Gastón Ramírez Cuevas.- Novillos: Tres de La Muralla, los primeros, y tres de Villa Carmela, los últimos. Sin excepción alguna chicos, sospechosos de pitones, mansos, débiles y el cuarto fue peligroso por rajado.
Novilleros: Luis Conrado, silencio y al tercio. Oyó un aviso en el cuarto, mismo en el que sufrió una paliza y una herida en la cabeza.
Pedro Núñez “Chavalillo”, silencio y pitos. Oyó sendos avisos.
Tomás Cerqueira, al tercio en el tercero y silencio en el sexto tras aviso.

Domingo 15 de agosto de 2010.

La empresa de la Plaza México continúa llevando a cabo su alegre cruzada contra la Fiesta. Nada hay más eficaz para asquear al aficionado y alejar del coso a los eventuales que el prescindir de ganado bravo para los festejos. Nada hay más antitaurino que pegarle bajonazos a las ilusiones de los chavales que tienen hambre de ser figuras.

Bueno, quizá si haya algo más criminalmente antitaurino que lo anterior. Se trata del hecho de que los ganaderos Enrique Fernández, de La Muralla, y Alejandro Arena, de Villa Carmela, carezcan de orgullo, pundonor y honradez. ¿Cómo se atreven a exhibirse como criadores de toros de lidia? Los seis ejemplares de esta grotesca farsa fueron la antítesis de la bravura, el trapío y la casta. Hay mojigangas en los pueblos que podían presumir de ganado más bravo y mejor presentado.
Y la autoridad, el juez de plaza, ese siniestro e indocumentado Jorge Ramos, el personaje que debía haber suspendido el festejo si las musarañas de marras eran la única opción, ¿a quién le obedece, por qué se burla de la afición y de los toreros

Así las cosas, el primer espada, Luis Conrado, en quien los cabales ven a la última esperanza de la novillería capitalina, volvió a sortear lo más execrable del encierro, cosa casi imposible, pues la diferencia entre malo y peor era muy tenue en esta indigna moruchada.
El que abrió plaza, de la ínclita ganadería La Muralla, fue un moribundo cuyas orejitas eran más puntiagudas y largas que sus pitones. Luis lo intentó todo, pero era como querer torear a un yunque.

El cuarto fue un toro manso y peligroso, al que Luis plantó cara en chiqueros, exponiendo mucho, con la muleta retrasada y la pata buena marcando la salida. El toro no lo sorprendió, pues la cogida era previsible y Conrado no es de los que se ahogan en tan poca agua. Lo que nadie podía anticipar fue la fatal actuación de la cuadrilla, quienes no le pudieron quitar al animal de encima. Hubo un momento en que Luis acabó luchando con el novillito, cubierta la cara de hombre y bestia con un capote.
Afortunadamente, la cosa no pasó de la paliza y de una herida en la cabeza. Como buen manso, el de la afamada vacada de Villa Carmela vendió cara su vida. Así se agotó para el novillero del Olivar del Conde la “oportunidad soñada”, que estrictamente fue solo un burdo sabotaje a su disposición, torería y entrega.

El segundo espada, Chavalillo, pechó primero con un becerrito cobarde, que de haber tenido más alzada y más fuerza hubiera indudablemente emulado a “Pajarito”.
Con el quinto del festejo, el único da la novillada que se dejó torear con claridad y que repetía, demostrando cierta alegría, que no bravura, Pedro Núñez se perdió entre pasitos, desarmes, y una evidente falta de ideas toreras. La espada tampoco es su fuerte, por usar un eufemismo.

Tomás Cerqueira, el novillero francés que impresiona por su clase, estuvo muy bien y gustó al respetable, aprovechando al máximo las escasísimas posibilidades de su lote. Hay que señalar que sus enemigos (los de cuatro patas, no los ganaderos, ni la empresa, ni el juez) tendían a frenarse y a aprender. Al tercero lo toreó con elegancia y ajuste con el capote. Los mandiles y las medias verónicas fueron de cartel. Con la muleta logró derechazos hondos y templados, lástima que sigue sin encontrarle la muerte a los novillos.

Cosa similar aconteció con el que cerró plaza. Su trasteo arrancó el ¡Olé! de los tendidos debido a la variedad y el empaque de los muletazos. Los de trinchera fueron verdaderamente de cartel y tanto al natural como por el pitón derecho logró dibujar bellos instantes de torería. Pero, ya se imagina usted que volvió a estar muy mal con la larga y con la corta.
 

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