Enrique Ponce hizo una exhibición de inteligencia y facilidad torera con un astado noble y flojo para cortar las dos orejas en la 7º de Málaga. Muy baja de casta la de Juan Pedro ydetalles de Finito y ansias en David Galván.

Plaza de toros de Málaga, 7ª de Feria. Casi tres cuartos de plaza. Seis toros de Juan Pedro Domecq, muy justos de presencia y bajos de casta y fuerzas, nobles y sosos. Ponce salió a hombros por la Puerta Grande.
Enrique Ponce, celeste y oro, estocada que asoma y estocada baja (saludos tras aviso). En el cuarto, estocada caída (dos orejas tras aviso).
Finito de Córdoba, sangre de toros y oro, pinchazo y media baja (pitos). En el quinto, pinchazo hondo y dos descabellos (saludos tras aviso).
David Galván, celeste y oro, estocada trasera y descabello (una oreja). En el sexto, estocada desprendida y descabello (saludos tras aviso).

Carlos Crivell.- Málaga

El cartel quedó irreconocible. Se cayó el herido Jiménez Fortes y llegó Finito. Se cayó Manzanares, al parecer por un esguince de tobillo, y probablemente mental, y apareció el joven David Galván. El caso de Manzanares no extrañó a nadie, sobre todo por la penosa imagen que mostró en esta plaza en la corrida del viernes. El diestro ha desmentido que corte la temporada y que vaya a cambiar de apoderado. A veces hay que desmentir algo antes de que se confirme.

Se lidiaron, por decir algo, toros de Juan Pedro, algunos cinqueños, sin ninguno de los atributos que deben adornar al toro bravo. No vale la bondad, el toro que pide la fiesta debe dar miedo al torero y a los espectadores. Lo de Juan Pedro en Málaga son ganas de confundir al personal. Esto solo vale para el matadero.

Se quedó Enrique Ponce del cartel original. El eterno Ponce, capaz de mantenerse contra modas, arrimones y otras decadencias. En Málaga es muy apreciado porque se lo ha ganado en el ruedo. El maestro de Chiva no defraudó. Su labor con el cuarto, un toro noble, flojo y de embestida a media altura, fue un prodigio de inteligencia y buen gusto. Fue una lástima que el toro no permitiera el toreo por abajo. Ahí ganó su labor en inteligencia lo que perdió en profundidad. Ponce administró al toro de manera perfecta. Es la lucidez mental de un matador en la fase más serena de su trayectoria, cuando ya no hay que forzar la máquina para ganarse los contratos. Con los tiempos precisos para no agobiar al de Juan Pedro, fue construyendo una faena creciente, que acabó con algunas tandas ligadas plenas de buen gusto. No es que tuviera delante un toro de respeto, en absoluto, porque era un astado de una dulzura beatífica, y ello puede minusvalorar esta faena, pero es lo que tenía delante y le sacó un partido insospechado. Los ayudados a media altura y los genuflexos, que algunos llaman ‘poncinas’, fueron la culminación. Como dato en contra, no debería Ponce abusar de tanta gesticulación y diálogos con el tendido. El fervor de La Malagueta puso el colofón tras una estocada trasera. Dos orejas. A estas alturas a Ponce no se le puede medir por trofeos. Se le mide por su poso de sabiduría, por su porte torero y por su afición, que le mantienen ahí como si el tiempo siguiera detenido.
Había matado al primero sin pena ni gloria. A un toro soso y sin fuerzas, el valenciano le trató con mimo, aunque ello no fuera suficiente para enderezar una embestida bobalicona.

Finito paseó su momento por la plaza. Del mitin del segundo a la confianza mayor, y por tanto a lograr muletazos de gran belleza, con el derrengado y nobilísimo quinto. De la bronca en su primer toro por una labor sin ponerse en el sitio, a una faena de pases hermosos en el quinto. Es lo más que se puede esperar de este torero en esta fase. Nada de heroicidades ni de cruzar la raya, solo esperar a que uno meta la cara con bondad pastueña, como ocurrió con el quinto, para dibujar algunos pases a cámara lenta, verdaderos cuadros toreros, todo ello con poca ligazón, uno aquí y otro allí, pero muy bonitos por el empaque y la prestancia, algo consustancial a Juan Serrano. El saludo a la verónica ya fue un primor, tres lances cargando la suerte y un recorte. Para esculpirlos en bronce. El toro de cada tarde no será siempre tan suave como ese quinto de Juan Pedro. De un matador de toros en activo se espera una mayor capacidad para estar delante de toros de más fuelle, algo que quizás no aguante el de Córdoba. Pero qué bonitos fueron sus muletazos, como si estuviera en un tentadero.

El joven de la terna era un torero prometedor de nombre David Galván. Junto al regusto de los veteranos, Galván es pura fibra. Tiene valor y maneras. El tercero le permitió una faena que subió de intensidad conforme se acercaba al remate. Desplazó al animal en los derechazos y se fajó en los naturales. Notables, los remates por bajo. Puso de acuerdo a toda la plaza con unas manoletinas tan ceñidas que saltaron hilos de oro de su chaquetilla. Todo eso, y la estocada rápida, le dieron la oreja para que siga soñando con llegar alto en esta profesión.

El sexto fue otra birria. Muy flojo, sin recorrido, con la cara alta, fue una piedra de toque imposible para modelar un toreo de clase. Galván dio pases a algo que ni estaba ni se le esperaba. No le quedó otra que ponerse cerca, aunque sufriera algún atropello. Le salvó la voluntad.

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