En Sevilla, en 1842, un acaudalado industrial sombrerero, por influencia de su hijo, decide hacerse ganadero de bravo. Don Juan Miura Rodríguez, que así se llama el industrial, tiene el taller en la plaza de La Encarnación y su despacho, en la calle Sierpes. Su hijo Antonio ha sentido siempre una intensa pasión por el campo, aunque a los quince años ha dejado aparcada su ilusión por entrar como aprendiz en el negocio de su padre. Es lógico: cualquier padre desea que sea su hijo quien herede su negocio. El encargado del taller ha recibido instrucciones para tratarlo como un empleado más.
Don Juan Miura conocía la pasión de su hijo por el campo, que pasaba su tiempo libre en los cortijos arrendados, que le apasionaba contemplar la punta de ganado manso que poseían y que a esas reses se entregaba completamente. Esto le hizo comprender que su hijo se frustraría como sombrerero.
Una noche, después de una jornada alegre en la sombrerería, pues Antonio había fabricado su primer sombrero, modelo de lo que debía ser un sombrero, padre e hijo mantuvieron una conversación que, a la postre, sería la primera piedra de la ganadería de Miura. Como premio por el sombrero, don Juan le ofrece a su hijo el regalo que quiera: Antonio no lo duda un instante y le pide cambiar las reses mansas por ganado de lidia.
Tan grande es el cariño que ha tomado al ganado manso que pide a su padre mantener el hierro para el nuevo ganado. El hierro es una ‘A’ y una ‘C’ entrelazadas (iniciales de Antonio Cariga, antiguo propietario de las vacas mansas).
El 15 de mayo de 1842, compran 220 vacas a Antonio Gil Herrera, procedentes de Gallardo. Se desconoce si en el trato entraban también sementales, aunque se supone que el origen de los sementales era el mismo que el de las vacas o que algunas vacas preñadas parieron al poco tiempo. Lo cierto es que a nombre de don Juan Miura se lidian toros en Sevilla el 15 de agosto de 1849, cuatro años más tarde. Don Antonio Miura, que es quien dirige la vacada, selecciona profundamente lo adquirido. Así, a lo más escogido se agrega en 1849, 200 vacas y 168 machos de José Luis Alvareda, procedentes de Gallardo, de donde escoge don Antonio los primeros sementales.
El 4 de noviembre de 1852, se formaliza la compra a la testamentaría de doña Jerónima Núñez de Prado (origen Cabrera) de 172 vacas y media y 6 bichos y medio, entendiendo esto en ley de ganadería, de acuerdo con un documento que conserva la familia Miura. Parece ser, según varios documentos, que en 1850 don Juan había adquirido 100 novillas de doña Jerónima.
Cuatro años después, en 1854, se sustituyen los sementales procedentes de Alvareda por dos que se compran a José Arias de Saavedra, El Barbero de Utrera. Estos sementales, terciados pero robustos, aportarían nobleza, cualidad que por entonces residía en lo de El Barbero.
La ganadería de Miura se ha formado, realmente en apenas doce años. Don Antonio, poco a poco, ha ido formando su ganadería. Lo procedente de Gallardo y lo de Cabrera conviven en la ganadería. Años después, el 5 de octubre de 1879, Rafael Molina, Lagartijo, indulta el toro Murciélago, de la ganadería navarra de Joaquín del Val, en la plaza de Córdoba. Ante la dificultad del traslado del toro a su finca original, Lagartijo se lo regala a su amigo Antonio Miura. Éste apartó 70 vacas de buena nota para echárselas al toro. No se sabe cuánto tiempo estuvo padreando, pero debido a la influencia de este animal, aún pueden verse algunos toros de Miura de pelo colorado encendido y con los pitones cortos y veletos. Ese mismo año, don Antonio intercambia un semental con su amigo el duque de Veragua, echando el toro a un reducido número de vacas. El animal dura poco en tierras andaluzas. Sus compañeros le cornean y queda inutilizado. Por eso, su influencia es muy precaria.
En manos de don Antonio
En 1860 fallece don Juan Miura, quedando el hierro bajo la titularidad de doña Josefa Fernández, viuda de Miura. Pero lidia a su nombre solamente la temporada de 1861, pues fallece poco tiempo después que su marido. Ya el 20 de abril de 1862, en Madrid, se anuncian toros de don Antonio Miura. Esa tarde moriría Pepete, primera víctima de un toro de Miura.
Don Antonio era un hombre de estatura normal, delgado, enjuto, que caminaba derecho. De rostro alargado, ningún rasgo destacaba. Modesto, sencillo, honrado y caritativo, murió el 31 de marzo de 1893 estando en posesión de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Sevilla vistió de luto. Su cadáver fue conducido al Cementerio de San Fernando. Su hermano, don Eduardo, se pone al frente de la ganadería. Es tal la diferencia de edad entre ambos que muchos piensan que es su hijo.
El 25 de junio de 1893, se lidian en Madrid por primera vez toros a nombre de don Eduardo Miura.
Don Eduardo era también de estatura normal, delgado, con una cara expresiva. Sus largas patillas blancas le conferían un aspecto particular: no en vano, se le conocía como ‘el de las patillas’. Con él empezó la época más gloriosa y al mismo tiempo más difícil de la ganadería. En pocos años se pasa de una aceptación por todos sin límites a un rechazo total de algunas de las figuras de la época: hablamos del famoso ‘pleito de los ‘miuras’.
El pleito de los ‘miuras’
Hasta llegar a 1908, año del manifiesto en contra de Miura, Bombita y Machaquito se han enfrentado en multitud de ocasiones con los toros de Miura. Precisamente hay que remontarse al 5 de octubre de 1902, cuando Ricardo Torres, Bombita, se va a tropezar con Catalán, en la plaza de Madrid, para entender algo más el veto de las figuras. Catalán, cuya cabeza preside hoy un salón de ‘Zahariche’, deslumbró a los madrileños por su bravura y desquició a Bombita, que escuchó una bronca tremenda. Desde esa tarde, el de Tomares no olvidaría nunca a Catalán.
En las temporadas siguientes, Bombita y Machaquito continúan lidiando ‘miuras’ en multitud de plazas, con algunas tardes gloriosas y otras no tanto. El caso es que a finales de la temporada de 1908 un grupo de figuras de la época constituye la Unión Taurina y envía una circular a numerosos empresarios de la que extraemos las siguientes líneas:
"Percibir doble honorario en las corridas de toros que tengamos que lidiar de la ganadería de don Eduardo Miura, por imponerlo así las circunstancias de ser el número de corridas que se lidian cada temporada de la citada ganadería extraordinariamente superior al de los demás ganaderos y la de ser sus toros los más duros y los más difíciles para la lidia y, por consiguente, de más exposición para el lidiador. Todo matador asociado se reserva el derecho de no alternar con aquellos que no lo estén. De conformidad en todo lo expresado firmamos:
Lagartijillo, Pepe-Hillo, Guerrerito, Bombita, Machaquito, Saleri, Vicente Pastor, Gallito, Lagartijillo Chico, Cocherito, Mazzantinito, Pepete, Bombita II, Manolete y Segurita".
¿En qué se apoyan? Para muchos, es el miedo de los toreros el mayor enemigo de los de Miura. Miedo que se acrecenta por el recuerdo de los ya fallecidos Pepete, El Espartero, Dominguín, Posada y otros, sin percatarse que en otras ganaderías pasa lo mismo y sin tener en cuenta la proporción de toros en relación con otras ganaderías. Pero el pueblo llano se volvió en contra de los toreros, en especial de Bombita y Machaquito, quienes enviaron una carta a El Imparcial el 14 de noviembre de 1908: "Sabido es por todos que desde que se fundó la Asociación de Ganaderos, el señor Miura ya no tuvo el recelo de que cualquier diestro pudiera negarse a lidiar sus toros, y viene aumentando el número de éstos (…). De seguir la producción en estos términos, la ganadería miureña ejercerá un monopolio en todas las plazas y no por la bravura de sus reses, sino amparado en la leyenda trágica, que es su mayor cartel".
Comenzó el año de 1909 con el desasosiego en el mundo taurino por el ‘pleito de los ‘miuras’. Durante el mes de enero se celebraron innumerables reuniones entre ganaderos, toreros y empresarios. Al fin, en febrero, se soluciona todo. Ricardo Torres y Rafael González transigen. Pero la disputa ha dañado la imagen de ambos matadores. El 25 de marzo de 1909, en la corrida de la Prensa de Madrid, se las ven de nuevo con los toros de Miura. Acaba así el ‘pleito de los miuras’.
Don Eduardo Miura Fernández e hijos
El 24 de enero de 1917, fallece en Sevilla don Eduardo Miura Fernández, víctima de una enfermedad que padecía desde hacía tiempo. Su caridad y otras cualidades le hicieron gozar de una simpatía general que se hizo patente en su entierro, multitudinaria manifestación de duelo.
La ganadería permanece en la familia. Sus hijos don Antonio y don José Miura Hontoria, los ‘niños de Miura’, se hacen cargo de la dirección de la vacada, manteniendo las directrices de su padre. Lidian por primera vez en Madrid el 10 de junio de 1917.
Don Antonio y don José decidieron ceder a su hijo y sobrino, respectivamente, don Eduardo Miura Fernández, la ganadería en 1940. A su nombre lidia por primera vez en Sevilla, el 19 de abril de 1941, con Pepe Bienvenida, Manolete, y Pepe Luis Vázquez en el cartel. Con sólo 27 años, don Eduardo se pone a las riendas de la vacada que más leyenda atesora en la Historia del Toreo. Como responsable de la ganadería, se presenta en Madrid el 9 de abril de 1942, fecha de la alternativa de Antonio Bienvenida.
Desde ese día, don Eduardo trató de mantener el tipo de toro que concibieron sus antepasados, que entendieron siempre la torería como una forma de concebir la propia vida. Desde que don Eduardo se hizo cargo de la vacada recibió numerosos premios y distinciones, que engrandecieron aún más la historia de Miura; fue presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia en los años setenta.
Modélico como ganadero y como persona, sus paisanos le respetaban y querían por su calidad humana, por su hidalguía y por su trato exquisito. En Sevilla, en la plaza de la Real Maestranza de Caballería, un azulejo le recuerda con motivo de sus cincuenta años como ganadero, como homenaje por haber lidiado en la Feria de Abril durante cincuenta años consecutivos.
Don Eduardo no era partidario de asistir a las corridas de toros en cuyos carteles se anunciaban sus reses, algo que heredó de sus mayores y que no han seguido sus hijos. Casado con María Mercedes Martínez, en 1941, era padre de cinco hijos. Decir Eduardo Miura es decir la etapa moderna de los ‘miuras’, que llega a nuestros días, puesto que don Eduardo fallece en 1996 y deja la ganadería a sus hijos varones, Eduardo y Antonio José Miura Martínez, quienes ya colaboraron con su padre durante muchísimos años, actuales propietarios de la legendaria vacada.
Leyenda
Jocinero, que mató a José Rodríguez Pepete en la plaza de Madrid en 1862
Chocero, que mató al banderillero Mariano Canet Llusio en Madrid en 1875
Perdigón, que mató a Manuel García El Espartero en Madrid en 1894
Receptor, que mató a Domingo del Campo Dominguín en Barcelona en 1900
Agujeto, que mató al novillero Faustino Posada en 1907 en Sanlúcar de Barrameda
Otro mató al novillero Pedro Carreño en Écija en 1930
Islero mató a Manuel Rodríguez Manolete en la plaza de Linares 1947
Sin embargo son muchos más los que se hicieron famosos por su nobleza y bravura:
Machaquito triunfó en Madrid en 1911 con Zapatero
José Gómez Gallito en Sevilla en 1915 con Galleguito y Capachito
Juan Belmonte se consagra en la Maestranza en 1916 con Lentejo y Rabicano
Vicente Pastor en Sevilla en 1916 con Recovero
Diego Puerta se consagró con Escobero en 1960
Fundó esta ganadería don Juan Miura en 1842 con vacas procedentes de Francisco Gallardo y Hermanos, del Puerto de Santa María, que corre toros en Madrid por primera vez en 1792, y de José Rafael Cabrera y Angulo, natural de Arcos de la Frontera (1738), cuyo ganado pastaba en el término de Utrera; ambas procedentes a su vez de los frailes cartujos y dominicos de Jerez y de Sevilla, que antes de la desamortización de Mendizábal estos monjes se dedicaban en Andalucía a la cría de bravo y de caballos, entre los cuales aún hoy tienen fama los cartujanos.
Entre 1893 y 1917 don Eduardo Miura Fernández, el de las populares patillas, hijo de don Juan Miura, llevó la ganadería, que pastaba en la finca sevillana de "El Cuarto", a la cumbre de su fama.
Frases para la historia
«Hay otras ganaderías sin esa fama, cuyos toros han matado más toreros. La mala suerte para Miura es que sus toros han matado a figuras, y por eso suena más.»
(Pepe Luis Vázquez)
La gente llegó a decir que los Miuras pegaban esas cornadas porque tenían el cuello más largo, porque tenían una vértebra de más.
«El toro de Miura es recogido de barriga, largo, con el cuello flexible. Tiene algo de látigo en la facilidad con que se revuelve. Pero, a pesar de todo, eso no es lo importante. Lo que de verdad le diferencia es su personalidad, una especie de capacidad psicológica para darse cuenta de cuándo es dueño de la situación. Cuando sale el toro bueno, es bueno de verdad, te haces con él, y como son largos, de bonita lámina y bien armados, la corrida es un lujo. Pero si te achicas, se da cuenta y entonces va por ti.
«Que no se dé cuenta de que le tienes miedo. Sobre todo que no se dé cuenta, porque entonces abusa de su poder y ya no tienes dónde meterte.»
(Pepe Luis Vázquez)
«Los Miuras tenían fama de aprender muy rápido. Creo que, en mis tiempos, esa fama correspondía a la realidad. No les podíamos hacer dos veces seguidas la misma cosa porque, a la tercera, ya la habían aprendido y sabían más que nosotros. A los Miuras actuales han logrado quitarles, en gran medida, esta característica.»
(Marcial Lalanda, Tauromaquia, 1987)
«Una vez, en Salamanca, El Estudiante se perfiló para matar y pinchó mal. A la siguiente entrada, el Miura ya había visto el estoque con absoluta claridad. Cada vez que El Estudiante ejecutaba el volapié, el toro derrotaba contra el estoque, se lo apartaba de delante y después le buscaba a él. Fue una angustia interminable.
«Pero también es verdad que esos toros tienen dificultades, que entienden lo que pasa y, sobre todo, que ven si eres débil. Esa es la clave. A mí me ha revolcado algún Miura, pero nunca he tenido una cornada grave. ¿Sabe por qué? Porque, si he tenido miedo, no me lo ha notado. Me he puesto cerca, he apretado los dientes.»
(Pepe Luis Vázquez, EL PAIS, 1985)
Ricardo Torres Bombita promovió el llamado pleito de los Miuras entre 1908-1909 para conseguir que las empresas aumentaran los honorarios de los toreros cada vez que se corriesen toros de esa ganadería. Argumentaba que, si empresas y ganadero se beneficiaban económicamente de la fama de la divisa, justo era que también se beneficiasen los toreros. Su petición la firmaron los principales toreros, pero fracasó por la oposición de la afición, la habilidad de la empresa de Madrid y la falta de solidaridad entre los toreros.
Todos los grandes toreros han tenido a gala lidiar Miuras y han triunfado con ellos; porque, si es cierto que «nunca ha habido toros más peligrosos ni de más sentido», también lo es que el número de ellos de calidad excepcional «ha sido abrumador», lo que le ha valido ser la ganadería que más trofeos ha obtenido.
(Filiberto Mira, El toro bravo, 1979)