Morante_mexico2015Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 25 de enero del 2015. Decimocuarta corrida de la temporada de la Plaza México. Toros: Seis de Fernando de la Mora, ni uno bravo y casi todos anovillados. Ese ganadero manda siempre un muestrario enciclopédico de rumiantes sin fuerza y sin raza.

Toreros: Eulalio López “Zotoluco”, al que abrió plaza lo mató de buena entera a toro parado. El bicho cayó sin puntilla y le fue concedida una oreja bastante discutible. A su segundo lo liquidó de una entera trasera, desprendida y hasta perpendicular, misma que atravesó: palmas inexplicables para el torero.

José Antonio Morante Camacho “Morante de La Puebla”, al segundo de la tarde lo mató de habilidosa entera atravesada y hasta tres golpes de verduguillo: división. Al quinto le propinó una entera defectuosa y luego le apuntilló al segundo intento con gran torería: vuelta al ruedo con petición mayoritaria.

Diego Silveti, se deshizo de su primero con dos pinchazos y entera: al tercio. Al que cerró plaza le despenó de vergonzoso pinchazo y casi entera trasera y caída: oreja más que benévola.

 Casi quince mil personas fueron a ver a Morante y nadie salió defraudado. Hoy el coleta andaluz se justificó y demostró por qué es (junto a José Tomás) el más carismático de los toreros en activo. Es increíble ver la verdad de su toreo, aunque sus enemigos carezcan de fondo y peligro.

Contrariamente a las expectativas, Morante se fajó con su primero, un animalito feo, largo y escasísimo de fuerzas. Nos quedamos con dos verónicas espléndidas por el pitón derecho, con el sello de la casa, es decir, cargando y templando totalmente. Luego, el de don Fernando de la Mora exhibió su mala leche y su sosería. Pero ahí estuvo el gran diestro andaluz, intentando gustar y gustarse.

Cosa rara en él, lejos de dejarse llevar por la abulia y el conformismo, José Antonio se sublimó en el quinto. A ese berrendo aparejado le quitó por chicuelinas de mucho arte. A continuación, le pegó un muletazo de castigo –un doblón rodilla en tierra- que valió no el boleto sino el apartado de la temporada. El toro era malo, reservón, falto de fuerza y hasta malaje, pero teníamos un torero grande y dispuesto. A base de aguante en un palmo, de dejar la muleta puesta y de completar cada pase, Morante logró momentos maravillosos por ambos pitones. Pese a lo muy bien que estuvo Morante al derechazo, no se olvidarán fácilmente un par de naturales que hicieron que el respetable rugiera. El de La Puebla estaba, estaba en torero, punto.

Hubo remates de figura de época, exposición y arte del bueno. Al no doblar el berrendo aparejado después de un espadazo (término peyorativo que no laudatorio), el diestro se fue por la puntilla, por el cachete, y vimos en la México algo inusitado y torerísimo: al torero atronando de frente, con gusto y con maestría.  El miserable del biombo, por supuestas diferencias de apoderados y reyertas entre empresarios millonarios, no le quiso dar la oreja a Morante, pese a la petición mayoritaria y no pagada. Eso fue lo de menos, el torero siempre sabe cómo estuvo. Así las cosas, la vuelta triunfal al ruedo, a pesar de los reventadores y de los papanatas, fue algo memorable. No exagero, querido lector, esta faena de Morante ha sido de lo más bonito y honrado que se ha visto en el coso máximo en muchas, muchas tardes.

Pasemos a la parte menor del festejo. Zotoluco estuvo mal, hasta fatal. Eléctrico y a la deriva en su primero, cortó una oreja muy pedigüeña y muy triste: dos derechazos aseados y una estocada a un novillo son pocos argumentos para pasear un trofeo. Peor estuvo en el cuarto, un animalito que se desplomaba a la menor provocación. Ahí Eulalio (el otrora guerrero de los miuras) anduvo sin brújula y sin pundonor. A veces hay que pensar en cortarse la coleta…

¿Qué hizo Diego Silveti? Pues mire, estuvo bien, bastante bien, pero sigue sin matar ni en defensa propia, cosa que le desluce todo su quehacer.

Al tercero de la tarde le toreó a gusto, adornándose y llevándolo con suavidad y ajuste. Remató el trasteo con naturales a pies juntos que no hubiera despreciado el maestro Manolo Vázquez. Pero ahí había poco peligro, poca emoción y también estaba la expectativa del público de querer verle algo más a este consentido de la gran plaza. Sus proverbiales pinchazos desdibujaron todos sus buenos momentos.

Al sexto, una res que ofrecía posibilidades pues dejaba estar y embestía, Diego le hizo todo: un quite por las afueras para llevar al caballo (si me vale usted la contradicción en términos); otro quite por chicuelinas modernas, ajustadas y limpias;  dosantinas; cambiados por la espalda, y heroicas joselillinas sin el ayudado. Después de lo hecho por Morante, desgraciadamente, todo sabía a poco. Y para no variar, el hijo del Rey David pinchó. Nunca sabremos por qué le otorgaron una de esas orejas de utilería, tan de moda en esta pobre plaza.

Bueno, no hubo toros de regalo y vimos entregarse a uno de los pocos toreros originales y grandes que quedan en el planeta de Tauro. ¿Se puede pedir más?

Por lo menos, hoy en la tarde, dejamos atrás el toreo bufonicista y las baratijas. Aun sin toros fieros, fuertes y listos, vimos a un gran Morante y a un Silveti que, si no se duerme en sus cuestionables laureles, todavía puede dar mucho de sí. Zotoluco debe, después de ver a sus vecinos, examinarse su exigua barba y decidir afeitarse.

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