Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 23 de octubre del 2016. Tercera novillada con caballos de la Plaza de toros México. Novillos: Seis de San Marcos, bien presentados, pero débiles y faltos de casta.
Novilleros: Rafael Serna, al que abrió plaza lo mató de entera muy habilidosa a toro parado: palmas. Al cuarto le atizó una entera un poco baja; descabelló de manera excelente al primer golpe: oreja indiscutible.
Gerardo Rivera, al segundo de la tarde le propinó un pinchazo y buena entera: silencio. Al quintó se lo quitó de enfrente con una entera desprendida y un golpe de corta: silencio tras aviso.
Manuel Gaona, al tercero le pasaportó de dos pinchazos y una entera: silencio. Al sexto le pinchó en repetidas ocasiones hasta que el novillo se echó: silencio tras aviso.
La entrada fue floja, quizá unos tres mil parroquianos en una tarde fría y desangelada. Este festejo se salvó por el pundonor y el oficio de un novillero sevillano de nombre Rafael Serna. Fue el único que justificó su inclusión en el cartel. Vamos, para variar, por partes.
Hoy no hubo bravura ni los cornúpetas regalaron emoción, pero algo tenían esos bichos que torearles. San Marcos es un polvo de aquellos lodos lejanos de San Mateo, demasiado mansitos y muy previsibles en cuanto a su comportamiento.
El primer espada, Rafael Serna, oriundo de la capital del toreo, Sevilla, no se dejó nada en la espuerta y nos regaló lo único importante de la tarde. Con su primero, un animal bonito pero escaso de fuerza, el hispalense burló parones y gañafones y le echó oficio y valor al asunto. Las palmas del respetable fueron justo premio a su entregada labor.
El segundo de su lote fue aplaudido de salida por su presencia, y Rafael lo toreó de muleta muy bien por ambos pitones, quedándose y echándole personalidad al asunto. El de San Marcos tenía veinte buenas embestidas y Serna lo consintió templando, aguantando y rematando con clase. Lo que más me gustó fue su decisión a la hora buena: la estocada dando el pecho – pese al saltito – y el descabello en corto y sin dudar fueron más que suficientes para que la plaza entera pidiera la oreja; misma que el somnoliento juez de plaza otorgó de manera displicente y tardía, como si estuviera en San Isidro.
De Gerardo Rivera, próximo a la alternativa y triunfador en España, nos quedamos con… ¡nada! Del muchacho de Tlaxcala sólo hay que encomiar su quite por templadas chicuelinas modernas a su primer “enemigo”, lo demás fue lo de menos. Asentaremos que en quinto lugar le tocó en suerte el toro más interesante de todos, y ahí se desdibujó en un océano proceloso de dudas, falta de temple y mando. No se puede dominar a un cornúpeta dando nada más los dos primeros tiempos del muletazo. Si aparte de eso las patitas del torero no se quedan quietas, usted entenderá, querido lector, porqué la gente se desesperó y llegó a gritarle: ¡Toro!
Poco diremos del tercero en el cartel, Manolo Gaona, un novillero muy del montón. El joven capitalino no pudo hacer nada en su primero, un sofá en toda forma. Pero cuando tuvo enfrente al sexto, un burel que pedía un torero, los de Sol le gritaron: “¡Dónde estás dejando el apellido!” Creo que no hace falta insistir más en el asunto; no es torero todo aquel que se enfrenta (como Dios le da a entender) a una res brava.
Ya lo decía yo alguna vez, y perdón que me cite: “El saber torear es un logro de la inteligencia, y el ser torero es un logro del alma.” Hoy, el único que toreó con la mente y con el alma -hasta donde se pudo- fue Rafael Serna.