Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 20 de septiembre del 2015. Décimo segunda novillada de la temporada de la Plaza de toros México. Novillos: Seis de Barralva, desiguales de presentación, juego y lo que usted guste y mande, sobresaliendo todos por sus distintos grados de mansedumbre, falta de casta buena y debilidad. El sexto era una vergüenza, un pobre becerro hecho a la medida de los antitaurinos. Por cierto, el tercero no tenia pitones dignos de ese nombre. Digamos en descargo de los señores Álvarez Bilbao, ganaderos de lidia (que no de bravo) que el quinto parecía el salvador del festejo, pero le asesinaron con una sola vara en buen sitio, cosa rara donde las haya.
Novilleros: Diego Emilio, al que abrió plaza lo despachó de dos pinchazos soltando el engaño y una entera a toro parado: al tercio.
Sergio Garza, al segundo lo liquidó de casi media tendida y trasera y cuatro golpes de verduguillo: aviso y silencio.
Andrés Lagravère “El Galo”: a su novillo le mató de una entera trasera y caída: división.
Rafael Serna, al cuarto lo despenó de entera tendida y un descabello fallido; luego el de Barralva se echó: al tercio con fuerza, comenzó a dar una merecida vuelta al ruedo y los villamelones lo regresaron al burladero.
Javier Castro, al quinto lo pasaportó de estocada desprendida que bastó: silencio.
Gerardo Solís, al que cerró plaza lo pinchó y descabelló hasta decir basta: generoso silencio.
Se supone que ésta era la novillada de triunfadores. Pues bien, en el cartel había pocos dignos del título. Pero bueno, uno piensa que la empresa se va a lucir con el ganado, y claro, uno también piensa que en este pobre país atan a los perros con longaniza. Total, que el encierro fue infumable por su falta de bravura, chispa y fuerza, y que sólo Rafael Serna, el sevillano, pudo regalarnos algunos pasajes de buen toreo con la sarga.
Diego Emilio se justificó mucho con el capotillo, ejecutando un enorme quite por gaoneras que asustaron al más pintado por la impavidez espartana del coleta hidrocálido. Los derechazos largos pero intermitentes, a un bicho sin transmisión alguna, fueron coreados por el respetable (unos 3,000 paganos). Las manoletinas tragando, hacían presagiar algún trofeo, igual que el día de su presentación en la temporada, pero anduvo mal con la espada.
A continuación vimos a Sergio Garza, un muchacho que no escatima nada, pero su enemigo (¡y lo digo en ambos sentidos!) le jugó una mala pasada. El novillero regiomontano se fue a porta gayola con éxito, pegando un excelente farol de hinojos. Pegó otro igual, en los medios, y la gente se le entregó. Con los palos logró un segundo par al violín de buena factura y un espectacular par de cortas al quiebro en tablas para cerrar el tercio. El novillito se cayó en la faena de muleta y Garza lo intentó todo pero sin toro. Otra vez será: los novilleros con hambre necesitan toros que por lo menos embistan.
Andrés, el segundo hijo torero del matador Michel Lagravère, no las tuvo todas consigo. Por alguna extraña razón, el público le exige en serio y él no responde de manera adecuada. Todo hay que decirlo: primero, su novillo parecía estar descaradamente afeitado. Segundo, el joven torero del sureste mexicano y del suroeste francés anduvo sin sitio y sin completar un muletazo templado. Aquí hay que repensar mucho las cosas para enderezar la nave.
Rafael Serna, un novillero sevillano que ha sido la revelación de La México (junto con Nicolás Gutiérrez, quien hoy no toreó por estar herido) y el triunfador de la Nuevo Progreso, volvió a mostrar aguante, temple, clase, y una cabeza privilegiada. Le sacó todo lo posible al remedo de novillo bravo, cogiéndole la distancia de inmediato y logrando lances y pases de mucho fuste que fueron jaleados seriamente por los buenos aficionados.
No echemos en saco roto sus molinetes, sus desdenes y un cambio de manos por delante de cartel bueno. ¡Hay que matar bien! Y por el espadazo defectuoso, al torero hispalense se le fue la oreja.
Lo demás del festejo fue –si esto es posible- lo de menos. Javier Castro (otro torero de Aguascalientes) también se fue a porta gayola, pegando unos inefables faroles de panza. Se reivindicó con las gaoneras, untándose ungüento de toro. Suponemos que al novillo de Barralva, un torito hecho y derecho, le aplicaron “la leona” pues lo mataron con una sola vara. Así las cosas, no hubo nada que hacer, pese al arrimón a destiempo, los gritos y la enjundia.
Lo ocurrido en el sexto, el que le tocó a Gerardo Solís, mejor no habría que contarlo: ese pobre bicho hubiera sido abucheado inmisericordemente por los aficionados franceses que van a ver las novilladas sin caballos en Dax. Ésta ya no es la época de oro (ni la de plata) del toreo mexicano, pero sí es la época áurea de las mojigangas en la plaza más grande del mundo. Sólo le digo, amable lector, que Solís acabó “toreando” de rodillas a un miserable animalito que pedía por piedad la puntilla o un tónico de hígado de bacalao para crecer y ser fuerte. La gente es tonta, pero no tanto.
¿Cómo salimos de la plaza? Desencantados, tristes, engañados, cansados, y temiendo lo peor para la temporada grande. No por los “figurones” contratados y anunciados con bombo y platillo, sino por el ganado manso que seguro ya está hasta comprado.