Gastón Ramírez Cuevas.- Enorme éxito de El Zapata en la décimoprimera corrida de la temporada de la monumental de México con actuación discreta de El Fandi.

Toros: Seis de San Marcos, desigualmente presentados, difíciles y descastados. Fueron pitados en el arrastre el segundo el quinto y el sexto. Algunos trasnochados le aplaudieron al cuarto.

Toreros: Uriel Moreno “El Zapata”, silencio en su primero después de un bajonazo. Estoconazo y una oreja merecidísima en el cuarto. David Fandila “El Fandi”, mató de tres cuartos muy abajo del rincón a su primero: palmas. Al quinto lo despenó de estocada muy caída: pitos. Fabián Barba, dos pinchazos y entera baja al tercero: silencio. Al que cerró plaza lo mató de entera caída y trasera: algunas palmas.

Hay toreros que siempre dan la cara y no se defraudan ni a sí mismos ni al público. Hay toreros que se encumbran cuando están muy mermados y se la juegan. Hay toreros que son eso: ¡Toreros! El Zapata es todo eso y mucho más.

Ante una entrada muy regular, quizá cinco mil espectadores, la Plaza México vivió uno de los momentos más importantes de la temporada actual. Uriel Moreno, el gran diestro de Tlaxcala, demostró lo que es raza torera. Primero se las tuvo que ver con un bicho tardo y soso al que había que darle todas las ventajas para ver si en una de esas se animaba a fingir que era un toro bravo.

Zapata bregó con clase y remató con una revolera elegante. Puso los palos con valentía y sobriedad, pero el burel no tenía chispa. A la hora de torear con la muleta, El Zapata nos regaló una extraordinaria arrucina en tablas. Luego el bicho le alcanzó con un derrote en la pierna derecha, no sabemos si le lastimó los ligamentos de la rodilla o no, el caso es que después de una faena de riñones en toriles, el coleta se fue a la enfermería.

Volvió para lidiar al cuarto y ahí armó la escandalera. Disminuido y todo, comenzó el primer tercio con cuatro medias largas de rodillas que valieron el boleto. Hubo clase, reposo y mando en esos lances que, generalmente, son un poco de relumbrón. Yo no había visto pegar faroles lagartijeros a esa distancia tan reducida desde que pisó los ruedos Valente Arellano hace más de veinte años.

Después de un buen puyazo, El Zapata tomó los palos. La gente le gritaba que no, que no era necesario, pues una pierna no le funcionaba. Nada, Uriel dijo: ¡Cómo no, si a esto vine! Y que se planta en los medios. Ahí se le arranca el toro de largo, El Zapata gira, perdiéndole la cara al de negro en una versión de El Imposible, y a un milímetro de la barriga le pone la cornúpeta el par de Calafia.

¡Bueno! La vuelta al ruedo fue apoteótica, la gente estaba de pie y desgañitándose. Si el aficionado vive de gestos heroicos, éste está ya en nuestra mente para siempre. Los otros dos pares valieron mucho, en tablas, al sesgo, en corto y de poder a poder, pero lo fascinante había sido el primero.

El de San Marcos fue como sus hermanos, rebrincao, correoso, con las manitas por delante y exigiendo el terreno de toriles, como buen manso. Uriel le enjaretó una faena de valor, oficio y aguante. Empezó con un ramillete de cambiados por la espalda sacando la muleta por abajo de la pala del pitón, cosa grande. Vinieron a continuación un molinete de cartel y colosales derechazos, todo pese al vendaval que hubiera hecho arriar las velas a muchos otros. El enemigo salía siempre con la cabeza arriba y tiraba el tornillazo con fruición en el postrer tiempo del muletazo, pero siempre se encontró con la muleta mandona de El Zapata.

Hubo emoción y peligro, dosantinas muy arriesgadas -cosa rara en ese pase- y siempre, siempre, presencia y escuela de torero macho. Una oreja fue poco para los aficionados de sombra, quienes se reencontraron con la tauromaquia de verdad.

Hablemos de El Fandi. David no ve la suya en La México. Un tercer par al sesgo en su primero y un intento por igualar en banderillas al de Tlaxcala en el quinto fueron todo lo rescatable de la labor del granadino. No se puede pegar tantos trapazos quitándole el engaño a toro al final del muletazo-perdiendo cuatro o cinco pasos- y decir que se ha estado bien. Estamos ante una de esas paradojas de la modernidad: Fandi triunfa y corta apéndices a carretadas en España, pero el torito mexicano, terciado y respondón se le atraganta.

Fabián Barba, estuvo en valiente. Bien en su primero, a porta gayola y quitando por gaoneras meritorias. Con la muletilla aguantando y tratando de correr la mano, pero salvo los doblones elegantes al inicio del trasteo, hubo poco que festejar. En el que cerró plaza lo revolcaron y no hubo ni sapiencia ni poder, por eso le gritaron: “¡Sólo Zapata!” Fabián demostró mucha enjundia, muchas ganas de alzarse con un triunfo ¿y luego? En esto del toro, no sale en loor de multitudes todo el que quiere.

Puede ser que ahora, los que contabilizan las puertas grandes y los apéndices, tarde a tarde sólo cogen sus bártulos y huyen al morir el último toro, sin cuidarse más de si unos fascinerosos pagados se llevan en volandas durante dos segundos al “triunfador”.

Hoy, la gente esperó al Zapata durante más de media hora, algo que nos remonta a otros tiempos, cuando el respetable creía en los héroes. Todo fue un paréntesis para volcarse sobre la furgoneta de El Zapata y gritarle: ¡Torero grande, torerazo! Eso es el fervor popular, lo único que vale la pena en la Fiesta. Todavía tenemos en México a toreros importantes, a toreros que le mojan la oreja a muchos españoles –con el debido respeto-, y que se arriman como el que más, ante encierros que no quieren ver ni en pintura los peninsulares famosos.

Hay tardes históricas, donde el sufrido aficionado recibe dones de los dioses taurómacos. Esta del diecisiete de enero del 2010 ha sido una de esas. Los que estuvimos en La México vimos un par de banderillas que se puede fácilmente equiparar a los pares de Gaona, de Armilla El Grande, y hasta de Gallito y Pepe Dominguín, pero más difícil de ejecución. Decía don José Saramago (premio Nobel), un individuo poco taurino, que el torero es el último de los hombres antiguos: ¡Bendita antigüedad!

Fotos cortesía de Genaro Berumen