Gastón Ramírez Cuevas.- Novillos: Cinco de La Punta, sin trapío, sin casta y sin vergüenza. Uno de Jorge María, cuajado, con hechuras de cuatreño feo. Le dieron arrastre lento y se fue sin las orejas.
Novilleros: Salvador López, mató al primero de un bajonazo artero y traserísimo, al tercio. Al cuarto lo liquidó de milagro, después de media caída y tendida, y varios golpes de verduguillo: le sonaron dos avisos; silencio.
Oliver Godoy, pinchazo y entera en buen sitio para dar la vuelta al ruedo en el segundo de la tarde. Al quinto le cortó una oreja después de excelentes tres cuartos de estoque a toro parado.
José Lorenzo Garza Gaona, dos pinchazos en lo alto y estocada meritoria para escuchar palmas en el tercero. Al sexto lo mató de entera a ley y le cortó las dos orejas.

12 de septiembre de 2010. Décimo segunda y última novillada de la temporada de la Plaza de toros México.

Esta última tarde novilleril en la plaza más grande del mundo estuvo marcada por dos cosas: la evidente pillería de los dueños de lo que anuncian como “La Punta”, y un sector del público de Sol que venía –aparentemente pagado- a alabar a los becerros de desecho y a reventar al tercer espada.

Pero de pronto, como dice Joaquín Sabina, el diablo va y se pone de parte de los justos. De esta manera los verdaderos toreros triunfaron y la tarde ganadera se la llevó un bicho que ni estaba reseñado, un galafate de Jorge María que dio seriedad a todo lo hecho por el increíble José Lorenzo Garza Gaona. No dejaremos de apuntar que Oliver Godoy es torero y tiene cabeza y arte para hazañas mayores. Vamos, como siempre, novillo a novillo.

El primer enemigo de Salvador López, fue un bicho feo, chico y manso. Las chicuelinas de recibo en los medios las deslució el mal hábito de echar la pata a un lado por parte del novillero capitalino. Con la muleta logró endilgarle al morito muchos gritos y algún derechazo de valía. Pare usted de contar.

Salió el segundo de La Punta, nombre ganadero que dio gloria y fama imperecedera a los señores Madrazo, mismos que, en el Cielo, han de haber llorado de rabia al ver cómo los actuales propietarios del hierro y la denominación se burlan del pundonor ganadero. Sí, el becerrito capachito, mogón y débil fue un argumento más para los antitaurinos. Oliver porfió y toreó de verdad, pero la Plaza México no es para tentar, que yo sepa. Para jugar al toro hay otros escenarios. El toreo sin peligro no es nada. Quiero dejar bien claro que los tipos pagados por las fuerzas oscuras alabaron a la ratita y que Godoy no tiene la culpa de nada.

En el mismo tenor saltó al ruedo el tercero, un animal desagradable y acucharado. Parecía pertenecer a la legendaria especie de los Cratús, esos animales que pastan viendo hacia arriba en las laderas de las montañas, por lo que tienen las patas delanteras largas y cortas las de atrás, con una pendiente pronunciada que empieza en el testuz y acaba en el rabo.

Lorenzo Garza lo intentó todo, desde el quite por caleserinas hasta la quietud inverosímil con la muleta. El novillo le levantó los pies de la arena por porfiar. Pero las hordas reventadoras no agradecieron ni las manoletinas finales. Como en los buenos tiempos, se notaban los aplausos tímidos de la afición de Sombra y las majaderías absurdas de la turbamulta de Sol. Desde aquí se vio que a Garza los ladridos de los canes le tienen sin cuidado, la sonrisa y la guapeza están para callar bocas.

Vino el segundo del lote de Salvador López, un “novillo” más débil que un gordo frente a la charola de postres. López lo intentó, qué duda cabe, pero su falta de gracia, sus alaridos y otros ruidos como de máquina de vapor decepcionaron hasta a sus incondicionales. Para colmo dio una cátedra de cómo no se debe descabellar a un cornúpeta. En fin…

Godoy, el novillero jalisciense, demostró su excelso manejo de la muleta con el quinto y último del hierro titular. El de La Punta fue muy justo de fuerzas y mansito, pero a veces se dejaba torear. Oliver trazó con calidad grandiosa cada muletazo, pese a que el bichillo era incierto y jamás embestía de la misma forma.
Fue un contento el ver cómo corregía las embestidas con un leve toque de la muñeca para completar los pases. Hubo naturales de cartel y uno de trinchera enorme. Este niño tiene sitio, piensa en la cara y se gusta toreando. Además, mata con verdad. La oreja fue justo premio a su labor y a una media digna del primer Califa de Córdoba, Lagartijo el Grande.

De pronto, la pizarra anunció a un novillo de la ilustre ganadería de Jorge María, nombre que sólo deben conocer los allegados a la empresa. El toro, pues según esto tenía cuatro añitos bien cumplidos, le propinó una caída de latiguillo al picador. Las cuadrillas se espantaron y parecía que la cosa iba a acabar peor de lo que había empezado, lo cual no es poco decir. Mas había un torero en el ruedo, un joven que carga con dos de los apellidos más colosales en la historia del toreo mundial.
Garza Gaona inició la faena de muleta con la montera puesta, procurando enseñarle al toro la manera de embestir. El toro estaba enterado y se puso difícil, pero tuvo que entregarse ante el poder y la enjundia de José Lorenzo.

La pata buena adelante, el toreo de cercanías y el clasicismo del nieto del Ave de las Tempestades, fueron un milagro. Los derechazos valieron su peso en oro y los naturales, pedidos a voz en cuello por los reventadores, nos cortaron el aliento por la exposición y el orgullo. Empaque, personalidad e inteligencia, ¿qué más se puede pedir a un torero?

No sólo eso, Garza sabe matar y lo hace en serio. Dos orejas pedidas por unanimidad le convirtieron en el máximo triunfador de las novilladas en el embudo de Insurgentes. La justicia, esa pobre virtud tan en desuso en México, sobre todo en las plazas de toros, resucitó en plan grande, gracias a un muchacho carismático que sabe que lleva en el corazón lo más grande que se puede poseer en el mundo: ¡el aroma y la verdad de ser torero!