Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Seis de Los Encinos, dos buenos para rejones que "merecieron" vuelta y arrastre lento. Los otros cuatro para los de a pie fueron infumables por mansos, débiles y deslucidos.

Pablo Hermoso de Mendoza, salió al tercio en su primero después de cuatro pinchazos y un bajonazo. En el cuarto mató de rejonazo contrario y trasero y cortó un rabo que le regaló el juez Balderas.
Jerónimo, al segundo de la tarde lo despachó de dos pinchazos en lo alto y entera en el rincón para ser pitado. En el quinto escuchó un aviso después de cuatro pinchazos y un golpe de descabello, silencio.
Octavio García, "El Payo", al tercero lo intentó matar recibiendo, pero pinchó, luego hizo la suerte a dos tiempos y dejó una entera tendida que bastó; salió al tercio. En el que cerró plaza pinchó tres veces y luego dejó una entera en buen sitio, silencio.

Domingo 22 de febrero del 2009
Vigésima corrida de la temporada de la Plaza de toros México
 

La plaza México registró la mejor entrada de la temporada, unas treinta y cinco mil personas, para ver al monstruo del rejoneo, el navarro Pablo Hermoso de Mendoza, y a dos toreros de a pie que interesan mucho: Jerónimo y El Payo. Se le tributó un minuto de aplausos a la inolvidable Conchita Cintrón, la Diosa Rubia del Toreo, fallecida el martes pasado.

Todo iba muy bien. La tarde, que amenazaba lluvia y ventiscas polares, se compuso y aunque el viento molestó un poco, toda la gente estaba dispuesta a aplaudir grandes hazañas. Sin embargo, sólo el caballista lució porque sus toros embistieron, los otros ejemplares de Los Encinos fueron de lo peor que se ha visto en esta plaza en mucho tiempo, ¡y ya es decir!

Pablo Hermoso tuvo una actuación gallarda y entonada en el que abrió plaza. Nos regaló banderillas al quiebro, galopes de costado, recortes por dentro, pares a dos manos, etc., todo con temple y maestría. Se puso pesado con la hoja de peral y todo quedó en una salida al tercio. Si algo puede criticársele, es el adorno barato al estilo de Diego Ventura. Ese asunto del teléfono desde el caballo, cogerle los pitones al toro como si fuera un manubrio de bicicleta y obligar a la montura a morderle los cuartos traseros al toro que va a doblar, sale sobrando y es un poco ramplón y circense. Doña Consuelo Cintrón Verrill no debe haberle aplaudido mucho desde su barrera celestial.

Pablo estuvo mejor con su segundo, un toro noble y alegre de nombre "Conín". Aquí el estellés echó mano de todo el repertorio con piruetas incluidas, demostrando que es el mejor jinete del universo conocido. Recuerdo con gusto un par de banderillas a dos manos que hubiera puesto verde de envidia al viejo Ponciano Díaz. El rejón de muerte cayó en buen sitio y el del biombo no esperó ni dos segundos para sacar el pañuelo verde. La gente, harta ya de tanta estupidez, montó en cólera, obligando a Pablo a tirar el rabo y dar la vuelta al ruedo únicamente con las orejas. Está visto que aquí le regalan los apéndices hasta a los del tiro de mulillas.

El resto del festejo careció de interés por el mal juego de los toros del señor Martínez Urquidi. Quizá no estaban mal presentados, pero no tenían un gramo de fuerza, ni un ápice de bravura. Jerónimo estuvo siempre digno, siempre porfiando, pero sólo pudo lucir en un quite por chicuelinas antiguas y tafalleras en su primero.

La gente, que en su mayoría iba a ver a los caballitos, se metió muy duro con el torero de Puebla, exigiendo faenas excelsas sin fijarse en las condiciones de sus astados. Las ganas de agradar de Jerónimo quedaron patentes hasta en el pase del imposible que le endilgó al quinto, pero con toros mansos, tardos, quedados, con media embestida y la cabeza suelta, no hay nada que hacer.

El Payo estuvo muy por encima de su primero. No olvidaremos el primer cambiado por la espalda, magnífico por el aguante y el estoicismo. Pero, después la cosa perdió color porque no había manera de lucir con ese bicho. En el sexto, el quite por gaoneras fue extraordinario, ya que el torero queretano tragó como los grandes. Con la muleta abusó de los gritos -defecto que también acusó en su primero- y se pegó un arrimón de escaso mérito. Total que no hubo ni un muletazo completo ante un toro que sólo se defendía.

Los ríos de gente se iban de la plaza comentando el rabo de Pablo Hermoso sin mucho entusiasmo. Es obvio, la Fiesta sin toros bravos no tiene sentido y el espectáculo de rejones es bonito, pero no puede compararse al toreo que se hace con las zapatillas clavadas en la arena.
 

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