Gastón Ramírez Cuevas.- Se despidió de los toro con dignidad Manolo Arruza, estuvo discreto Enrique Ponce y triunfó con tres orejas Fermín Spínola. Todo ocurrió en la corrida inaugural de la temporada en la México 

Toros: Ocho de San José, hubo dos de regalo, obsequiados por Ponce. Al séptimo lo devolvieron a los corrales por falta de trapío. El encierro fue desrazado, bobo y manejable, aunque no muy mal presentado, excepto por las caritas de utreros. Aunque algunos bichos iban- supuestamente, cuarto y séptimo- a cumplir los seis años.
Hay que anotar que al lote de Spínola el biombo le concedió sendos arrastres lentos por razones misteriosas.
Toreros: Manolo Arruza, en su última tarde en La México, estoconazo y oreja en su primero. Y en el de la despedida, dos pinchazos, un metisaca y entera caída para dar dos vueltas al ruedo.
Enrique Ponce, mató de media caída y trasera a su primero para cosechar una oreja. A su segundo lo pasaportó de estocada caída, trasera y tendida, silencio. Regaló un becerro que hizo séptimo, mismo que fue devuelto a los corrales por órdenes suyas entre le abucheo general. Salió un octavo –o séptimo bis- que se fue inédito después de seis puyazos; división.
Fermín Spínola, mató al tercero de la tarde de buena entera y cortó dos orejas, la segunda regalada por el juez de plaza. Al sexto lo pinchó en lo alto para luego cobrar una estocada entera meritoria; le concedieron una oreja de peso.

Domingo 8 de noviembre del 2009. Corrida inaugural de la temporada en la Plaza México. Casi lleno en numerado y algo de público en general, aproximadamente unos veinticinco mil parroquianos.

 

Podemos estar contentos de la corrida inaugural por tres cosas: porque Manolo Arruza estuvo en torero; porque Fermín Spínola se entregó y toreó con verdad, y porque al maestro Ponce el público no le toleró sus añagazas. Asimismo, lamentamos el encierro tan terciado y falto de bravura con el que nos recibió la empresa de La México.
Ni modo, vamos mejor a lo ocurrido.

Manolo Arruza se despidió de la afición demostrando que siempre fue y será un torero. Se lució en los dos últimos tercios frente a su primer enemigo, clavando dos pares elegantísimos en la cara y muleteando con sobriedad y temple. El toreo clásico al derechazo y ciertos adornos poderosos, rodilla en tierra –como un homenaje a su padre-, valieron el boleto. Además, se tiró a matar con suavidad y contundencia, haciéndonos extrañar tauromaquias ya idas.

Con el del adiós, un bicho asaltillado en feo y complicado, poco pudo hacer el hijo del Ciclón. Sin embargo, pudo ligar derechazos templados en tablas. Las vueltas al ruedo en loor de multitudes demostraron que aun hay sensibilidad en los tendidos de la plaza más grande del mundo.

En contraposición al toreo clásico, el maestro Ponce vino a pueblear. Cortó una oreja a su primero con casi nada: un detalle con el capote, soltando una punta para llevar al animalito al caballo y algún derechazo a un toro moribundo. Abalorios que colaboraron al inexplicable entusiasmo que hizo al valenciano pasear un apéndice de plaza de trancas.

En su segundo, la figura de España se dedicó con ahínco a hacer ver mal al toro. Pasitos para acá, pasitos para allá, y hacer derrotar a toro en el primer tiempo del muletazo. Quizá el astado tenía otra faena, pero había que acortar distancias, mandar, cargar y templar.

No contento con el apéndice del primero de su lote, don Enrique obsequió al respetable con un adefesio chico. En un alarde de prepotencia, el maestro de Chiva, por cuenta propia, decidió regresar al toro (?) a los corrales. Creo que pese a la silbatina, los objetos arrojadizos y el desencanto general, el que aprueba los toros y decide si han de matarse o no, es el juez de plaza, no el espada. En fin, tenemos la Fiesta que merecemos.

Y salió el octavo de la tarde, un pobre burel al que le pegaron seis puyazos, pues tenía fuerza y ganas de embestir. Ponce se lamentó de continuo y ahí no hubo nada, pese a los mohines y a los gestos de desagrado del matador. No sé , hay otras figuras que no se dan tanta coba.

Fermín Spínola fue para mí una grata sorpresa de sobriedad y entrega; refrendó lo que ya le habíamos visto en la temporada pasada. Tan solo el quite por fregolinas y la brionesa con que remató a su primero, bien podían habernos hecho llegar a casa con una sonrisa torera .

En estricto sentido taurino, en el tercero de la tarde, su excelente labor de capa, sus pares de poder a poder, un derechazo enorme y un natural de 360 grados, y la estocada certera, eran más que suficientes para cortar una oreja de las buenas. Pero, usía decretó que el toro merecía arrastre lento y que el torero ameritaba dos orejas. ¡No me ayudes, compadre! debe haber dicho el diestro capitalino, pues cierto desorientado sector del público se metió con él en la vuelta al ruedo.

Fermín no se arredró y salió a darlo todo con el sexto. Hay que destacar la tercera chicuelina antigua en el quite, un portento de clase y sitio; el tercer par de banderillas, con recorte ajustado y de poder a poder, y todo el trasteo con la pata buena adelante.

El último tercio tuvo momentos increíbles, pues Spínola, aprovechando la nobleza y el recorrido del burel, pegó un derechazo de doble ¡olé! en redondo, una arrucina en homenaje al Ciclón Mexicano, y una dosantina eterna. Pasarse al toro cerca, cargando la suerte y procurando no mover los pies, tiene el mérito de siempre. Tan es así, que el pinchazo apresurado fue aplaudido y que después de una entera de torero serio, la oreja fue ampliamente solicitada y concedida.

Salimos contentos de la plaza, pues la verdad, esperábamos menos. No obstante queda en el aire la pregunta: ¿Hubiéramos visto más con toros bravos? Creo que la respuesta debe ser afirmativa, la Fiesta necesita peligro, emoción y toreros dispuestos a jugarse la barriga para mayor gloria propia.

Fotos: Genaro Berumen

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