En la nocturna de Málaga, al margen de dos orejas para, una para Barrera y otra para Ortega, hubo desagardables momentos con la mofa del público para un torero algo obeso, pero un torero bueno, Juan Carlos de los Ríos

Cuatro toros de Jaralta y dos de Carlos Núñez, cuarto y sexto, todos bien presentados excepto el quinto de Jaralta, sin pitones. Los del hierro anunciado, complicados y violentos, excepto el tercero, más noble. Los de Núñez, muy mansos y deslucidos.

Mari Paz Vega: pinchazo y estocada baja (saludos) y media estocada (palmas).
Antonio Barrera: estocada contraria (una oreja) y media atravesada y descabello (saludos tras aviso).
Joselito Ortega: estocada tendida (una oreja) y media tendida, estocada que asoma y diez intentos de descabellos (palmas cariñosas tras tres avisos).

Plaza de Málaga, 10ª de Feria. Corrida nocturna. Tres cuartos de plaza. Saludó en banderillas Pepín Monge. Buen puyazo de José M. García Pérez al primero.

Carlos Crivell.- Málaga

Fue una corrida de toros nocturna con algunos momentos muy desagradables para el buen aficionado, si es que en la plaza había alguno. El personal que asistió al coso, bien pertrechado de comidas y bebidas, no encontró grandes motivos para la distraerse en lo estrictamente taurino, a pesar de las dos orejas que se cortaron, de forma que para divertirse tomó como centro de sus chanzas a un banderillero. Se trata de Juan Carlos de los Ríos, hijo de El Formidable y heredero natural, por genética, de sus robustas formas.

No pudo clavar en dos pasadas en el tercero y arriesgó para dejarlas y fue prendido. Se libró de una cornada de milagro. La gente ya se había percatado de sus anchas proporciones; los cuchicheos antes de entrar a clavar eran claros. La masa informe había encontrado el objetivo que podía salvar su noche.

El sexto fue un manso integral. Campaba por la plaza y Juan Carlos era el encargado de su lidia, que por lógica resultó engorrosa ante la mansedumbre del astado. Cada capotazo del torero fue coreado con “olés” alargados en plan de rechifla. Los capotazos eran buenos, el hombre ni se daba por enterado, pero la cruel masa anónima y desvergonzada ya había hallado un motivo para celebrar la noche, ya podía soltar sus tensiones y también desahogar la carga etílica que llevaban encima. En La Malagueta, un torero con el capote en las manos era objeto de la mofa popular para regocijo de unos indocumentados taurinos que no habían tenido mejor sitio donde pasar la noche ferial.

Y lo grave de este espectáculo nocturno tomado a pitorreo es que en la plaza había toros, no esos borregos que matan las figuras; toros con genio y aspereza que necesitaban lidiadores expertos. Fueron tres de Jaralta los que desarrollaron los problemas del mal estilo, porque los de Núñez fueron dos mansos como ya se ven pocos en los ruedos. Y con ese pedazo de toro en la plaza, frente a toreros que suelen torear poco, salvo el caso de Barrera, la plaza buscaba sus motivos de diversión. Por eso, era preferible que se dedicara a pedir orejas por faenas corrientes, porque lo del banderillero fue algo que lastima a cualquiera con un mínimo de conciencia taurina.

Mari Paz Vega estuvo airosa con el capote en el primero. El toro fue malo y la malagueña se estiró en derechazos estimables que no tuvieron mucha ligazón. Mucha voluntad siempre y por encima de las condiciones del animal. El cuarto, de Núñez, le arruinó la noche. Era muy manso y se echó varias veces, como si estuviera enfermo, durante el intento de faena. Noche muy digna para la torera.

Antonio Barrera le dio muchos pases al segundo pero no acertó a templar sus embestidas. Estuvo afanoso y valentón, aunque casi siempre embarullado y con excesivos enganchones. Una estocada de rápidos efectos dio paso a una oreja sin historia. Con el quinto, toro de menos presencia, parado y reservón, volvió a estar insistente y porfión con algunas tandas más entonadas, sobre todo una al natural, aunque de nuevo se embarulló más de lo debido.

El toro más potable de la noche fue el tercero, con el que Joselito Ortega se mostró sereno y confiado conforme se percató de sus buenas condiciones. El animal había manseado y cogido al banderillero orondo, pero llegó franco por ambos pitones. A pesar de que denota su falta de oficio, las tandas con la diestra fueron limpias y de pases largos y de mano baja. Lo mismo pasó en algunos naturales de buen tono. Aunque la oreja también fue generosa, bien por Ortega en este tercero.

Esa falta de oficio le jugó una mala pasada en el sexto, el toro de la diversión de la chusma. Se picó de mala manera y llegó violento y huyendo a la muleta. Lo intentó sin lucimiento y se atascó con la espada para llegar a escuchar tres avisos. Mala suerte. Así acabó una noche negra para La Malagueta. Lo primero, siempre, es el respeto al torero. Más cuando está delante de un toro de verdad. Habrá que recapacitar si para esto hay que celebrar festejos noctunos. 

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