Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Seis de Núñez del Cuvillo, adecuadamente presentados, y un primero bis de Lagunajanda. El que abrió plaza fue devuelto porque casi lo matan en el caballo y quedó totalmente inválido. De la ganadería titular el tercero y el cuarto fueron aplaudidos en el arrastre. El sobrero de Lagunajanda salió complicado.
Toreros: Javier Conde, aviso y bronca en su primero; y aviso y pitos en el cuarto. Mató fatal.
José Tomás, estoconazo, aviso y oreja en el segundo, y otro estoconazo y oreja con fuerte petición de la segunda en el quinto.
Miguel Ángel Perera, resultó herido en un quite al segundo de la tarde, lo que no impidió que le tumbara un apéndice a cada uno de sus toros. Mató al tercero de media en buen sitio y al sexto lo despachó de pinchazo y entera para escuchar un aviso.

Domingo de Resurrección, 12 de abril del 2009
Plaza de toros La Malagueta

Este Domingo de Resurrección ha traído consigo una de esas tardes de toros que no se le pueden olvidar al aficionado. Dos toreros grandes, José Tomás y Miguel Ángel Perera rivalizaron en entrega, dominio, valor y arte. Usted sabe que sus estilos son muy distintos, pero tienen el común denominador de torear con verdad. Empecemos por tratar de describir lo indescriptible, o sea, la grandeza de José Tomás.

En el transcurso de la lidia del segundo, el viento no dejó de soplar con fuerza de huracán. Eso no obstó para que, después de torear a la verónica, el de Galapagar se echara el capote a la espalda para quitar por gaoneras. Después de las primeras cuatro o cinco que quitaron el resuello a todo el cónclave, el bicho le cogió aparatosamente por culpa del aire. José Tomás volvió serenamente a la cara del toro y le pegó otros dos lances de frente por detrás aun más ajustados. Eso ya valía el billete. Perera replicó ¡por gaoneras! y también fue alcanzado por el torito, sólo que el extremeño sí se llevó una cornada en la pantorrilla izquierda.

Con la muleta José Tomás dictó cátedra de voluntad, oficio y pasión, logrando tandas de naturales enormes aguantando al toro y al vendaval. Huelga decir que toda la plaza dudaba entre aplaudir, desmayarse o llorar de emoción. Yo no he visto jamás a un torero pegar muletazos tan extraordinarios con la sarga flameando por aquí y por allá.

Abrochó el trasteo con cuatro ayudados por alto que a Ruano Llopis le hubiera encantado pintar. Se tiró a matar como siempre, en corto y por derecho, consiguiendo así que la remolona presidenta le otorgar una oreja.

No sé, parece que con este monstruo del toreo la gente comienza a pensar que este tipo de gestas son obvias. Quiero decir que en esta misma plaza y por mucho menos, a otros coletudos les dan miles de orejas. Sin ir más lejos, ayer aquí mismo, Castella cortó dos orejitas por algo bastante anodino.

Salió el quinto, un animal jabonero sucio que fue un manso con mucho peligro. No escatimó un quite por chicuelinas modernas pasándose al toro muy, muy cerca. Y viendo en el manso alguna posibilidad de lucimiento brindó al respetable la muerte del burel.

Otra vez arreció el aire, pero Eolo no pudo demeritar una faena grandiosa. Le aseguro a usted que pegó los derechazos más suaves del mundo, aguantando miradas, coladas y gañafones. De pronto, entre el silencio se oía al torero decir, muy bajito, muy bajito: ¡Venga torito bueno! Y el torito parecía convencerse de que ante esos mimos y ese poder tan colosal no quedaba otra salida más que embestir y humillar.

Hubo tandas de naturales (el peor pitón del bicho), trincherazos, manoletinas, lo que usted guste y mande. Todo con poderío, con la figura perfecta, con elegancia, en fin… La estocada fue espectacular y aunque el público quería premiar a José Tomás con dos orejas, la presidenta (un poco burriciega quizás) le negó la segunda. Lo de menos es lo de menos y ahí quedan dos faenas como brillantes para la historia del toreo moderno.

Pasemos a lo hecho por Miguel Ángel Perera. Su primero fue un toro alegre y bravo que sólo tuvo el defecto de que casi no fue picado porque los de Núñez del Cuvillo son –como casi todo lo que hoy sale por toriles- también toros justitos de fuerza.

Perera inició la faena de muleta con una decena de pases templados por bajo sin enmendar. Este torero es sin duda poseedor del secreto del temple. A continuación, largo y fino, ligó sensacionales tandas por ambos pitones rematadas con enormes forzados de pecho. El toro, de tanto embestir y entregarse terminó por arruinarse la manita izquierda y Perera lo mató de buena media. Cortó una oreja de peso.

El que cerró plaza fue un castaño bueno pero muy débil. Con él, Miguel Ángel se inventó una faena de muchos riñones llegando inclusive al tremendismo. Sobresalieron una media docena de dosantinas perfectas y unas joselillinas o bernadinas que pusieron la piel de gallina al más pintado.
Pinchó en lo alto y luego dejó una entera caída y perpendicular que bastó. Paseó otra oreja indiscutible antes de dirigirse a la enfermería.

Del primer espada, Javier Conde, no hay gran cosa que reseñar. Valga decir que nos deleitó con su peculiar mezcla de pavor y cloroformo taurino.
Cierro la crónica con una pequeña reflexión sobre el más grande, el único, José Tomás: este torero tiene el valor de volver hermosa la verdad, aunque ésta sea trágica y peligrosa.

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