Silveti_Baratillo2014Álvaro Pastor Torres.- Andaba el mirobrigense Juan del Álamo encandilando al generosísimo respetable con un toreo nulo en cercanías, escaso de verdad, sobrado de pico y generoso en vete para afuera al son del pasodoble Dávila Miura, mientras la Giralda permanecía muda. El ligero solano que agitaba las banderas hacia la banda de Triana no traía rumor broncíneo alguno, a pesar de que salía de la Catedral para su barrio la Pastora de San Antonio, tras presidir el pregón de las Glorias celebrado en la tarde del pasado día 30, con un texto muy bien trabado y trabajado, amén de pronunciado con estimable oratoria por el joven periodista Carlos Crivell Reyes. No es que hubieran de sonar pinos mayores o las campanadas de las grandes solemnidades, aquellas en las que desde la Giralda asomaban ministriles para tocar pífanos y otros instrumentos en las noches que se iluminaba la torre con fuegos de artífico y jarras de azucenas estrelladas para festejar el nacimiento de un príncipe, la boda de un rey o el casamiento de una infanta -chispa más o menos como ahora mismamente, que el poder político y económico se avergüenza, salvo raras y honrosas excepciones, de su afición y cercanía a la tauromaquia-, pero sí al menos debieron haber despedido a la Virgen con un repique de respeto.

Antes sí había sonado otra campana, anunciando las seis en punto de la tarde, la de la recoleta capilla del Baratillo, donde el novohispano David Silveti compareció, vestido de esperanza y oro, para postrase ante la Piedad y rezar un Paternóster al San José que regaló el malogrado Pepe Hillo a tan señera y torera cofradía, en una tradición que se remonta a su difunto padre, como dejó constancia gráfica en su día la cámara del bueno de Jesús Martín Cartaya. Y todo ello gracias al embajador plenipotenciario del Arenal y sus aledaños: Rogelio Gómez “Trifón”.

En cambio, para Nazaré, el nazareno, no hubo campanas. Ni de gloria, que le faltó más decisión y pellizco con el muy potable, pronto y noble cuarto –además de matarlo a la primera, claro-, ni de agonía ante su abulia y pasividad con el peligroso y desabrido Montalvo que abrió plaza.

Lo demás, polvo, sudor y sangre de los toros. Más muchos mantazos sin brillo propinados con muletas enormes y unos cuantos banderazos que decían los revisteros antiguos. Vamos, unos menestrales (personas que ejercen oficios mecánicos) pero de vestidos de luces. A esto por lo visto le llaman toreo moderno.