Enrique Ponce. Foto: Aplausos

Gastón Ramírez Cuevas.- La primera corrida para festejar el septuagésimo cuarto aniversario de la inauguración de la plaza México resultó ser una mezcla de la decepción ganadera que es concomitante con estas fechas de expectación y de momentos muy toreros protagonizados por la tercia.

Vayamos por partes. Salió el primero, un animal sin trapío y que demostró una preocupante tendencia a rodar por la arena. Ponce lo toreó suavemente a la verónica y le pegó unas chicuelinas modernas en el quite. En la faena de muleta el ídolo valenciano demostró -en las series de derechazos- esa elegancia que lo ha caracterizado durante sus casi 30 años de alternativa.

Al natural el toro protestó de manera sorpresiva y hubo sólo una buena tanda por ese perfil. Don Enrique el de Chiva, sabedor de que conserva miles de partidarios cursis en la capital mexicana, echó mano de las poncinas, mismas que provocaron el delirio en el graderío. La estocada fue efectiva, el toro dobló echando sangre por el hocico, la gente pidió la oreja y algunos trasnochados querían hasta dos.

Un vecino de tendido que oía la narración de la corrida por radio, me indicó que los pseudo-cronistas decían que la faena era de rabo. Se ve que Ponce se enteró de ello, pues durante la vuelta al ruedo y toda la lidia del segundo toro no dejó de indicarle al respetable y a sus colegas, que le habían robado por lo menos otro apéndice. ¡Pobre maestro!

Más digno de lástima fue Ponce en el cuarto, un cuadrúpedo grande y gordo que vendió cara su vida. El coleta valenciano le hizo ascos al toro desde que salió y su quehacer fue un verdadero curso magistral sobre las precauciones que puede tomar un señor vestido de luces.

A pesar de que el toro se dejaba meter mano en la distancia corta, las todavía ágiles piernas del maestro se negaban a permanecer quietas. A la hora de la verdad, el pinchazo al estilo Juli fue una oda a la inverecundia. Quizá lo más destacado de la lidia del segundo del lote de Ponce fue el gran puyazo cortesía de José Palomares.

El carismático torero capitalino José Mauricio no tuvo su tarde. Es menester asentar que le tocó el peor lote. El segundo de la tarde fue un bicho débil que se quedaba a media embestida y tiraba el tornillazo.

Los momentos más lucidos los tuvo Jose Mauricio con el capote, en una media verónica a pies juntos y un quite por caleserinas en el que tragó de verdad. En la faena de muleta, el toro rebrincaba y no dejó estar en momento alguno al torero.

José Mauricio salió a jugarse la vida alegremente en el quinto, un toro chicampiano que desparramada la vista a cada instante y que desarrolló mucho sentido.

En el último tercio, el de de la Mora prendió aparatosamente a José Mauricio hasta en tres ocasiones: dos intentando torear por el pitón derecho y una al entrar a matar. Fue muy emocionante ver cómo el espada se cruzaba cada vez más en la mínima distancia tratando de desengañar al de negro.

Hubo un doblón de castigo tan torero que valió el boleto. Creo que de haber podido matar al primer envite, la gente hubiera pedido la oreja, pero después de un pinchazo con achuchón incluido y una excelente entera, todo quedó en una salida al tercio.

Joselito Adame estuvo a punto de volver a triunfar en grande, tal y como lo hizo el día de la confirmación de alternativa de Pablo Aguado (1-XII-19), festejo en el que se le fue por delante a todo mundo, entre ellos al incombustible, inmarcesible e insumergible maestro Ponce.

El tercero, un ungulado que realmente parecía un toro, fue un marmolillo irredento. Aun así, Joselito le pegó mandiles y chicuelinas antiguas y le sacó un ramillete de muletazos largos en tablas. Fue una labor en la que el arrimón estaba justificado. Y luego, cuando recreándose en la suerte Joselito mató con mucha verdad, los aficionados sacaron sus pañuelos blancos. La oreja fue concedida, pero un nutrido sector de poncistas la protestó, obligando al torero hidrocálido a guardarse el trofeo en el chaleco.

El capítulo más torero de toda la tarde lo protagonizó Joselito en el que cerró plaza, un toro feo pero de excelente estilo y que no dejaba de embestir con alegría.

El quite por chicuelinas, los estatuarios, los doblones rodilla en tierra, una trincherilla perfecta, y las series de naturales en un palmo tuvieron torería y valor.

El mayor de los hermanos Adame jamás dudó ni desperdició una sola de las embestidas de su enemigo. A la hora buena, Joselito trató de recibir al toro hasta en un par de ocasiones, pero el cornúpeta estaba exhausto. Tirándose muy en serio al volapié, Joselito cobró tres cuartos de estocada que parecieron en un principio muy efectivos, pero el puntillero levantó al toro tres veces, obligando a José Guadalupe Adame Montoya a tomar la espada corta y usarla con maestría. Desafortunadamente, los ánimos del respetable se habían enfriado y la petición de oreja no fue mayoritaria. Esto puede no haber sido tan malo para el torero, pues la vuelta al ruedo no la protestó absolutamente nadie.

Termino el texto con una anécdota desopilante: como todos los aficionados saben, el domingo dos de febrero no hubo toros debido al Super Bowl. Pues bien, nadie advirtió de esto a los cuatro desarrapados y ensangrentados antitaurinos que molestan antes de cada festejo, así que se presentaron puntualmente con sus altavoces de cuarta y su ignorancia supina para hacer el ridículo.

Lunes tres de febrero del 2020. Decimoquinta corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Fernando de la Mora. Débiles y faltos de trapío en conjunto. El cuarto fue pitado y el sexto aplaudido en el arrastre porque resultó noble y tuvo fuelle.

Toreros: Enrique Ponce, al que abrió plaza le despachó de estocada desprendida y tendida: oreja. Al cuarto le mató de un pinchazo a paso de banderillas y un golpe de descabello: silencio.

José Mauricio, al segundo se lo quitó de en medio con un pinchazo, tres cuartos que no bastaron y tres golpes de verduguillo: silencio tras aviso. Al quinto lo despenó de un pinchazo y una muy buena entera: al tercio.

Joselito Adame, al tercero le pegó una gran estocada entera: oreja con división. Al sexto le recetó tres cuartos de acero en buen sitio y un golpe de corta: vuelta al ruedo.

Entrada: 22,000 personas.

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