Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: ocho de Marrón, ninguno fue bravo. A algunos les salvaba la lámina, pero ninguno tuvo fondo ni clase. El tercero fue incomprensiblemente aplaudido en el arrastre, y el cuarto, el quinto y el sexto fueron pitados.
Toreros: Eulalio López “Zotoluco”, en su primero, estocada en lo alto: silencio. En el cuarto dos pinchazos y entera a toro parado: silencio. Regaló un séptimo al que le tumbó una oreja tras buena estocada, la gente pidió el segundo trofeo sin éxito.
Alejandro Talavante, al segundo de la tarde le pegó dos pinchazos y una entera: al tercio. Al quinto del festejo le atizó un metisaca y una entera: silencio. Regaló un octavo ejemplar al que le cortó una oreja (con petición de la segunda) después de una entera efectiva y trasera.
Mario Aguilar, mató a su primer enemigo de entera traserilla y caídita: oreja. Al sexto lo despenó de media trasera y caída, y cuatro golpes de descabello: silencio.

Domingo 13 de noviembre de 2011. Seguna corrida de la temporada.

No hubo una entrada que reflejara la importancia del cartel, se retrataron en la taquilla unos diecisiete mil paganos; bueno, salvo por el ganado, que no prometía nada y que cumplió dentro de la mansedumbre y la sosería: ¡Enhorabuena al ganadero! Poco más se les puede pedir a los coletas, quienes se arrimaron y se justificaron, pero siempre hubiéramos preferido verles ante toros con casta.

Zotoluco estuvo en maestro lidiador . Más le queda al rico cuando empobrece, señalaban los descontentos de siempre, los que anhelan poncinas y pases despegados y almibarados. No obstante la oligofrenia de un cierto sector del público, Eulalio le echó poder y oficio a su primero, algo que no merecía la raspa peligrosa que le salió por toriles. Hubo excelentes pases por bajo rodilla en tierra, de esos que sólo aquilata el que ve las condiciones del toro, un bicho que le ponía los pitones en la oreja al espada a la menor provocación.

En su segundo, un animal feo, tardo y manso, Zotoluco estuvo dominador en tablas, dejando que el rumiante de Marrón le pusiera los pitones en la barriga. Tampoco valoróse su labor, pues el toreo bonito, el de la escuela mexicana (¿?) no era posible ante tal prenda. Nos quedamos con un abaniqueo por la cara y un desplante con sabor añejo y de torería eterna.

Con pundonor regaló un séptimo de la misma –nunca mejor dicho- vacada. Con ese bicho el torero capitalino hecho en Tlaxcala se fajó en tablas, haciendo un toreo hondo y profundo, como diría don Paco Malgesto. El torero veterano de los miuras se sentó en los riñones y acortó las distancias para extraer agua de la piedra. Nos emocionó con un cartucho de pescado y espléndidos naturales en la mínima distancia. La oreja fue más que merecida, y en realidad, por la estocada a ley, merecía dos apéndices.

Talavante está sobrado y con unas ganas de torear envidiables. Hoy intentó instrumentar toda la gama del toreo tanto con el capotillo como con la muleta. A su primero le hizo todo en un palmo, sobresaliendo los forzadísimos pases de pecho. Lástima que tuvo una regresión freudiana y falló a espadas. Al quinto, que fue el peor del encierro, cosa difícil, le plantó cara con ganas, pero a esa taimada vaca lechera no le pegaba un muletazo ni Rafael Guerra.

Ante la insistencia de la afición, regaló un octavo de la misma ganadería. Es indispensable asentar que con el capote enceló al animalito hasta pegarle tafalleras, lances a una mano, chicuelinas, etc. Ante un toro sin gas ni entusiasmo, el torero extremeño echó mano del repertorio y de la quietud, toreando largo y templado. No faltaron los pases que le gustan, esos muletazos variados de aquellos buenos tiempos. Las arrucinas con arte, las capetillinas, y todo tipo de destellos fulgurantes provocaron el grito de ¡Torero, torero! En cuanto al toreo fundamental, Talavante pegó unos naturales eternos, reminiscentes de una tarde inolvidable en la Maestranza de Sevilla. Mató trasero pero entregándose, y la gente –como en el toro anterior- pidió dos apéndices para el matador. El juez, más prudente que el del domingo pasado, sólo le dio una oreja, pero ahí quedan el pundonor, el temple y la entrega de un muchacho que se ha descubierto como figura.

Mario Aguilar fue el verdadero triunfador de esta segunda corrida. Basta decir que no tuvo necesidad de regalar nada y que cortó una oreja de las buenas. Si busca usted dos adjetivos para definir a Mario, debe quedarse con elegante y valiente. Los mejores lances de la tarde se los pegó al tercero. El quite se compuso de tafalleras, revolera y varios capotazos artísticos a una mano.

Con el trapo rojo, Mario entendió con creces al cornúpeto manso y soso, que jamás humilló. Sabiendo que el pupilo del señor Marrón Cajiga tenía menos bravura que una hiena, el torero de Aguascalientes comenzó el trasteo con tres cambiados por la espalda y un enorme cambio de manos por delante. Al comprobar que el toro no repetía, bordó las dosantinas en un palmo, pases en el que lucen el aguante y el temple. Antes de entrar a matar se recreó en las joselillinas, otra suerte que emociona siempre, sobre todo cuando el toro es manso e incierto. Mató muy bien y se llevó en la espuerta la única oreja real de esta segunda corrida de la temporada, pues no recurrió al ya empalagoso torillo de regalo.

Estamos, los aficionados de esta pobre ciudad, expuestos a la peligrosa sencillez de la alegría –Leopoldo María Panero dixit-, es decir, nos conformamos con corridas de toros sin toros. Al terminar el festejo la gente comentaba lo bonito que hubiera sido ver a estos tres coletas frente a toros bravos, esos que no son los favoritos de la empresa, por razones que sólo el ínclito doctor Herrerías entiende.

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