Nació en Almonte (Huelva), la tierra de la Virgen del Rocío, el 17 de junio de 1917. Nació en aquella localidad porque era costumbre entonces que las mujeres fueran a parir a la tierra donde habían nacido y vivían sus madres. Sus padres vivían en Sevilla y en la tierra de sus mayores recaló a los pocos días de nacer.
Su padre era barbero en el barrio del Arenal de Sevilla y le arreglaba la barba a Juan Belmonte. Por este motivo, El Pasmo de Triana fue su padrino de bautizo, mientras que la madrina fue la que entonces era su novia, Consuelo Campoy, con quien Juan nunca llegó a casarse, pero que fue la madre de Juanito Belmonte, el hijo de Juan y torero de los años cuarenta y cincuenta. Consuelo Campoy fue también la madrina de bautismo del banderillero Alfonso Ordóñez, hermano de Antonio Ordóñez.
El padrino protegió al ahijado y le colocó en la empresa de la plaza de Sevilla, donde ya trabajaba Manolo Belmonte, hermano de Juan, que fue empresario de la plaza de Sevilla. En esos años previos a la guerra comenzó El Potra a ver toros en el campo. Cuando Álvaro Domecq y Díez comenzó su andadura como rejoneador, Camará, que ya conocía al joven Criado, le puso a su lado en labores de administrador y mozo de espadas. Juntos estuvieron veinte años. Más adelante, trabajando con Camará, apoderado de Manolete, El Potra viajó con el torero cordobés hasta su muerte en Linares. Estuvo con él en México en labores de mozo de espadas. En Linares fue testigo de la muerte del mito y de los acontecimientos que la rodearon, incluso de la polémica con Lupe Sino, que no pudo ver al torero hasta después de muerto. Luego también trabajó con Litri y Aparicio, los novilleros que revolucionaron los años cincuenta.
Siempre al lado de Pepe Camará, El Potra comenzó a trabajar como veedor en las plazas de Sevilla, Dax y Madrid, con la empresa Jardón, aunque su mayor notoriedad la alcanzó en la Casa de Misericordia de Pamplona en la confección del cartel de toros de los “sanfermines”, una tarea que ha desempeñado durante 46 años.
También fue apoderado de algunos toreros, como hizo con Rafaelito Chicuelo y con Marcelino, pero no fue una de sus tareas preferidas. Miguel Criado fue, sobre todo, un hombre de un conocimiento grande del toro, tal vez uno de los más grandes en esta faceta.
Tantos años en la fiesta, y en un mundo tan especial como el taurino, se conjugaron con esa forma de ser bonachona y con mucha retranca, lo que creó un estilo personal y único. Se le permitía decir de todo, “porque eran las cosas de El Potra”, aunque esas cosas nunca sentaban mal a los interlocutores.
El Potra lo conocía todo de la fiesta de los toros. Su personalidad era arrolladora, envuelta en una figura de apariencia anticuada, algo lúgubre si me apuran, pero con una lucidez mental apabullante, que muchas veces era para manifestar una fina ironía; otras, para contar los muchos acontecimientos que vivió en primera persona en sus 86 años de vida; siempre para dictar su lección con un gracejo agradable, muchas veces con una tremenda carga de crítica que enmascaraba en un estilo mundano y populachero. Su propia vida es una sucesión de hechos insólitos, tal como su personalidad.
Miguel Criado Barragán falleció en Sevilla el 13 de agosto de 2003. Se murió en uno de los personajes más singulares que ha dado la fiesta de los toros. Catedrático de la Universidad de la Vida, Miguel Criado Barragán fue un filósofo pegado a la tierra con