Gastón Ramírez Cuevas.- Gran tarde de El Zapata en una corrida con gran entrada con el atractivo de Hermoso de Mendoza, que también logró el triunfo.
Toros: Seis de Rancho Seco, desiguales de presentación y juego. El primero, el tercero y el quinto fueron despedidos con pitos. El segundo de la tarde fue ovacionado y al cuarto le dieron arrastre lento. El que abrió plaza y los del lote de Mario Aguilar intentaron brincar al callejón.
Toreros: Pablo Hermoso de Mendoza, palmas en su primero y dos orejas del cuarto. En ambos tuvo que descabellar.
Uriel Moreno “El Zapata”, estoconazo y dos orejas en el segundo de la tarde. Mató al quinto de otra buena estocada: silencio.
Mario Aguilar, cinco pinchazos y estocada trasera en el tercero: silencio. En el que cerró plaza pinchó en una ocasión antes de cobrar una estocada entera: palmas.
Domingo 21 de febrero del 2010
Décimo séptima corrida de la temporada de la Plaza de toros México
El embudo de Insurgentes registró un entradón para ver al mejor caballista del mundo. Había probablemente más de cuarenta mil espectadores. Y Pablo Hermoso estuvo verdaderamente magistral, aunque sus enemigos no fueron lo que él hubiera querido. Pero lo verdaderamente memorable fue lo hecho por El Zapata en el segundo de la tarde. Pocas veces se ha visto a un torero tan largo y tan entregado. Vamos toros a toro.
El primero de Rancho Seco careció de trapío y fue manso, llegando a saltar al callejón con presteza. No obstante, Pablo Hermoso recortó toreramente a lomos de sus cabalgaduras, puso banderillas al quiebro y al doble quiebro, y colocó un estupendo par a dos manos por dentro. El público se le entregó, pero el centauro navarro no estuvo fino con la hoja de peral, aunque descabelló de manera impecable.
El segundo de la tarde, de nombre “Berrinche” fue muy débil pero tuvo su punto de nobleza y Zapata no desaprovechó ni una sola arrancada del de Rancho Seco. Uriel recibió al toro con una media larga de rodillas, mandiles, chicuelinas, una revolera, la brionesa y otros remates a una mano, todo ejecutado con limpieza, torería y buen gusto. En el quite le pegó al toro estatuarias y garbosas tafalleras, todo en un palmo y rematadas con otro capotazo a una mano.
Cuando el tlaxcalteca tomó los palos, la pregunta de los aficionados era: ¿intentaría repetir el par de su invención, el Par del Zapata, el Par Monumental? Y en caso de decidirse a ello ¿le ayudaría el toro o se caería a medio viaje? Plantándose en los medios con parsimonia, El Zapata citó al toro de largo, inició lentamente el giro completo, quebró al toro con precisión milimétrica y clavó un portentoso par de Calafia. Todo fue en cámara lenta con el torero gustándose en una de las suertes más complejas, barrocas y emocionantes que ha visto el mundo taurino en todo lo que lleva de vida. El respetable le hizo dar una vuelta al ruedo después de ese par incomparable para poder aplaudirle de pie.
El segundo par fue con recorte y al violín y el tercero fue por dentro y en tablas, pero la gente sólo hablaba de la maravilla con la que El Zapata había iniciado el segundo tercio. Aun faltaban emociones fuertes y toreo del bueno. La faena de muleta comenzó con un cambiado por la espalda rematado con la arrucina. Todavía no me explico cómo pasó el toro.
Debido a la preocupante falta de fuerza del cornúpeta y al molestísimo viento, El Zapata se llevó al bicho casi a toriles. Ahí surgieron los derechazos más largos y templados de muchas tardes, con un Uriel Moreno deletreando el toreo caro. No faltaron los afarolados ligados con el de pecho para rematar las tandas.
A la hora de matar el coleta de Tlaxcala dio otra cátedra: echó la muleta a las manos del animal, tiró de él y estiró el brazo derecho dejando una entera indiscutible, salió andando lentamente de la suerte, plegó la muleta con torería y observó al toro rodar sin puntilla. La petición fue unánime y nutrida, obligando al juez Balderas a conceder las dos orejas que El Zapata paseó en loor de multitudes. Un triunfo inolvidable que, dadas las condiciones del de Rancho Seco y el continuo vendaval, sólo podía haber sido conseguido por un torero con mucho sitio, toneladas de arte y oficio, muy largo y muy entregado.
Mario Aguilar tuvo momentos muy importantes en el tercero de la tarde. Quitó por chicuelinas y media revolera tragando mucho, pues el toro ya comenzaba a quedarse corto. Brindó a su amigo Octavio García “El Payo”, quien está milagrosamente recuperado de la terrible cornada que sufrió hace menos de dos meses.
Mario inició el trasteo pegando muletazos de mucho empaque con la mano zurda apoyada en las tablas. El toro pedía el carné pues se frenaba a medio viaje, se colaba y miraba sin cesar al torero. El joven de Aguascalientes interpretó el toreo verdad con arte y mucho valor, logrando sacar muletazos por ambos perfiles de donde no los había. Lástima que, a la hora de la verdad, parece sufrir del mismo virus que el pobre Castella y los toros se le vuelven impenetrables y de piel tan gruesa como la de un rinoceronte.
El segundo del lote para rejones fue un castaño con bravura y trapío, con mucho el mejor del encierro. Pablo Hermoso bordó el toreo a caballo con Chenel, Ícaro y Pirata. Nunca se cansará uno de ver al gran rejoneador de Estella y a los equinos más toreros del universo conocido. Más que la manera en que clava los fierros, lo admirable es la cantidad de lances, quiebros, recortes y muletazos que instrumenta utilizando a las cabalgaduras ya sea como el capote o la sarga, o como una extensión de su propio cuerpo, como un centauro de carne y hueso.
El toro no cayó con un rejón de muerte trasero y Pablo volvió a descabellar como un maestro. El juez de plaza le concedió dos orejas con una prisa que molestó a la gente que apenas estaba sacando los pañuelitos. Cuando Hermoso de Mendoza iba a comenzar a dar la vuelta al ruedo con el doble trofeo, le pitaron duro y con ganas, por lo que optó por arrojar ambos apéndices contra el burladero de matadores, para así poder recibir el cariño del público en santa paz.
Todos esperaban otra poderosa demostración de El Zapata con el quinto. Así que, contrariamente a lo usual en las corridas en que Pablo Hermoso actúa con dos de a pie, nadie abandonó el coso después de la muerte del cuarto. Pero, no pudo ser. Y no pudo ser porque el burel fue una prenda que hizo honor a su nombre: “Majadero”. El bicho no tuvo un pase y desarrolló sentido casi desde que salió por toriles. Sin embargo, vimos otro gran tercio de banderillas, destacando especialmente un par de Calafia en tablas, y otra gran estocada.
Cosa similar le ocurrió a Mario con el que cerró plaza, un morlaco que tiraba hachazos con una dedicación digna de mejor causa. A base de exponer horrores, Aguilar logró muletazos de buen trazo, pero el toro no permitía ligar ni abandonarse a la inspiración.
Al salir de la plaza recordé que el matador y escritor francés André Viard habla de “… el deseo rabioso de vivir y la necesidad de crear, una conjugación que ha dado origen a destinos extraordinarios.” Parece que estaba pensando en describir las tauromaquias de El Zapata y de Pablo Hermoso.