Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Ocho de Bernaldo de Quirós, una enciclopedia de mansedumbre, debilidad y falta de casta: todos fueron pitados o abroncados en el arrastre.
Toreros: Sebastián Castella, estocada caída a medio lomo en el segundo de la tarde: al tercio sin fuerza. Al cuarto le mató de espadazo trasero: silencio. Regaló un séptimo, al que liquidó de dos pinchazos con brinquito y entera trasera: palmitas.
Octavio García “El Payo”, al tercero del festejo lo despachó de entera en buen sitio: oreja protestadísima. Al quinto le atizó un pinchazo aguantando y gran entera: incomprensible silencio.
Juan Pablo Sánchez, confirmó la alternativa. Al que abrió plaza le recetó una estocada caídita que hizo rodar la rumiante sin puntilla: silencio. Al que cerró plaza se entretuvo en pincharlo y descabellarlo para perder dos apéndices bien ganados: al tercio con fuerza. Obsequió un octavo ejemplar al que pasaportó de buena entera: tibias palmas.

Domingo 20 de noviembre del 2011
Tercera corrida de la temporada de la Plaza de toros México

Aquí no se consuela el que no quiere. Pocas veces se ha visto un timo ganadero tan burdo y tonto. No obstante, los más de veinte mil sufridos y masoquistas aficionados o similares salieron del coso máximo feliz por haber descubierto a un torero realmente importante: Juan Pablo Sánchez. Vamos a la crónica como en el evangelio de las Bodas en Caná de Galilea: echando el vino malo primero y el bueno al final.

Castella estuvo bastante fatal. No podemos decir que desperdició a sus toros porque toros no hubo, pero ya basta de engañar al respetable. Supone la gente que el “Ídolo de Béziers” escogió e impuso a la ganadería y eso ya es una burla sangrienta. De toda su labor en tres toros me quedan claras dos verónicas al de regalo y pare usted de contar. Este muchacho fue una dulce promesa y ahora es una triste realidad, como decía una maestra mía de hace ya algunos abriles.

Amigo Sebastián: el toreo perfilero no emociona; el quitarle el engaño al toro para instrumentar muletazos sin cargar la suerte es una farsa; el pegar falsos pases cambiados es un insulto a la inteligencia del parroquiano pagano; los medios telonazos que da usted con su enorme mantel (recordando y parafraseando al añorado don Enrique Guarner) son la antítesis del muletazo cambiado. Monsieur Turzack , vuelva a intentar ser ese torero de valor espartano y de un hambre envidiable que fue hace no mucho, unos cinco años, pero deje de vendernos espejitos por oro.

El Payo lo intentó todo, pero se estrelló ante dos cosas: la incomprensión del público aburrido y de uñas, y los remedos de toros de lidia que mandó el ex-torero Javier Bernaldo. No bastaron ni la entrega ni la torería, la gente ya no quería saber nada del asunto. Así, El Payo vio cómo los esquizoides de Sol y de Sombra (¡ya no hay clases sociales!) le pedían a usía una oreja, y una vez concedida ésta le pitaban con ferocidad. Luego, en su segundo, el muchacho de Querétaro se arrimó hasta llevarse un achuchón, todo por hacer el toreo serio. Claro, ocurrió ante un mamífero con la casta legendaria de la musarañas con cuernos. Pegó hasta joselillinas cambiadas, para que los badulaques postmodernos le silbaran. El Payo estuvo dignamente en torero, pero la conditio sine qua non, el toro bravo, no portará nunca la divisa obispo, verde y grana, y así ni Cúchares triunfa.

Al hijo del matador Ricardo Sánchez, de grato recuerdo, no le habíamos visto en la capital, o por lo menos, muchos entendidos no tenían memoria del coleta hidrocálido. Sabíamos de sus hazañas en la Madre Patria, pero era una incógnita. Es indispensable contar el único momento mágico del festejo. Éste se produjo cuando Juan Pablo se puso a torear con una naturalidad rondeña que puso a la gente de pie. Sánchez tiene una tauromaquia que no está en manos de un bisoño matador, una tauromaquia que sólo está al alcance de toreros con muchas leguas recorridas. Hace lustros que mi menda no había visto a un muchacho tan sobrio, tan elegante, tan conocedor de los terrenos, tan poseedor del trazo largo y artista. El reposo ante un manso tiene su valor; el cargar la suerte pase lo que pase, también; el interpretar el toreo fundamental sin buscar el aplauso fácil, tienen un mérito grandioso. Ojalá este chaval pueda un día volver al embudo de Insurgentes y torear cornúpetos de Tlaxcala, por ejemplo.

Siempre ignoraremos por qué regaló un becerrito infame de Bernaldo de Quirós, pues nadie se lo agradeció. Quizá el confirmante pensó que, por la ley de las probabilidades, alguno de los ocho bichos embestiría, pero se equivocó de pe a pa.

Volvamos, como colofón, a recordar a Leopoldo María Panero, quien habla de “…esa emoción difícil que se llama desprecio”. Desprecio y repudio a la empresa, al juez alcahuete y al ganadero.

Termino con una añoranza platónica y personal, la de los tiempos en que a los toreros les echaban toros bravos, tiempos en que los coletas se sentían Dios Padre por jugarse la vida sin trampa ni cartón y edificar monumentos al único arte que vale la pena. Esas épocas pueden volver, pero hay que sacar a los mercaderes y a los chuflas del templo.