Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 10 de noviembre del 2013. Tercera corrida de la temporada de la Monumental plaza de toros México. Toros: Uno de Guadiana para rejones: grande, quedado y digno de mejor suerte. Siete de Fernando de la Mora (El Payo regaló uno). Bien presentados, en conjunto nobles y con recorrido. Al segundo, al tercero y al séptimo de la lidia de a pie les dieron arrastre lento.
Toreros: Julián López “El Juli”, al segundo de la tarde lo mató de un pinchazo, tres cuartos y certero descabello: al tercio. Al cuarto de la lidia ordinaria, le asestó tres pinchazos al julipié hasta que el astado dobló: silencio.
Joselito Adame, a su primero le despachó de espléndido estoconazo recibiendo: dos orejas con petición de rabo. Al quinto de la lidia ordinaria le propinó una muy buena entera: dos orejas.
Octavio García “El Payo”, a su primero le pasaportó de entera un poco caída y un tanto trasera: oreja. Al segundo de su lote le mató de dos pinchazos y entera: silencio. Regaló uno de la ganadería titular y le cortó dos orejas despenándolo de entera un poco baja.
El tiempo inclemente no pudo arredrar a la noble afición capitalina, numerado estaba lleno y había mucha gente en general, o sea, más de 25,000 personas para ver un cartel a todas luces interesante. Nadie salió defraudado por el encierro de Fernando de la Mora, los toros tenían trapío y dieron buen juego, salvo el lote del Juli, que se dejó poco. Siempre será un enigma el por qué –ahora que la corrida estaba bien presentada- la empresa no publicó las fotos de los bichos en los medios habituales durante la semana.
Abrió plaza Emiliano Gamero, un rejoneador que no merece una sola línea más.
Juli estuvo presente y voluntarioso, regalándonos su nueva tauromaquia, capote enorme incluido. Intentó todo tanto en su primer enemigo como en su segundo. No había mucha tela de dónde cortar y Julián echó mano de toda su tauromaquia, pero no levantó a nadie del asiento. Si me permiten parafrasear al doctor Samuel Johnson (magnífico e irónico escritor inglés del siglo XVIII), el toreo del Juli actual es bueno y novedoso, desgraciadamente, lo que tiene de bueno no es nuevo, y lo que tiene de nuevo no es bueno.
La contraparte, el toreo verdad y de clase lo hizo José Guadalupe Adame Montoya. Recibió a su primero con una gran media larga cambiada de rodillas. Luego lo lanceó a pies juntos con mando y ajuste. Quitó por verónicas y brionesa, echándole clase al asunto. Brindó al público y comenzó la faena de muleta con estatuarios en tablas y un desdén de cartel. La gente comenzó a meterse en el trasteo y coreó todo el toreo verdad de José. Hubo pases templadísimos e interminables por ambos pitones, todo en un palmo y cargando la suerte. Después de una tanda de derechazos la gente rugía de pie. El muchacho de Aguascalientes hasta se nos “apanó” en un desplante a tiempo sin muleta ni ayudado. En suma, la milimétrica demostración de sitio, hambre y hondura tuvo la mejor acogida posible en la tan vapuleada afición capitalina. Pero faltaba lo mejor, lo más bonito, lo más torero: Joselito se perfiló y mató recibiendo al más puro estilo de Rafael Ortega (el de la Isla de san Fernando, no el de Apizaco) es decir, sin mover los pies, aguantando horrores y matando con la zurda. El toro dio cinco pasos y rodó patas arriba. No sé cómo describirle a usted, amable lector, lo que es la justicia poética en los toros, pero hoy estuvo presente en el embudo de Insurgentes. Mucha gente pidió el rabo, y si se lo hubieran concedido yo no hubiese protestado.
Salió el quinto de la lidia de a pie y Joselito dejó patente que es la verdadera figura mexicana de estos tiempos modernos. No olvidaremos pronto su inicio de faena al más puro estilo de Ignacio Sánchez Mejías: quieto en tablas, doblándose rodilla en tierra, recargando el brazo en la barrera y aguantando lo indecible. El toro no fue tan manejable como otros del encierro, pero el triunfador mexicano de la campaña española se arrimó y volvió a deleitarnos con su toreo de muletazos completos pasándose al de negro por la faja. Pegó unas manoletinas templadas (aunque haya quien diga que eso es imposible) y mató con la decisión que hace falta, dando el pecho y pasando. Otras dos orejas fueron a parar a la espuerta de Joselito y uno sólo espera que el año que entra le puedan ver en todo su esplendor en Sevilla y en otras plazas importantes del viejo continente.
El Payo estuvo bien, aprovechando hasta donde pudo el mejor lote, con todo y el que regaló. Logró muy buenos muletazos en el tercero, pero quizá exageró en la lejanía y el encorvamiento. Muchos pidieron la oreja –que fue concedida- y algunos la protestaron. En su segundo perdió los papeles bien y bonito, y todo se le fue en una cátedra de toreo perfilero y fuera de cacho.
En el de regalo, el joven queretano hizo las delicias del respetable con pases de todas las marcas, colores y sabores, recreándose en la pastueña embestida del burel. Hubo entrega y algo de arte, pero el toreo de cante grande ya lo había hecho otro que se llama Joselito. Le dieron dos orejas a Octavio, y bien le hubieran podido dar seis, pero…
Me permito volver a citar una frase del estupendo escritor taurino madrileño Andrés de Miguel: “Lo más noble del arte de torear es la decisión de buscar la belleza en los terrenos del toro”. Hoy Joselito hizo exactamente eso y por lo tanto salimos felices de la plaza.