Carlos Crivell.- El Puerto vivió una hermosa tarde de toros, más brillante en el ambiente que en los contenidos. Fue maravilloso observar al gentío ilusionado en los tendidos, ocupados por un cincuenta por ciento de extrema generosidad, dispuestos a ver una tarde de toros para la historia. Y fue una tarde para la historia, por mucho que en este texto no podamos reseñar verónicas de alhelí ni muletazos capaces de detener el tiempo.

Morante cuidó esos detalles toreros que tanto le gustan, como la llegada a la plaza en una carriola con el botijo marcado con su nombre en el techo; un vestido nuevo de color purísima con originales bordados en oro; esa solemnidad en la puerta de cuadrillas al frente de su gente para escuchar el himno nacional; el mismo paseíllo, marcando el compás hasta llegar hasta el palco; la prestancia de su saludo ante la atronadora ovación de unos tendidos que le agradecían, antes de que todo comenzara, su gesto único de ponerse delante de seis toros marcados con un hierro poco habitual en las altas esferas del toreo. La plaza le dio su bendición clamorosa por delante. Luego, todo lo que sucedió fue una historia previsible. Morante mató seis toros en menos de dos horas, a pesar de que se devolvió el quinto a los corrales. Se dice que los mató y se resume todo, porque no hubo casi nada más en el plano artístico en el festejo.

Parte de ese público generoso y agradecido que lo vitoreó a la entrada lo increpó al final de la corrida. La ilusión había quedado derrotada. Los toros de Prieto de la Cal no dieron ninguna posibilidad de lucimiento. Para colmo, Morante se desinfló conforme salían jaboneros al ruedo y acabó desencantado. Todo ocurrió según uno de los guiones posibles de una corrida de este tipo. Otro guion diferente, el de la corrida triunfal llena de verónicas, chicuelinas, naturales, derechazos, trincherillas y demás suertes del toreo, era poco menos que una quimera.

La ganadería de Prieto de la Cal no pudo anunciar más que seis toros. No pudo preparar ni siquiera un sobrero. El lote fue desigual de presentación, en general pobres de cara, aunque su tipo fue el clásico de la casa. De esta cada ganadera se espera un toro encastado y agresivo, más expresivo en los primeros tercios, pero entre los que salieron en El Puerto no hubo ninguno con casta. Es cierto que la corrida se tapó en el caballo, donde su pelea fue más que aceptable. Un tercio de varas donde se machacó a los toros en un castigo desmedido. No debe ser una excusa, pero alguno lo acusó al final. De clase en los toros, mejor ni hablar. Ninguno tuvo fijeza ni entrega; la humillación brilló por su ausencia y muchos se movieron con una gazapeo desesperante. Varios de los toros acusaron falta de fuerzas. El lote de Prieto de la Cal, como era previsible, no fue apto para el toreo de nuestros días.

El quinto fue devuelto por la presidencia sin ningún motivo aparente. Andarín, con poco gas, escasa fijeza y nula acometividad, el toro deambuló por el inmenso ruedo portuense y, cuando se esperaba el cambio de tercio, salió el pañuelo verde. Como sobrero se lidió un insignificante toro de Parladé, indigno de una plaza de toros de mediana categoría, flojo y que se echó al final del trasteo de Morante. El detalle del sobrero es significativo, no ya por su escaso juego, sino por su presentación. No se cuidó este detalle.

Con esta corrida tan mala, Morante naufragó. Fue un torero derrotado de antemano, sin ideas, atolondrado, empecinado en masacrar a los toros en el tercio de varas, incapaz de improvisar algún detalle distinto, negado para ofrecer una lidia diferente a la del natural o el derechazo. En el cómputo de su tarde se anotan algunas verónicas, cuatro, al tercero; otras más sueltas al cuarto y nada más. No intervino en ningún quite. Con la muleta, tres ayudados de mérito al segundo, algunos derechazos al sobrero, alguna trincherilla perdida en la espesura y los intentos vanos con el sexto. Estuvo habilidoso con la espada y los mató a todos relativamente pronto, aunque ello no quiere decir que los estoqueara bien.

El que abrió el festejo marcó la pauta. Con los pitones destrozados, puso en serios apuros a Lili. El toro se orientó pronto después de pasar dos veces por el caballo. Morante, que salió en los seis toros con el estoque de acero, lo pasaportó con prontitud. La plaza aplaudió en un gesto de confianza y de estímulo.

Se torció del todo el asunto en el segundo, que en septiembre hubiera cumplido los seis años. De salida pregonó su ausencia de calidad. Saludó por dos buenos pares el banderillero José Diego Ferreira. El toro tomó tres varas, un castigo excesivo y que fue ya la norma habitual durante la lidia de los restantes animales. Si Morante pretendía limar sus asperezas en el caballo, lo único que consiguió fue quitarle a los de Prieto las pocas fuerzas que atesoraban. El animal llegó aplomado y sin recorrido a la muleta y solo hay que destacar algunos ayudados con calidad.

El tercero salió alegre de chiqueros y Morante se pudo lucir con el capote. De nuevo permitió un castigo brutal en el tercio de varas, a todas luces innecesario. Como era previsible, en la muleta echó la cara arriba en actitud defensiva. A estas alturas, los silencios acompañaban al torero como respuesta a su labor y el toro «fue aplaudido en el arrastre», como si hubiera sido de lujo.

El único negro de Prieto, el cuarto, fue picado de mala manera en la paletilla y también de forma excesiva. No tuvo ninguna cualidad positiva y Morante mostró demasiadas precauciones.

Con el sobrero chiquito de Parladé, recibido con una sonora protesta porque nadie entendía los motivos del cambio, se pudo estirar en algún lance de salida. A este toro también lo castigó de más en el caballo con dos puyazos fuertes, algo completamente incomprensible y que pone de manifiesto que el torero ya estaba obnubilado y desencantado. Tras algunos intentos por la derecha, el de Parladé se echó sobre el albero.

El último de la suelta, un jabonero de pobre presentación, tampoco demostró ninguna cualidad positiva. Entró dos veces en el caballo y se cayó en banderillas. Ante un toro gazapón y que metía la cara sin decir nada, Morante lo pasó por alto de pitón a pitón, lo intentó sobre la derecha y lo mató.

Al finalizar la corrida se dividieron las opiniones. Una parte pitó y chilló, mientras que otra aplaudió al torero en una retirada muy diferente a la que había protagonizado dos horas antes.

La corrida de Prieto fue mala como se podía presagiar de antemano. Morante se hundió muy pronto ante la imposibilidad de poner en práctica su tauromaquia, aunque su imagen no fue buena. Se echó en falta más disposición en la lidia, que hubiera impedido el castigo brutal a las reses, que hubiera intentado ese toreo de dominio sobre las piernas… Morante acudió a torear a los de Prieto de la Cal como si fueran reses de una ganadería habitual de nuestros días. Sabía lo que podía ocurrir y se presentó sin ninguna fórmula para poder resolver los problemas. Todo fue muy previsible. La ruina de la ganadería y la actitud precavida de un torero con pocos recursos acabaron con la tarde. Que fue histórica, por supuesto, porque solo el detalle de anunciarse era de mérito. Pero hay que estar de otra forma.

Plaza de toros de El Puerto de Santa María. 7 de agosto de 2021. No hay billetes con la plaza con inmejorable aspecto. Cinco toros de Prieto de la Cal y uno – quinto como obrero – de Parladé, de presentación desigual y muy mal juego por descastados y falta de calidad, incluyendo al sobrero, de mala presentación y sin fuerzas.

Morante de la Puebla, de purísima y oro. En el primero, estocada (silencio); en el segundo, pinchazo y estocada caída (silencio); en el tercero, pinchazo y estocada caída (silencio); en el cuarto, pinchazo y estocada tendida (silencio); en el quinto, pinchazo y media estocada (silencio), y en el sexto, pinchazo y estocada corta (silencio). División de opiniones al finalizar.

Se interpretó el himno nacional antes del paseíllo. Saludó José Diago Ferreira. Buenos pares de Fernando Sánchez.  

 

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