Gastón Ramírez Cuevas.- Novillos: seis de Barralva, feos y mansos. El primero y el segundo medio se dejaron torear.
Novilleros: Luis Conrado, mató al que abrió plaza de un espadazo a medio lomo, salió al tercio. Al cuarto lo despachó de entera delantera, tres descabellos, intento de otra estocada y un golpe de verduguillo final: al tercio con fuerza tras dos avisos.
Angelino de Arriaga, en el segundo de la tarde, medio metisaca en buen sitio y afortunado descabello: oreja. Al quinto le pasaportó de estocada trasera y caída: oreja muy protestada.
Leandro de Andalucía, a su primero le pegó tres pinchazos, una media, y escuchó dos avisos: silencio. Al sexto le mató de buena entera: palmas.

Domingo 9 de octubre del 2011
Décimo segunda novillada, última de la temporada de la Plaza de toros México

Luis Conrado vino a rifársela. Pero sus novillos no le ayudaron mucho. Al que abrió plaza le recibió con una media larga afarolada de rodillas en el tercio, luego lo veroniqueó con afán y quitó por una sola gaonera pues el bichillo no daba para más.  El desecho de tienta medio se empleó en la muleta, y Luis logró derechazos muy templados y largos. Por el perfil natural, el capitalino le endilgó al cornúpeta varios muletazos ayudados de muy buena factura. Abrochó el trasteo con un genuino molinete de rodillas, un derechazo, cambio de manos por delante, un natural y el de pecho, sin escatimar los ayudados por alto. De haber matado con mayor gracia, hubiera paseado la oreja del triste animal de los señores Álvarez Bilbao.

En el cuarto, un rumiante débil, muy débil, que nunca embistió por derecho, Conrado se dedicó a derrochar valor y pundonor toreros. De hecho, en un inverosímil derechazo, el toro se lo echó al lomo y le pegó una buena paliza.

El carismático torero de Mixcoac, convertido en el proverbial león, volvió a la cara del astado sin mirarse la ropa, logrando emocionar a los poco más de cuatro mil espectadores con muletazos por el pitón derecho muy cerca de la faja. Lástima que la estocada delanterita no bastó y que luego Luis descabelló muy mal. Sin embargo, ahí quedan el aguante, la clase, y las ganas de ser.

Joaquín Angelino se llevó el gato al agua. Al segundo de la tarde, un torillo que por cornivuelto parecía traído de la Camarga, el hijo del gran Pulques le hizo un faenón de libro. Sólo faltó el toreo al natural. Pero no olvidaremos fácilmente los enormes derechazos, ni los desdenes, ni los medios molinetes, ni los trincherazos. Hay que ver cómo acompaña cada pase sentado en los riñones y con una alegría singular. La oreja fue un justo premio a su labor.

Angelino chico volvió a cortar otro apéndice en el quinto, pero no sabría muy bien decirle a usted por qué. El trasteo fue voluntarioso y la estocada defectuosa. Eso no obstó para que el juez sacara su pañuelito. Fue un poco vergonzoso ver cómo la gente pitaba al novillero en la vuelta y cómo éste quiso sacar a los ganaderos de su guarida para que festejaran con él. Gracias a Dios todavía les queda un poco de clase a los criadores de lo de Barralva y se negaron a participar en el numerito.

Leandro de Andalucía estuvo en torero toda la tarde, pero nadie le hizo caso. Sorteó en primer lugar a un toro tardo y deslucido, al que trató de hacerle las cosas bien tanto con el percal como con la pañosa. Ni el viento ni el toro le ayudaron, y aunque logró buenos naturales en tablas, la gente se portó muy fría con él.
El sexto fue un novillo manso a más no poder, al que a base de oficio, quietud y entrega, Leandro le arrancó muy buenos pases por ambos pitones. El respetable había huído del feroz aguacero y nadie aquilató la labor del diestro colombiano. Habrá, espero, tardes mejores para el coleta de Villapinzón, que de verdad las merece.

Termino la crónica con una nota torera y nostálgica. Pude saludar, antes de entrar al embudo de Insurgentes, al gran Pana, y regalarle un habano. Rodolfo Rodríguez, al igual que hace treinta y cinco años, me agradeció el pobre obsequio con un: ¡Gracias chamaco! que me supo a gloria. El Brujo de Apizaco estaba triste, pues no entendía cómo la gente ya no va ni a la novillada de triunfadores. Sí maestro, se nos fueron los buenos tiempos, cuando usted llenaba la plaza al conjuro de un solo nombre.

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