Gastón Ramírez Cuevas.- En la novena corrida de la temporada en la México salió a hombros de forma exagerada Fabián Barba, mientras que el triunfo de verdad fua para Morenito de Aranda y la ganadería de Santa María de Xalpa. 

Toros; Siete de Santa María de Xalpa, excelentes de estampa y con leña. Salvo el lote de Morenito de Aranda los demás fueron bravos y nobles. La gente ovacionó de salida a todos menos al quinto. Les fue concedido el arrastre lento al tercero y al de regalo. Ya camino al destazadero, se ovacionó de pie a todos los pupilos de los señores Pérez Lizaur y Valladares García, salvo al sexto que fue pitado por débil.
Toreros: Fabián Barba, división en su primero; salida al tercio y pitos cuando intentó dar una vuelta al anillo en el cuarto de la tarde. En el séptimo –al que le partieron el pitón derecho en el burladero de matadores- cortó dos orejas inexplicables. Salió a hombros. Su labor con la espada tuvo el siguiente balance: media baja tendida y bajonazo en el que abrió plaza. Dos pinchazos y estocada muy caída en el cuarto. Entera caída con derrame al primer viaje en el sobrero.
Miguel Ortas “Miguelete”, en el segundo de la tarde, cuatro pinchazos y un descabello, pitos. Entera a la media vuelta y pitos en el quinto.
Morenito de Aranda, en el tercero del festejo, estocada hasta la bola para hacer rodar al toro sin puntilla, oreja con división. En el último de la lidia ordinaria, saludó en los medios después de dos pinchazos en lo alto y uno hondo que hizo doblar al toro.
Entrada: quizá dos mil parroquianos en una tarde gélida y con un poco de lluvia.

Domingo 3 de enero del 2010. Novena corrida de la temporada de la Plaza de toros México

De pronto, la Plaza México se vuelve el sueño dorado de Fellini, por esa inefable mezcla entre lo serio y lo grotesco, que en este caso fueron, respectivamente, el encierro y el juez y el público. En esa tesitura, los mejores lotes de Santa María de Xalpa cayeron en manos de dos diestros que torean poco y no brillan por su oficio; y el único torero que se justificó correctamente, sorteó a un bicho duro y correoso, y a uno sin fuerza alguna, para lograr un triunfo bastante agridulce.
Vamos toro por toro:

El primero era un tío, muy bien puesto de pitones y astifino. No obstante, fue pronto, alegre, noble, y demostró muchas ganas de humillar. Lo mejor de la labor del hidrocálido Fabián Barba fueron dos verónicas suaves y dos cambiados por la espalda de aguante y valor sereno. En el desarrollo de la faena de muleta, el toro estuvo muy por encima de Barba, quien paraba la sarga y remataba (?) sus medios pases por alto y hacia afuera. El grito de ¡Toro, toro! no se hizo esperar. Intentó abrochar el trasteo con tres joselillinas y en dos salió trompicado por atravesarse. Este toro era para verlo en manos de toreros con sitio suficiente y el valor bien basado en la inteligencia. Acabo de describirle a usted el leitmotif de la corrida, con excepción de lo hecho por Morenito.

El segundo de Santa María fue igual de bueno. Miguelete echó mano de toda su sapiencia y su pundonor, pero eso no es mucho decir. Hubo algún buen derechazo y muchos gritos, desplantes a destiempo y otra vez los alaridos de ¡Toro, toro! Luego, a la hora de matar a un cornúpeta de triunfo serio, el mitin con la larga hizo que un aficionado desencantado y mordaz comparara en voz alta a Miguelete con Guillermo Capetillo: ¡con eso está dicho todo!

A Jesús Martínez “Morenito de Aranda”, le tocó un tercero que tenía mucha fuerza y que en la muleta se frenaba y tiraba derrotes taimados. Morenito se arrimó como los buenos y toreó entregado y largo cuando el burel se lo permitió. El respetable –válgame usted la ironía- le chilló con cierto nacionalismo de campanario, pensando que el toro era igual a los dos primeros. La estocada, enorme por cierto, debía haber convencido a tirios y troyanos, pero al pasear Jesús la merecida oreja, los de sol pitaron y los de sombra aplaudieron. Hay que saber ver al toro, pero eso necesita interés, inteligencia y trabajo, tres cosas que no se dan en maceta.

Con el segundo de su magnífico lote, Fabián tuvo su mejor momento al ejecutar un quite por gaoneras, ahí hubo mando, temple y arrojo. El toro fue tan extraordinario como los dos primeros o más. Pero, desde que Barba inició la faena de muleta con dos pases del Celeste Imperio, las cosas pintaban mal para el toro de Xalpa. Sin abrir la muñeca en un solo muletazo, el director de lidia toreó para la galería, perdiendo pasos y sin completar un solo pase. Ya en esos momentos, la entrega del público hacía temer lo peor, que vendría en el toro de regalo.

Miguelete se enfrentó a un quinto de gran alzada, pero que quería colaborar embistiendo de lo lindo. Hizo su aparición el toreo perfilero y con la pata buena más oculta que la honestidad de un político. De nueva cuenta, algunos buenos aficionados se desgañitaron con la cantilena de ¡Toro, toro! Uno de estos señores conocedores –rara avis- lanzó desde las alturas el siguiente comentario: “¡El mejor toro para el peor buey!” Sin comentarios…

El segundo toro de Morenito se fue para abajo después de la puya. A ese animal tan disminuido, el torero peninsular lo toreó con mimo, temple y aguante, metiéndose entre los pitones para lograr momentos emocionantes. Incomprensiblemente, el público, que habíale sacado las uñas al burgalés en su primero, se le fue entregando con un entusiasmo un poco desmedido: ¡Caprichos del pueblo mexicano!, que diría don José Álvarez “Juncal”, torero de Carmona. Si hubiera matado a la primera, cosa imposible porque el torillo ya no ayudaba nada, hubiera cortado un auricular menos discutido que el de su primero.

Fabián Barba regaló a un ensabanado (más que jabonero) que –por razones oscuras- había sido relegado al papel de sobrero. Fue un bicho bravo, noble e interesante. Desgraciadamente, ese toro, el bovino de la ilusión, pero con bravura, fue tontamente estrellado en el burladero de matadores antes del último tercio. La consecuencia fue que el pitón derecho del de Santa María se partió desde la cepa, más no se desprendió ni le tembelequeaba.

Creo no equivocarme si afirmo que cuando ocurre algo así, el matador debe evitar pasar a la res por el cuerno inútil. Fabián se gustó en grandes tandas de derechazos meritorios y de mucha calidad. Y vino una estocada buena, claro que sí, pero donde por fuerza Fabián tenía que salir por el asta relativamente inofensiva. El juez Balderas, que obviamente de esto sabe lo que yo del idioma de los esquimales, concedió gustoso dos orejas.

Cualquiera se pregunta si lo hecho por El Payo, por Arturo Macías o por Fermín Spínola para obtener igual número de trofeos, puede medirse con la misma vara. Y ni hablar de José Tomás y de Manolo Arruza quienes cortaron una oreja por hazañas de más fuste. Y no nos fijemos en el tema de los arrastres lentos, algo verdaderamente esquizoide: no se puede tratar igual al noble derrotado que al toro con genio, ni dejar sin premio póstumo a los bureles que resultan bravos y nobles aunque no tengan la suerte de enfrentarse a gran coleta.

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