Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 3 de febrero del 2013. Décimo sexta corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Siete de San José (Fermín Rivera regaló al sobrero), desiguales en cuanto a presentación y juego. Mansos, débiles y sosos, excepto el segundo de la tarde que fue aplaudido en el arrastre.
Toreros: Juan José Padilla, buena estocada al que abrió plaza: ovación en los medios tras petición de oreja. Al cuarto le cortó dos apéndices después de un estoconazo. Salió a hombros sin trampa ni cartón.
Arturo Macías, a su primero lo despachó de dos pinchazos y varios golpes de descabello: pitos tras aviso. Al quinto le propinó una entera con desarme: división.
Fermín Rivera, gran estocada contraria al tercero: al tercio con fuerza. Al sexto le recetó un estoconazo y tres descabellos: palmas. Al de regalo le asestó otra excelente entera: oreja.
Entre el puente del día de la Constitución y el dichoso Super Bowl, la plaza más grande y cómoda del mundo presentó una pobre entrada, unos once mil parroquianos. Una pena, pues el cartel era muy interesante. Desgraciadamente, el encierro era un petardo anunciado, pues los de San José nunca han sido bravos.
Salió el primero, un bicho de irreprochable presencia que se desinfló como un globo caduco. El Ciclón jerezano quitó por chicuelinas ajustadísimas, y remató con una media totalmente belmontina. Con los palos, el carismático diestro andaluz clavó un segundo par al sesgo por fuera que levantó a la gente del asiento. Luego, ante un astado que no podía ni con su alma, Padilla se pegó el arrimón absoluto, arrancándole buenos muletazos al pupilo de Jiménez Mangas. Hubo desplantes y tremendismo. Si el toro no hubiera tardado tanto en doblar, de seguro le hubieran dado una oreja, pues el público de La México quiere mucho a ese gran héroe, al Panaderito de Jerez.
En el segundo de su lote, un torillo feo pero colaborador, sospechosillo de pitones, Juan José estuvo cumbre y muy en su estilo. Le recibió con medias largas de hinojos y ya de pie le pegó toda la gama que de lances existe. Puso las banderillas y en el segundo par, cuando el burel le apretó al torero amenazando con clavarlo en las tablas, el monosabio Gamucita le hizo un quite providencial con su gorrilla. Padilla, un caballero y gente bien nacida, le pegó un fuerte abrazo a su ángel de la guarda y pidió la ovación para el queridísimo monosabio.
El Ciclón comenzó el trasteo con largos derechazos de rodillas, aguantando horrores. Sin perder nunca el pasito y reponiendo sólo lo mínimo, Padilla se gustó en largos naturales y derechazos. Vinieron los desplantes y el tremendismo con el sello de la casa. En uno de esos momentos de exposición y quietud, el toro le pegó una maroma horripilante. Todos pensamos que Padilla llevaba una cornada grande en la ingle, pero afortunadamente sólo fue el susto. La gente enloqueció cuando Juan José volvió a la cara del toro para cerrar la faena con unas manoletinas endiabladamente ajustadas. Poniendo en práctica las enseñanzas de su maestro Rafael Ortega, el inefable pirata se volcó sobre el morrillo y cobró una excelente entera. La gente pidió las dos orejas con gran entusiasmo. Algunos consideraron que fue un premio excesivo, pero nadie se atrevió a pitarle, ya que este hombre es un milagroso ejemplo de pundonor y vergüenza torera.
Arturo Macías no estuvo. Acusó cierta falta de sitio y desperdició al único toro medio bravo del encierro. Ese segundo animal fue bonito y algo complicado, pero repetía y tenía ganas de embestir. Lo mejor fue el quite por saltilleras y algún natural suelto, pero Macías no se acopló y reponía demasiado. La gente le exigió con cierta razón y cuando implementó un pinchazo con caída teatral, le pitó con ganas.
No mejoró la cosa con el quinto, un burel que pedía el carné y una muleta poderosa. El diestro hidrocálido se equivocó en las distancias y nunca completó los muletazos. Lástima.
Hablemos ahora del nieto de don Fermín Rivera. Este muchacho es un gran torero, punto. Le tocó el peor lote, pero el sobrino de Currito Rivera nunca perdió los papeles, toreando con un sello y una sobriedad encomiables. Su primero fue uno de los peores sofás que se han lidiado en muchas temporadas. No obstante, Fermín le exprimió al máximo luciendo hasta donde fue posible. Me quedo con el quite por chicuelinas elegantísimas y de mano baja, con un cambio de manos por delante que valió el boleto, y con la estocada de libro.
El que cerraba plaza fue un toro moribundo pero con mucha guasa, ya que tiraba derrotes de lo lindo. Ante la nula colaboración del rumiante, Fermín hizo caso al respetable y regaló un séptimo astado antes de recetarle al de San José otra estocada ejemplar que no bastó, pues el manso vendió caro su pellejo.
El de regalo no fue mucho mejor, pues no tenía casta ni fuerza y se defendía. Fermín Rivera Agüero le hizo fiestas continuamente. Quitó por colosales gaoneras aplicándose ungüento de toro. Con el trapo rojo estuvo genial, logrando enormes derechazos en un palmo, pensando siempre en la cara y con una clase que ya quisieran casi todos los del escalafón mundial. Se tiró a matar con una suavidad y un temple pocas veces vistos y el de San José cayó fulminado. Todos los asistentes sacaron su pañuelo y Fermín paseó una merecidísima oreja.
En suma, otra tarde en la que hubo toreros y faltaron toros, como decía el desencantado filósofo Pepe Moros. Abandonamos el coso soñando en que un día a Fermín le toque un animal bravo, alegre y fuerte. Bueno, el aficionado es ese individuo pesimista que aun no ha perdido la esperanza.