Gastón Ramírez Cuevas. Domingo 9 de diciembre del 2012. Octava corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Seis de Marrón, feos, mansos, anovillados, sospechosos de pitones y muy flojos. Algunos fueron, inexplicablemente, aplaudidos en el arrastre.
Toreros: Eulalio López “Zotoluco”, al que abrió plaza le pinchó y le descabelló en dos ocasiones: silencio. A su segundo le mató de entera desprendida: dos orejas que, en realidad y con trabajo, valían una.
José María Manzanares, al segundo de la tarde le pegó dos pinchazos que el torillo escupió, y luego le atizó una entera: silencio. Al quinto le mató de entera tendenciosa que provocó derrame: silencio.
Mario Aguilar, al tercero le propinó un estoconazo: palmas. Al que cerró plaza lo despachó de dos pinchazos hondos y gran descabello: palmitas.

Hay corridas que se ven mal desde que las anuncian, ésta fue una de ellas. Quizá por eso hoy entraron a la plaza más grande del mundo sólo cerca de nueve mil incautos, o nueve mil soñadores, como usted quiera denominarlos. No le hablo a usted peyorativamente de los coletas anunciados, sino de los “toros” que nos enjaretaron. En el planeta de tauro hay ganaderías bravas y otras mansas y despreciables, la de don José Joaquín Marrón es de las últimas.

En el cartel estaba colgado el triunfador de Sevilla, el torerazo que cortó siete orejas en dos tardes apoteóticas. Pero aquí en México, el hijo del maestro alicantino cada vez queda más a deber. Es del dominio público que él o su gente eligieron y/o aceptaron a los fieros cornúpetas (disculpe usted la burda ironía) de hace rato, y un día, como a Ponce, el respetable se lo hará pagar muy caro.

Mas como siempre, vamos por partes. Zotoluco no se arrimó a tiempo en su primero y estuvo zaragaterillo y birlongo. Ya en el cuarto se ajustó y expuso mucho, logrando templar por derechas. Las dosantinas fueron magistrales y hubo remates de clase. Mató con fe pero mal, y el juez le regaló una segunda oreja que fue protestada. A la usanza española, Zotoluco salió a hombros del coso porque un par de apéndices significan –estúpidamente- la puerta grande. Fue patético ver al capitalista de siempre cargando a Eulalio cuando ya no había ni un gato en los tendidos.

Manzanares se lució en unas chicuelinas en tablas con el quinto. No hubo más. Ni siquiera mató como acostumbra. Debe haber sido culpa de los rumiantes… Si el hijo de José María Dolls Abellán regresa esta temporada, más le vale escoger una ganadería que embista. Y conste que en México hay señores ganaderos que no lidian en esta plaza porque sus pupilos salen bravos y tienen trapío, razón por la cual los mandones de ultramar no los quieren ver ni en pintura.

Mario Aguilar bailó con la más fea. Su primer enemigo (!) fue muy abucheado porque no era más que un novillote escuálido y sin cara. Eso no es culpa del buen torero hidrocálido, sino de las figuras (?) que le acompañaban en el cartel. La gente le interrumpió durante su faena muleteril para gritarle: “¡Qué bonita lagartija!”. Creo que con eso está dicho todo.

En el sexto, Mario quitó por ajustadas tafalleras y remató con una elegante revolera. Parecía, durante unos segundos, que el bicho aquel iba a dejarse. Y sí, pese a su pobre estampa el moro tomó la muleta en una docena de pases y hasta medio humilló. Aguilar se dedicó a templar y mandar, logrando lo más torero de la tarde, pero a la postre de nada valieron ni el aguante, ni el trazo largo y la firmeza. El de Marrón no se equivocó, fue soso e infumable, como todo lo que sale del rancho del ínclito presidente de nuestra Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia.

Debo asentar, a manera de epílogo, que Rafael Domínguez “Gamucita”, monosabio de lujo, estuvo –cosa nada extraña- atento, torerísimo y oportuno, con dos quites providenciales sacando perfectamente el capote desde las tablas para aliviar a dos banderilleros en serios apuros. A ese señor sí que lo debían sacar un día a hombros.

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