Seis toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presencia y juego. Segundo y tercero, mal presentados. Quinto y sexto, grandes y mal hechos. El cuarto, bravo y noble, fue excelente. El sexto, manso.

El Tato, de turquesa y oro, bajonazo (silencio) y dos pinchazos y estocada caída (saludos tras aviso).
José Tomás, de verde y oro, pinchazo y estocada trasera (saludos tras aviso) y pinchazo, estocada atravesada y dos descabellos (vuelta al ruedo tras dos avisos)
Sebastián Castella, de negro y oro, media fulminante (una oreja) y estocada desprendida (una oreja tras aviso).

Plaza de Málaga, 4 de abril de 2010. No hay billetes. Saludó en banderillas José Chacón.

Carlos Crivell.- Málaga

El duelo entre Tomás y Castella se saldó con un triunfo absoluto para el francés, sobre todo por la lección de dominio y valor que exhibió en el manso sexto. Los toros de Cuvillo que lidiaron ambos fueron mediocres, tanto en trapío como en su comportamiento. La tarde malagueña le tenía reservada a El Tato, el día de su vuelta a los ruedos, la suerte de encontrar a un toro de bandera, el cuarto, que fue bravo en el caballo y embistió con nobleza excepcional.

Tomás dio una lección técnica y un curso de valor con su primer toro, flojito y rebrincado, al que mimó y enceló para poder ligar tandas de más emoción por la incertidumbre del animal que por la propia entidad de unos muletazos muchas veces enganchados. Tomás comenzó con estatuarios, muleteó por ambos pitones con quietud y no acertó en la hora de la muerte.

Definitivamente, no fue su tarde de suerte con sus queridos Cuvillos. El quinto, bien presentado, no fue tampoco un toro pastueño, embestía a tornillazos, lo que arregló el diestro con una buena dosis de valor y mucho temple. Tenaz y porfión, la faena fue intensa por los problemas del animal. En ocasiones el pase surgió perfecto; en otras volvieron los enganchones. A toro ya apagado, apareció un torero perseverante en muletazos cortos citando en corto de perfil. Sonó un aviso antes de las manoletinas, que pusieron un grito en los tendidos por la cercanía. El toro, pasado de faena, no ayudó en la muerte. El público, algo sugestionado, llegó a pedir la oreja después de escuchar dos avisos.

Castella también puso su tauromaquia en práctica. Cortó una oreja al tercero por una labor en la que desde los pases por la espalda hasta los circulares hubo un curso de quietud y templanza. La condición del animal, con pocas fuerzas, le privó de mayor rotundidad. La media estocada fulminante fue decisiva para cortar la oreja.

El sexto, mal hecho y con más de seiscientos kilos, fue manso, igual que los mansos de toda la vida. La gente no está preparada para ver la lidia de estos toros y protestó. El francés lo buscó y lo doblegó en los doblones de salida. Se lo llevó al centro y se jugó las femorales con una quietud pasmosa. Dejó la muleta colocada para engarzar los pases y la plaza vibró. Fue el milagro del valor que logró que un manso pareciera un toro corriente. Todo ello en el centro y con un dominio y seguridad que le hicieron vencedor del duelo. El manso parecía un corderito al final.

El Tato se llevó los dos buenos de Cuvillo. El primero fue encastado y repitió en la muleta. Raúl se esforzó con el problema del viento en contra y los nervios de la vuelta. No acabó de encontrar el sitio, se ayudó mucho de la espada de ayuda y no llegó nunca a estar a la altura del astado.

El cuarto, dicho queda, fue el toro soñado. El Tato estuvo bien con el capote, muy torero en todo momento, sobre todo en el comienzo de la faena con bellos doblones. El animal le permitió a Raúl Gracia relajarse en una faena con pases muy toreros por ambos pitones, todo con algunas intermitencias, pero es algo que le permitirá seguir ilusionado en esta vuelta a los ruedos. Falló con la espada y perdió algún trofeo.

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