Un pésimo espectáculo en La Malagueta en la sexta de Feria, con reses descastadas y sólo El Fandi a su nivel y una oreja infumable. Rivera, discreto y muy mal El Capea.

Seis toros del Marqués de Domecq, correctos de presentación y de pobre juego en general por falta de casta. Muy deslucido, el segundo; manejables, tercero y cuarto. A menos y brusco, el quinto. Sin clase, el sexto.

Rivera Ordóñez: pinchazo y media tendida (silencio) y estocada baja (silencio).
El Fandi: pinchazo y estocada honda (silencio) y pinchazo, estocada y dos descabellos (una oreja).
El Capea: media tendida (silencio) y media caída (palmas).

Plaza de Málaga, 6ª de Feria. No hay billetes. El Fandi fue atendido de un varetazo leve.

Carlos Crivell.- Málaga

Se cayó El Cordobés y parece que no había mejor sustituto que El Capea. No debió importarle mucho ese detalle a la masa que llenó La Malagueta. Siempre es más agradable contemplar una plaza llena que medio vacía. Se supone que esa masa había acudido a ver a Rivera o al mismo Fandi. A verlos en la plaza y poco más. Al final se supo: querían escuchar música.

Fue una corrida que supone un paso más en el lento deterioro de la Fiesta. Y esta vez no fue porque la corrida fuera chica, no, fue un lote correcto, pero muy vacío de casta. Porque es un deterioro que no se pueda mencionar nada del toreo de capa en seis reses. De quites, mejor no hablar. Cuando algún espada lo intentó, mejor hubiera sido que se hubiera tapado, tal como ocurrió con El Capea.

¿Y los tercios de varas? Llegará un día que los picadores no tendrán trabajo. En estos momentos es un exceso sacar dos varilargueros para picar lo que hay que picar. El trámite de esta suerte llega a situaciones ridículas, como la de El Fandi pidiendo el cambio antes de que el primero de su lote acudiera al segundo puyazo, que naturalmente fue un simulacro y que el palco, con una precipitación llamativa, concedió de inmediato.

Rivera Ordóñez no pudo hacer nada con el primero. Lo había recibido con una larga en el tercio. Puso banderillas con soltura. Al segundo pase por bajo de la faena de muleta, el del Marqués se lesionó las pezuñas, de las que algunos trozos quedaron esparcidos por el albero. Sólo le quedó matarlo.

El cuarto iba y venía con poca clase. Rivera estuvo porfión en una labor sobre la derecha con poco ajuste. No estuvo muy a gusto con el toro y lo mató pronto. A este cuarto no le puso banderillas. En realidad, Francisco debería definirse sobre este aspecto, porque cuando no las coloca siempre surge la protesta que no le beneficia.

El Fandi fue fiel a su tauromaquia. Se entregó con el capote con menos brillantez que otras veces y puso hasta siete pares de banderillas, todos muy poderosos, algunos de buena ejecución y todos muy celebrados.

Al segundo no pudo enjaretarle pases de muleta, básicamente porque el toro se paró en una demostración enorme de falta de casta. El quinto, toro voluminoso, llegó al final con medio recorrido y con la cara por las nubes. Ni un solo pase de muleta limpio dejó el de Granada. El público le había gritado lo de ¡torero, torero! en banderillas. No hubo faena y necesitó para matarlo un pinchazo, una estocada defectuosa y dos descabellos.

En una plaza de primera se le concedió una oreja después de matar de forma tan mala. Ya quedaba claro qué tipo de público era el que había llenado la plaza. Es evidente que esa oreja no puede tener el mismo valor que otras. Es más, es preciso que un día llegue la autoridad y se ponga firme y se niegue a dar semejantes trofeos, pero sería mucho pedirle a la señora de ayer ocupó el de Málaga que defendiera la categoría de su plaza, que con una oreja así, sin un pase bueno y cuatro agresiones para matar, suponen un atentado contra la plaza. Es uno de los grandes desastres del Reglamento, que deja en manos de la masa la concesión del primer trofeo. Y El Fandi no tiene la culpa.

El Capea era el sustituto. Al verlo deambular por la plaza, muchos aficionados se lamentaban de que tantos y tantos toreros que se están jugando la vida en plazas de responsabilidad no hayan podido acceder a este puesto. No hace falta ni dar nombres. O se dan. Antonio Nazaré tiene el mismo apoderado y viene de estar muy bien en Sevilla. Pues pusieron al hijo del querido maestro salmantino.

Su labor con el tercero fue un compendio sobre cómo se puede estar mal con un toro posible. Ni se puso en el sitio, ni templó ni mandó la embestida de un animal que siempre que lo citó acudió al engaño. Fue una sucesión de muletazos corrientes que no llegaron a ninguna parte.

En el sexto se pudo entender a lo que habían acudido algunos: a escuchar música. La pidieron en todos los toros, sin importarle lo que pasaba en el ruedo. Estaba Pedro El Capea pegando muletazos horribles, despegados y enganchados, cuando algunos pidieron música. El toro no era nada, más bien tenía poca clase, pero lo de El Capea es para que alguien sensato le diga la verdad, porque parece que el maestro salmantino está ciego.