Adame, el único mexicano que  sigue sumando tardes en Francia, España y México. Por cierto, recuerden que José Guadalupe Adame Montoya no fue contratado por nuestro sagaz empresario; todo porque –según dicen los enterados- pidió dinero y puso condiciones, entre ellas ganaderías más serias que la de los herederos de don Teófilo.

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