Escribano_México

Manuel Escribano, al natural (Foto: Genaro Berumen)

Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 20 de diciembre del 2015. Décima corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Cinco de La Punta, desiguales de presentación, mansos todos. Al primero y al sexto les pitaron con ganas por su falta de trapío. Uno de San Marcos que hizo segundo: bonito, bravo y complicado.

Toreros: Fabián Barba, al segundo de la tarde le metió un espadazo en sedal y luego una entera tendida y trasera: al tercio tras aviso. Al cuarto le mató de buena entera al primer viaje: vuelta tras petición unánime.
Manuel Escribano confirmó la alternativa. Al primero del festejo le pinchó en lo alto y luego le pasaportó de entera trasera y caída: al tercio con fuerza tras aviso. Al quinto le propinó una entera trasera que bastó: merecida oreja.
Víctor Mora, al tercero le despachó de entera caída: silencio. Al que cerró plaza se lo quitó de enfrente con una entera trasera y caída y dos golpes de corta: pitos tras un aviso.
Entrada: quizá unos cinco mil paganos.

Los ganaderos de La Punta tienen que pensar mejor las cosas. Si a dos toros les pitan por anovillados y los demás no dan juego por mansos, el asunto es triste. Luego, al negarle el juez a Barba la oreja del cuarto, los propietarios del hato decidieron cambiarle el nombre al sexto. A ese bicho, que se llamaba “Arte”, protestado en serio por su escaso trapío, le pusieron raudos y veloces “Juezpen” (o sea, juez pendejo, autoridad imbécil, para que me entienda usted, lector de ultramar) un insulto al impresentable del biombo; a lo mejor merecido, pero totalmente fuera de lugar. Cada vez se ven cosas más raras en el coso máximo de América.

Pero no nos empecinemos en contar cosas deprimentes, vayamos a lo hecho por dos toreros de verdad.
Manolo Escribano, el carismático, largo y valiente torero sevillano, cayó de pie ante la afición mexicana. A su primero lo toreó bien con el capote entre las protestas del respetable porque el animalito parecía muy joven y corniausente. Escribano se entretuvo en torear largo y templado con la muleta. Con el toque preciso, el sitio y la distancia perfecta, Manolo logró ligar tandas elegantes y templadas. Lo mejor fueron los naturales de gente grande. Lástima que pinchó en lo alto, ya que la gente había desenfundado los pañuelos blancos.

Con su segundo, el coleta de Gerena estuvo cumbre. El de La Punta era un toro grande, manso y quedado, pero ahí había un torero. El tercer par de banderillas, el de la casa, el violín al quiebro en tablas, puso a la gente de pie. A continuación, Escribano dio una cátedra de bien torear: templó mucho, aguantó y obligó al morlaco sin perder jamás el paso, cargando y gustándose. Los derechazos largos en la mínima distancia fueron una maravilla. Antes de tirarse a matar abrochó el trasteo con manoletinas, una dosantina y uno de pecho que dejaron muy claro que este muchacho tiene todo para ser figura de verdad. La oreja fue incontestable y muy coreada por los buenos aficionados.

El primer espada, Fabián Barba, de Aguscalientes, tierra de toreros, se justificó en serio, jugándose la vida con alegría. Su primero fue un animal totalmente en Saltillo, listo y difícil. La faena muleteril fue de aguante y cabeza. Hubo una dosantina, un cambio de manos por delante y uno de pecho que valieron el boleto. Además, el toreo al natural de Fabián fue enorme. Lástima que no mató como Dios manda al primer envite.

Mejor estuvo Barba en su segundo. El hidrocálido se lució con el capotillo, desde la porta gayola hasta las verónicas y las chicuelinas modernas. El toro tenía mal estilo y se quedaba muy corto. Tan es así, que se lo echó al lomo y le pegó un puntazo en el escroto. A base de arrimarse y torear con verdad, Fabián emocionó a la gente con muletazos sueltos de gran valor. Se tiró a matar entregándose y el astado dobló. La petición de oreja fue clamorosa, pero aquí hay que ser Juli o Castella para caerle bien al sombrerudo del palco16. Fabián dio una vuelta al ruedo en loor de la pequeña multitud, pero eso no debe desanimar al menudo torero aguascalentense, que tiene redaños y torería para dar y prestar.

Víctor Mora perdió los papeles con alegría en su primero, un toro manso y complicado. Peor estaría en el sexto, un rumiante anovillado que repetía sin malicia alguna y con algo de clase. A base de no completar un solo muletazo, Mora se echó a la gente encima. Cuando llega la oportunidad en la plaza grande no se puede estar así de desorientado.

Total, que como decía mi multicitado Pepe Moros, cuando no hay toros hay toreros. Y hoy tuvimos la suerte de ver a un gran Manuel Escribano y a un no menos grande Fabián Barba.

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