Puerta Grande para Enrique Ponce sin motivos justificados tras una tarde aseada y dos estocadas bajas. El palco, sin criterio, y una afición muy partidaria del valenciano, le abrieron una Puerta muy pequeña 

San Mateo / Enrique Ponce, Manolo Sánchez y Oliva Soto

Plaza de Málaga, 16 de agosto de 2010. 4ª de Feria. Más de tres cuartos de plaza. Cuatro toros de San Mateo, uno de Carmen Lorenzo (4º) y uno de San Pelayo (6º). Desiguales de presencia y bajos de raza. Mansos en general. Destacaron cuarto y quinto, con clase y nobleza. Enrique Ponce salió a hombros por la Puerta Grande.

Enrique Ponce, de azul marino y oro, estocada caída (una oreja). En el cuarto, estocada caída (dos orejas tras aviso).
Manolo Sánchez, de azul pavo y oro, dos pinchazos y estocada honda (saludos). Dos pinchazos, media atravesada y casi entera atravesada y descabello (silencio tras aviso).
Oliva Soto, de nazareno y oro, dos pinchazos y estocada baja (saludos). En el sexto, pinchazo y media atravesada (silencio).

Carlos Crivell.- Málaga

La plaza aplaudió a la presidenta al final de paseíllo. Era el tributo a su firmeza en la corrida suspendida. Esa firmeza desapareció durante la corrida con la concesión de orejas a Enrique Ponce con la manga ancha. Y es que al final todo se sabe. El pasado año le recriminaron que no permitiera la salida del valenciano a hombros. No era cuestión de enfadar al maestro de Chiva, capaz de ser padrino de algunas alternativas simbólicas. Para subir a un palco hay serlo y parecerlo. Para parecerlo hay que evitar todas las circunstancias que puedan enrarecer la toma de decisiones, aunque vaya por delante que siempre hay que presuponer que las personas actúan con libertad e independencia.

Enrique Ponce abrió la Puerta Grande por la generosidad del público y la ligereza presidencial. Ello no significa que Ponce no rayara a un buen nivel, sobre todo en la faena del cuarto. Se había encontrado con una oreja en el primero por una labor muy técnica con un toro difícil por su brusquedad. Lo mejor fue la forma de quedarse con el animal, que además era corretón. Cuando se adueñó del animal con la derecha, dejando la muleta colocada, se esperaba que toreara bien, pero no fue así, sino que los pases se sucedieron rápidos y muy alejados con desplazamientos hacia fuera. El diestro vendió la dificultad del animal y lo mató en los bajos. La oreja se concedió sin petición mayoritaria.

El cuarto fue un buen toro. Las hechuras así lo delataban, como pasó en el quinto. Con la raza justa y mucha nobleza, Enrique estuvo muy bien en una faena casi completamente por al derecha. La izquierda, sólo una tanda cuando la vida del animal se consumía. Pero hubo pases con la derecha ligados con mucho gusto y remate. Se adueñó del animal que en sus manos incluso pareció mejor. Las poncinas ligadas pusieron un punto de clamor en un público que le adora. Con una estocada baja, un aviso y una muerte lenta del animal, dos orejas. La señora presidenta se quedaba tranquila. El público, a lo suyo, feliz con las orejas.

La corrida del Capea, con tres hierros distintos, fue así, una esclara de presencia, hechuras y comportamiento. Muy bajos de raza, mansos, embistieron los que tenían las hechuras para hacerlo, como pasó con cuarto y quinto.

Manolo Sánchez pasó con más pena que gloria. No valió el primero de su lote, toro pegado al suelo y con el que dejó constancia de sus buenas maneras en las tandas de apertura de faena. No hubo más, de forma que se arrimó a los pitones de un toro parado.

Sorteó un buen toro en quinto lugar. Lo que no puede ser no puede, y además es imposible. Sánchez, de cuyas buenas maneras quedan pocas dudas, no fue capaz de estar a la altura de tan buen toro, un verdadero taco por hechuras. El de Valladolid, representante de la empresa en los conflictos, toreó por la derecha sin lograr la templanza necesaria. No se acopló, según la jerga moderna. Ni se acopló ni lució a tan buen animal. Si esta corrida era una oportunidad, adiós muy buenas.

Se presentaba en La Malagueta el camero Oliva Soto. Dejó la huella de su estilo con el capote en un quite al segundo, por delantales y media muy hermosa. Su faena fue tan decidida como falta de estructura. Varias tandas con la diestra sin asentar las zapatillas, alguna más relajado, en realidad menos de lo esperado. Tampoco la espada fue su fiel compañera.

El sexto fue manso. No tuvo mucha suerte en el sorteo. La faena de nuevo fue una sucesión de pases citando fuera de cacho y con poco temple. El animal cantó su mansedumbre en las tablas y la corrida se fue muriendo de mansa. El clamor de la despedida de Ponce cerró el círculo. Aquí en Málaga lo quieren como si hubiera nacido en un barrio de la ciudad.