El que no cortó trofeos, Leonardo Hernández, fue el mejor; Diego Ventura, muy exhibicionista y Sergio Galán, bien en el primero.

Cuatro toros de Benítez Cubero y dos, tercero y sexto, de Cubero Pallarés, excesivamente despuntados y de buen juego para el toreo a caballo, con mención especial para el tercero. Bueno, el quinto y manso, el sexto.

Sergio Galán: oreja y oreja.
Diego Ventura: saludos y una oreja.
Leonardo Hernández: saludos y saludos.

Plaza de Málaga, 3ª de Feria. Más de tres cuartos de plaza. La yegua Muleta, de Ventura, resultó herida y fue operada de una cornada superficial de 40 cm. Ventura pasó a la enfermería al finalizar la lidia del quinto para ser atendido de un golpe.

Carlos Crivell.- Málaga

Entre la ortodoxia de Galán y Hernández, de nuevo la heterodoxia de Diego Ventura. Si hablamos de rejoneo, como de cualquier faceta de la tauromaquia, se espera siempre una lidia limpia, pura, capaz de mezclar algo de espectacularidad sin sobrepasar los límites que marcan el propio sentido común. En este festejo de rejones, el rejoneo más completo, lo puro y lo espectacular en sabia conjunción, lo firmó Leonardo Hernández. El balance de trofeos no es el fiel reflejo del toreo a caballo presenciado en La Malagueta. Leonardo, el mejor, se fue de vacío.

El caso de Ventura sigue siendo llamativo. Nadie duda de capacidad de transmisión a los tendidos por sus alardes extrataurinos. No tiene ningún sentido exponer de manera arriesgada a las cabalgaduras e incluso lograr que llegue el encontronazo entre toro y caballo. Ventura, tan meritorio por lo que ha conseguido, se sobrepasa con alta frecuencia. Y no vale que le aplaudan por ello; a los toreros, y los rejoneadores deben serlo también, hay que pedirles un respeto a las normas.

En lo que se considera toreo a caballo, la lidia del primero de la tarde fue modélica por parte de Sergio Galán. A lomos de Vidrié y Apolo acertó a colocar banderillas en todo lo alto y también a correr a dos pistas, todo con gran valor por lo cerca que anduvo del astado. Fue una faena que remató de forma perfecta de un rejón certero y que valió una oreja de verdad.

Distinto valor tuvo la que paseó en el cuarto, pedida y otorgada porque acertó a la primera con la suerte suprema, pero que vino antecedida de un rejoneo de limpia ortodoxia pero de menos brillantez. En ambos toros clavó dos rejones de castigo, aspecto que ambos acusaron al final.

Diego Ventura vivió un momento de tremenda emoción en su primer toro, cuando la yegua Muleta salió sin obedecer al caballero y chocó con la barrera con la consiguiente caída al albero del rejoneador. Pudo haber sido más grave, todo quedó en una cornada superficial para la yegua. A partir de ahí, se lució con mucho nerviosismo, cercano al histrionismo, con Nazarí y Morante y falló con los rejones de muerte.

El quinto fue otro de los buenos del lote enviado por Benítez Cubero. Diego puso toda la artillería en marcha. Sacó a Distinto para quebrar y a Ginés para hacer su balanceo estridente, es decir, para lograr un espectáculo lejos del toro y fuera de lo que debe ser el toreo a caballo. El rejón de muerte cayó muy trasero y bajo. El palco, excelente en su decisión, le concedió la oreja popular y se guardó la suya. La masa protestó con escasa convicción, pero algo bueno se puede entrever ya en el palco malagueño si se comienza a exigir que dos orejas sean la consecuencia de una actuación perfecta y con arreglo a los cánones sagrados del toreo.

El joven Leonardo Hernández siguió su progresiva carrera ascendente. Fiel a la escuela eterna de su padre., hizo un rejoneo de alta escuela. Acertó al clavar sólo un rejón de castigo al tercero. Y lo bordó sobre Verdi, un caballo que se viene de largo, frena, quiebra y sale limpio mientras su caballero clava en lo alto. Enorme, tal vez lo más rotundo de esta corrida, esta salida estelar de Verdi, que logró poner en pie a la plaza. Las cortas al violín fueron la guinda. De forma lastimosa, falló con el rejón definitivo.

El sexto fue manso y blando. Le colocó dos farpas de castigo y se equivocó. Con Quieto, caballo especializado en piruetas, colocó banderillas vistosas. De nuevo apareció Verdi en un solitario par y otra vez las cortas al violín para calentar al tendido. Todo lo echó por tierra con fallos estrepitosos con el rejón de muerte, que al final le privó de un triunfo sonoro. Y es que en el toreo a caballo, con estos públicos alegres y confiados, hay que matar a la primera, sin que el personal exija colocación ni exquisiteces.

 

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