Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 22 de enero del 2012. Décimo segunda corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Siete de San Isidro, salvo el segundo y el tercero, que fueron fáciles y noblones, los demás fueron un compendio de sosería, mansedumbre y cierto peligro. El de regalo –obsequiado por El Payo- dio una vuelta de campana y se fastidió para los restos. El segundo mereció arrastre lento.
Toreros: Uriel Moreno “El Zapata”, en su primero mató de un pinchazo, media, otra media, cuatro golpes de descabello y entera: dos avisos y algunos pitos. Al cuarto le despenó de un pinchazo, media estocada y una entera: aviso y pitos.
Sebastián Castella: al segundo le metió una entera tendida y a medio lomo que bastó: dos orejas y lento al burel. En el quinto de la tarde salió del paso con un pinchazo y entera casi en el rabo: silencio.
Octavio García “El Payo”: al tercero le pasaportó de entera tendida y miles de descabellos hasta que el toro dobló por su cuenta y riesgo: aviso y pitos. Al sexto le mató de entera a toma y daca y le cortó una oreja que fue protestada. Regaló un séptimo de la misma ganadería y le asestó dos pinchazos y una entera: leves palmas.

La plaza más grande del mundo acogió en tarde agradable y soleada a casi 18,000 espectadores, que no aficionados. La mayor parte venía a ver al diestro francés, quien aquí aun goza de las simpatías del respetable. El pueblo llano y los entendidos iban a ver al Zapata, y del Payo todos esperaban que se montara en los toros con tal de triunfar. Lástima que sólo hubo dos bichos relativamente potables.

El mejor presentado de todos los de San Isidro fue el que abrió plaza y –previsiblemente- no sirvió para nada. El Zapata le toreó bien con el percal, pegando una espaldina, verónicas, media pa’ rematar y quitando por ajustadas y templadas chicuelinas modernas. Luego clavó los palos con mucha exposición y lucimiento. El primero fue el Monumental, el segundo fue de poder a poder y el último par fue al violín por dentro. La gente le ovacionó pese a que los palitroques quedaron un poco al buen tuntún. Ya en el tercio final el morito se defendió con ganas, se colaba y buscaba al torero con ambos pitones. Uriel, el excelente diestro de Tlaxcala, se dio cuenta de lo complicado del asunto y decidió abreviar. El de San Isidro vendió caro el pellejo y hasta alcanzó a Zapata en un par de intentos de descabello. La gente festivalera se metió con el coleta y no valoró su esfuerzo.

Peor le fue con el cuarto, un sofá con cuernos, un rumiante tardo, sin casta y sin una pizca de transmisión. El Zapata banderilleó con acierto y clase, clavando dos pares al sesgo por fuera y uno al violín en tablas.  Luego inició el trasteo con el imposible y ahí se acabó lo que se daba. Uriel Moreno echó mano de toda su sapiencia y todo su aguante, pero aquello era como tratar de pegarle muletazos a una momia egipcia. No estuvo fino con el acero debido a las condiciones del cornúpeto y el populacho se le echó encima. Ni modo, hay veces que nada el pato y hay veces que ni agua bebe…

Castella nos sorprendió gratamente en su primero, de hecho, volvió a ser el torero honrado y elegante de hace tres o cuatro temporadas. No faltó valor, no faltó estética, ni tampoco buen gusto. Hubo muletazos de gran quietud y de gran verdad por el pitón derecho. No olvidemos el detalle de aguantar la embestida en el momento del brindis al público en los medios, cuando Sebastián se inventó un excelente pase estatuario a una mano. La afición le pegó el grito consagratorio de: ¡Torero, torero! y la verdad es que el de Béziers se lo merecía. ¡Cómo consintió al toro, cómo lo llevaba cosido al engaño y le completaba cada pase! Hubo cambios de mano por delante y las consabidas dosantinas, pero lo grande fue el toreo fundamental con la derecha. No echar tampoco en saco roto la tanda de espléndidas castellinas, esos naturales con la derecha en los que el francés coge la muleta por el pico del estaquillador, reduciendo el engaño a su mínima expresión. Se atracó de toro y le tumbó con un espadazo traserísimo, mas el respetable le dio dos orejas.

La cosa perdió color en el quinto. Ahí Castella volvió a verse fuera de cacho y toreando para afuera, pegando feos tirones, sin arte, sin gusto y sin reposo. Digamos en su descargo que el cuadrúpedo no valía un cacahuate.

¿Qué escribir sobre El Payo? Bueno, que se jugó la vida de continuo, siendo revolcado hasta en cinco o seis ocasiones por sus tres enemigos, pero algo no funciona cuando el tremendismo es el as en la manga de cualquier torero. A su primero le pegó pases muy eléctricos, cortando las tandas al derechazo y sin verdaderamente probarlo al natural. La gente llegó inclusive a ponerse del lado del rumiante.

En el que cerró plaza El Payo tuvo momentos buenos y otros regulares. Las dosantinas y el arrimón en tablas emocionaron a parte del tendido de Sol, al igual que un cambio por la espalda en la mínima distancia. Quedémonos con cuatro derechazos de trazo impecable y gran temple. No faltaron en la faena y la suerte de matar tremendos achuchones que hicieron temer por la integridad física del queretano, y conste, el torero se los buscó a ley. Cortó una oreja por estoquear entregándose, pero en el ya conocido clima esquizofrénico de La México, los mismos que sacaron el pañuelo le pitaron cuando vieron acatada su petición.

Regaló, un tanto absurdamente, a un séptimo animalito, el cual tenía muy buenas intenciones hasta que se deslomó después de la primera y única vara. Antes, El Payo le había esperado de salida en los meros medios, de pie e intentando algún vistoso lance, pero estaba atravesado y el toro le pegó un tope de Padre y muy Señor nuestro. Inició su trasteo muleteril de rodillas y fue salvando la vida entre mantazos y más volteretas. Se agradecen las ganas y el arrojo, pero sería mejor dominar las distancias y templar más a menudo.

Creo que lo mejor del encierro es que esos toros ya están muertos. Creo asimismo que Sebastián debe seguir recuperando al torero que fue, comprar trastos más pequeños y nunca olvidar que, si quiere, puede ser figura. Zapata no debe perder la fe, un día le tocará en suerte un toro relativamente potable y armará una escandalera memorabilísima. El Payo tiene mucho a su favor, pero los toreros que tratan de vivir del tremendismo duran poco.

Fotografía: Juan  Bustamante

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