Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 12 de febrero del 2012. Décimo quinta corrida de la temporada de la Plaza de toros México
Toros: Dos de Los Encinos para rejones. Bien presentados, mejor el cuarto –ovacionado en el arrastre- que el que abrió plaza.
Cuatro de La Soledad, terciados, complicados; el segundo de la tarde tuvo raza y genio, los demás mansearon de lo lindo. Un séptimo de Los Encinos, regalado por Spínola, que mereció la vuelta al ruedo por colaborador y tuvo absurda petición de indulto.
Toreros: Pablo Hermoso de Mendoza, silencio en su primero después de tres mal colocados rejones de muerte: silencio. Al cuarto le liquidó al primer intento con la hoja de peral, misma que cayó trasera pero fue fulminante: dos orejas.
Fermín Spínola, al segundo del festejo le despachó de media tendida, tres cuartos en buen sitio y dos golpes de corta: aviso, pitos al toro y silencio para el espada. Al quinto le recetó un pinchazo y una estocada entera que bastó: pitos al toro y palmas al torero. Regaló un séptimo al que mató muy bien, entregándose y aguantando la petición de indulto: le cortó el rabo.
José Mauricio, al tercero de la tarde le dio un pinchazo y luego lo estoqueó con verdad: gran ovación en los medios, salida al tercio y bronca al astado. Al que hubiera cerrado plaza se lo quitó de enfrente con dos pinchazos en lo alto y una media: pitos al toro y palmas al diestro.

La plaza más importante de América registró una buena entrada, quizá unas veintitres mil personas. Muchos parroquianos venían a ver al centauro de Estella y no salieron defraudados, aunque sí abandonaron el coso a la muerte del cuarto toro. Pablo Hermoso estuvo, como siempre, en figura del toreo. De su labor al que abrió plaza hay que destacar dos banderillas al quiebro en un palmo y que siempre llevó al burel muy toreado al estribo. No anduvo fino con el rejón de muerte y la gente se olvidó pronto de su maestría ecuestre.

Con su segundo enemigo, al que tuvo la muy buena idea de sólo clavarle un rejón de castigo, bordó el toreo a caballo, templando de continuo con sus monturas, demostrando porqué entre él y los demás rejoneadores hay un abismo insalvable. El favorito de la afición nos regaló una banderilla al quiebro en tablas, grandes piruetas, estuvo enorme con las cortas, y luego clavó largas a dos manos con maestría inigualable. El rejón de muerte fue tan efectivo que el respetable pidió con fuerza dos apéndices para Pablo. Estampa torera fue verle dar la vuelta al ruedo con su sombrero catite, feliz, señorial y agradecido.

Fermín Spínola venía de una gran tarde en Madrid, renovado, con hambre, y con una enjundia envidiable. Lo demostró desde su quite por chicuelinas modernas y revolera al primero de La Soledad. El cornúpeto era difícil , reservón y tiraba tornillazos, pero para eso tuvo enfrente a un torero que se estiró con garra al derechazo, logrando momentos de mucha importancia. Vinieron luego el arrimón necesario y unos pases por alto de mucha verdad en tablas. Fermín culminó su faena enfrente del burladero de matadores, con dosantinas y naturales pa’ rematar. Lástima que no tuvo suerte con la toledana.

El quinto de la vacada tlaxcalteca de La Soledad fue un verdadero galimatías. Nos quedamos con un quite por fregolinas de gran estoicismo y mucha clase. El muchacho capitalino no iba a conformarse con irse sin trofeos y regaló un séptimo de Los Encinos. Ese bicho fue totalmente distinto a los espurios bovinos tlaxcaltecas de los sucesores de doña Dalel Zarur de González; es decir, tuvo nobleza y alegría, y antes de rajarse le permitió al coleta lucirse bastante.

Fermín lanceó por mandiles y remató con una revolera pasándose al astado por la faja. Le llevó al caballo interpretando el quite por las afueras de Pepe Ortiz y dejándolo frente la varilarguero con extraordinaria orticina. No escatimó entrega en el quite y le pegó al de Los Encinos extraordinarias chicuelinas antiguas, una tafallera y la brionesa.  Su trasteo muleteril tuvo la virtud del aguante y de la dimensión larga y profunda en los derechazos. Hubo hasta una tanda de ocho pases con la diestra y uno de pecho rodilla en tierra que valió el boleto.

El villamelonaje, producto de la reventa, comenzó a pedir el indulto por su ignorancia enciclopédica, pues no sabe distinguir a un toro bravo de un manso bondadoso y rajadito. Ahí vino el gesto torerísimo de Spínola, pues haciendo caso omiso de los partidarios del toro, se perfiló en corto y se fue derecho tras la espada.  Quizá el rabo fue un premio excesivo, quizá no, dadas las condiciones de la plazota, pero el hecho es que Fermín demostró lo que vale como torero.

¿Qué hizo José Mauricio? Pues torear con verdad, elegancia, valentía y mucha entrega a dos animales infumables. Su quite por gaoneras a pies juntos a su primero tuvo una majestad envidiable, pero luego el toro tardeó, manseó y no dio una embestida leal.  Podríamos decir que lo mismo pasó con el sexto, pero no, éste fue aun peor: un verdadero marmolillo. Rescataremos una media torerísima y excelentes derechazos casi sin toro. Las manoletinas fueron el grito desesperado y tomasista de una gran promesa que quiere que le salgan toros bravos y fuertes por la puerta de los sustos.

Entre la oscuridad y la fría llovizna abandonamos el embudo de Insurgentes, contentos por el triunfo grande de Spínola; reconfortados por la actuación del centauro navarro; tristes por la mala pata de José Mauricio, y deseando que el domingo entrante los pupilos de Julián Hamdan le embistan con clase y alegría a José Mari, a Joselito Adame y al Zotoluco.

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