Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 20 de enero del 2013. Décimo cuarta corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Tres de Fernando de la Mora, segundo, tercero y cuarto. Mansos, de escaso trapío y poco juego.
Tres de Montecristo, primero, quinto y sexto. El que abrió plaza fue el mejor de la tarde por su efímera nobleza.
Toreros: Julián López “El Juli”: Al que hizo primero le intentó pegar tres julipiés y luego acertó con un espadazo trasero: al tercio. Al tercero le cortó dos orejas después de una estocada muy trasera: dos orejas con división. Al último de su lote lo despachó de un pinchazo y un julipié espantoso: silencio.
Diego Silveti: Al segundo del festejo le mató de tres cuartos atravesada y una entera a medio lomo: silencio. Al cuarto lo despenó de media trasera y un descabello certero: al tercio. Al que cerró plaza le atizó una estocada vergonzosa por lo trasera: oreja protestada.

Mal están las cosas cuando inopinadamente se sustituyen a tres toros del hierro titular (¡del deseado hierro de Fernando de la Mora!) horas antes de la corrida. Peor se pone el asunto cuando no sabe uno si los novillos mal engordados -reseñados con anterioridad- pudieran haber dado más juego que los pupilos de Montecristo.
Hoy fue un gusto ver a la gente abarrotando la plaza. Se dice fácil, pero reunir a cuarenta y tantas mil gentes para ver toros ya no es normal ni aquí ni en China.

Desgraciadamente, la corrida de expectación máxima no tuvo sino destellos de grandeza. ¿Sería por los toros? Quizá sí, pues El Juli salió a comerse el mundo y Silveti hizo todo lo que pudo por agradar. Afortunadamente nadie regaló bichos y el festejo fue interesante y corto: no llegó a las tres horas.

El que abrió plaza fue un toro de Montecristo muy bien presentado que fingió ser bravo hasta que se rajó vergonzosamente. Juli estuvo enorme con el capotillo, en verónicas de manos bajísimas y una gran media. Luego quitó por saltilleras cambiadas en un palmo, algo nunca visto y que el respetable aplaudió de pie. Ese quite valió el boleto. No se puede exponer más en la mínima distancia, ni pegar los lances del maestro Armilla con mayor gusto y bizarría.

Con la sarga el torero madrileño se nos amexicanó en buen plan, corriendo la mano en muletazos muy largos y templados, evocando al Manolo Martínez de los buenos tiempos. Los descontentos de siempre hubieran preferido un toreo más vertical y menos de expulsión: ¡ilusos! Juli demostró su oficio singular, su técnica impecable y su domino absoluto, lástima que todas esas virtudes con capa y muleta las echa a perder cuando pega su saltito a la media vuelta y estoquea al toro de muy mala manera.

En su segundo bregó impecablemente y pegó una media de cartel; quitó por chicuelinas ajustadísimas y remató con media larga cordobesa: la ovación fue atronadora. El de Fernando de la Mora soseó y Juli se pegó un arrimón con la muleta. Las dosantinas y los desplantes estuvieron en la línea del más puro tremendismo ojedista, aunque el animal ya no podía ni con su alma. El joven español, veterano y colmilludo, se quitó de enfrente a la res sin exponer un alamar y metiéndole la toledana casi en los intestinos, cosa que no obstó para que el “sabio” juez Morales le regalara dos apéndices y para que el inefable “Greñas” le sacara a hombros al final de la corrida.
Julián es un excelente diestro, sabe todo y hasta ha adquirido cierta clase, pero yo le pediría que a la hora de matar no levantara las zapatillas de la arena, hiciera la cruz de verdad y diera el pecho.

Diego Silveti no tuvo un toro a modo. Se trata de un coleta bisoño pero con carisma, al cual el tiempo le dará más sapiencia y más recursos. No quedó mal, para nada, mas no logró emocionar como en tardes anteriores. Su primero fue un burel débil y sin clase –el leitmotiv del ganadero Fernando de la Mora-, todavía no sabemos por qué lo brindó al cónclave. El nieto del Tigrillo quitó por mandiles y le hizo una faena muleteril bastante enjundiosa pero anodina.

Mejor estuvo Diego en el cuarto. Ese también fue de Fernando de la Mora, un animal sin fuerzas y sosón. Ahí surgió el toreo memorable, en una tanda de naturales preciosos, lo más puro de la tarde. No olvidemos los lasernistas con los que inició el trasteo, ni un pase en redondo, ni el aguante singular en las joselillinas del hijo del Rey David. Ahí, después de entregarse en los muletazos, es cuando hay que estoquear a los rumiantes con decisión y redaños, ahí es donde Diego no ha logrado progresar mucho: ¡lástima!

En los papeles triunfalistas dirán que Diego Silveti del Bosque le cortó una oreja al sexto, y que estuvo magistral, pero la realidad fue otra. Las cosas rodaron regular desde que intentó lancear a una mano en el quite, emulando a su padrino José Tomás, y las cosas se dieron entre azul y buenas noches. Nadie le discutirá su enjundia ni el valor al pasarse al toro por la barriga, ni los pases del desdén viendo al tendido, pero nuevamente demostró ser un estoqueador muy deficiente: la toledana cayó atrás del medio lomo, quizá en un justo homenaje al Juli, pues Diego le había brindado al de Velilla de San Antonio la muerte del cornúpeta. Oreja le dieron al sobrino de Alejandro Silveti y los tres gatos que sacaron el pañuelo deben estar ahora felices.

En resumen, un mano a mano en el que salió avante el más ducho, el más experimentado. Juli dejó bien clara su técnica y su valía, su vitola de figura. Pero algo falta en estas confrontaciones hechizas: ¿El toro bravo? ¿El verdadero pique entre dos coletas complementarios o antagónicos?

A %d blogueros les gusta esto: