Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Tres de La Punta, primero, cuarto y quinto, que medio se dejaron, aunque el cuarto fue respondón.
Tres de Jesús Cabrera, segundo, tercero y sexto. Uno bueno, otro huidizo y el último más que bueno. El sexto se fue vivo, pero con ovación.
Uno de La Joya, que regaló Hilda Tenorio. Fue otro becerrote noble que partió inédito al destazadero.
Toreros: Mari Paz Vega, mató al segundo de la tarde de entera que hizo rodar al toro como pelota: dos orejas. Al cuarto lo despachó con habilidosa estocada caída y tendida: silencio. Salió merecidamente a hombros.
Hilda Tenorio, al tercero le despenó después de entera contraria, un aviso y un golpe de descabello: silencio. Al segundo de su lote le mató de un pinchazo, mil descabellos y escuchó un aviso: silencio generoso. Regaló un séptimo en el que pasó fatigas para matarlo: aviso y leves pitos.
Lupita López, entera baja, muy lejos del rincón de Ordóñez: oreja. En el sexto demostró su absoluta falta de oficio y se le fue vivo.

Domingo13 de marzo del 2011
Vigésima corrida de la temporada de la Plaza de toros México

Uno esperaba más gente en los tendidos para ver la corrida de las féminas. Uno sabía que el único torero del cartel era la malagueña: Mari Paz Vega. Mas también uno esperaba una mejor respuesta de los villamelones, esos entusiastas dizque taurinos que llenan los tendidos para festejar cualquier cosa novedosa o rara.
Los seis mil quinientos parroquianos quizá debían haberse sentido defraudados por el trapío de los animales que ganaderos y empresa decían que eran toros, como los que enfrentan los que se jactan de ser doctores en tauromaquia, sean éstos hombres, mujeres, minerales o zarigüeyas.

Mari Paz ha demostrado, aquí y en su malagradecida patria, que puede con el toro serio y que es capaz de bañar al más pintado. Hoy tuvo que conformarse con participar en un cerrojazo de temporada de poco fuste, ni modo, cuando se quiere torear , se suma uno a cualquier cartel y se zumba uno –o una- lo que salga por toriles.
Así, el torero malagueño nos regaló lo realmente valioso del festejo. Mari Paz, ahijada del gran Pana, quien estaba en el tendido para apoyarla, recibió al primero de su lote con excelentes verónicas cargando la suerte y reponiendo con clase. Remató con una media torerísima y quitó por chicuelinas enormes con la mano baja.

Con la muleta nunca perdió el paso, siempre le salió adelante al cornúpeto, y toreó largo y profundo por ambos perfiles. Tengo que decir que pegó unos martinetes serios, ceñidos, templados y con ritmo, algo nunca visto en ese pase tan feo. Sufrió un achuchón por pegarse a las costillas del bicho, pero nunca perdió el sitio y la clase. Abrochó el trasteo con dos de pecho en un palmo, y muletazos por la cara de sabor quizá gallesco. Mató con una facilidad y una gallardía pasmosas y se llevó dos orejas en el esportón. Alguien dirá que fue un premio exagerado ¡pero oiga! si bien las comparaciones son odiosas, hay que recordar que a Ponce y a Castella se les concedieron apéndices por menos que eso y con astados (?) más chicampianos y de regalo.

Hilda Tenorio le pegó a sus dos toros enormes largas cambiadas de rodillas. Y salvo el numerito de presentarse vestida con un terno malvavisco y negro, seguramente elegante en otro planeta, la cosa no pasó de ahí. Tampoco puede matar con solvencia ni valor, igual que la toricantana, pero se animó a regalar al sobrero. Su impresionante falta de estética fue el sello de su trasteo, claro, si no dejamos en la espuerta los pasitos de alivio y el absurdo desperdicio de la sabandijita.

Hasta aquí lo serio del festejo. Lupita López tomó la alternativa, pero no está ni para matar añojitas a modo. Tuvo mucha suerte en el “toro” con el que pasó a las filas de los matadores. El de La Punta (y que el señor Madrazo perdone a los que hoy usan el nombre y la divisa de su legendaria ganadería) fue el animalito bobo de estos tiempos, dejándose torear con bondad y gusto. Lupita estuvo bien, quedándose quieta y logrando pegarle al morito buenos lances y hasta tandas encomiables. Mató con acierto y cortó una oreja.

Ya en el sexto las aguas volvieron a su cauce. Ahí la flamante torero protagonizó una pachanga que hubiera hecho palidecer a un derviche girador: pasos, pasitos, trapazos y cursilerías, se sucedieron en un muestrario de chabacanería y miedo. No dejaremos de agradecerle un nuevo pase, la manoletina andante: ¡un poema! No quisiera tener que relatarle a usted la tragedia de la suerte suprema. En ese trance tan serio, la señorita yucateca llegó a soltar la muleta antes de tirarse sobre el morrillo, y nos deleitó con todo lo que no se debe hacer en una plaza de toros con el acero en la mano. No sé, ¿ella pensará que un día le va a pelear las palmas a alguien o algo en alguna plaza de trancas? No será cosa fácil…

Aquí y en China hay que hablar de quien torea, no debe importarnos si en el carné de identidad son masculinos o femeninos. El torear mal y con muchas precauciones no es una canonjía reservada a los hombres de pelo en pecho, no, pero no por eso debemos enternecernos al ver a una mujer enfundada en un traje de luces cuando pega un petardo. Mari Paz se cuece aparte, y ahí sí, le echo la culpa a todos los machos que no quieren alternar con ella porque saben que les puede pasar un jabón en un tris. Ellos son los que la han obligado a participar en estas mojigangas indignas. Pero hay toreros con nombre de mujer que cruzan el pantano y no manchan su plumaje, como –aproximadamente- dijo el viejo don Salvador Díaz Mirón.

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