Gastón Ramírez Cuevas.- Domingo 10 de febrero del 2013. Décimo octava corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Toros: Siete de Barralva (José Mauricio regaló al sobrero), de encaste español, de buena lámina, pero débiles y de poca raza.
Toreros: Leonardo Hernández rejoneó, mató fatal a sus dos toros. Silencio en el que abrió plaza y algunos pitos en el cuarto.
José Mauricio, al segundo de la tarde lo mató de entera baja: al tercio. Al quinto le despachó de un gran estoconazo: al tercio tras nutrida petición de oreja. Regaló uno al que pasaportó de entera dando el pecho y al que le cortó merecida oreja.
Mario Aguilar, a su primero le propinó una estocada entera y traserilla, pero a ley: oreja. Al sexto le atizó una media y un certero golpe de corta: palmas.
Hoy, apenas se dieron cita en el embudo de Insurgentes unos cinco mil aficionados de distintas religiones: unos iban a ver al caballito y otros a ver a los de a pie. Los hinchas del asunto ecuestre salieron cabizbajos, pues su gallo estuvo peor que nunca, que ya es decir. A un toro para rejones se le atostona, pero no se le deja sin pitones. Si luego se clavan mal todo tipo de farpas y banderillas, y si se mata como un sapo, entonces la cosa provoca gritos de: ¡Payaso! En fin, pobres caballos.
Afortunadamente los de a pie se lucieron en serio.
Le diré a usted, amable lector, lo que más me caló de cada uno de ellos. José Mauricio estuvo en torero todo el tiempo. No colaboraron con él sus primeros dos astados, pero en su primero tragó en un gran quite por gaoneras y luego le sacó excelentes muletazos a un bicho que rodaba a la menor provocación. La gente se preguntaba, ¿son igual de malos los toros españoles que los bureles mexicanos que crían los amigos de la empresa? La respuesta es triste y afirmativa, no es ganadero de bravo aquel que quiere.
El quinto fue el inevitable producto de una fábrica de cornúpetas inválidos. Si los toros tienen alma, éste no podía con la suya. El finísimo torero capitalino porfió, no a media altura, sino casi llevando el engaño apuntando al cielo, y ni así. Ahora, la estocada fue memorable: en todo lo alto y de efectos fulminantes. El buen aficionado pidió la oreja, misma que en mis tiempos se cortaba con sólo ejecutar honradamente la suerte suprema. Pero ahora sí el juez se puso recio y no concedió el apéndice: hay cretinos en el biombo tarde a tarde.
José Mauricio Morett, regaló uno y se entregó todavía más. Quitó por chicuelinas, tafalleras y gran revolera para arrancar la ovación. A continuación, con quietud y elegancia pegó unos derechazos de cartel, sentado en los riñones y templando horrores. Las joselillinas cambiadas prepararon al burel para la muerte y Mauricio se fue tras la espá como un león. La oreja la pidieron todos los paganos y fue concedida. José Mauricio es, junto con Fermín Rivera, el mejor de los coletas jóvenes de este país. Tiene el valor y el temple, el arte, el aguante y la elegancia; lástima que cuando no hay toro es complicado hacer muchos milagros.
Mario Aguilar volvió por sus fueros. Al tercero de la tarde lo toreó de manera genial. Comenzó su faena muleteril con dos cambiados por la espalda de mucho valor. Remató ese inicio con uno de pecho largo, larguísimo. Hubo una tanda de derechas en un palmo que dejó boquiabierto al más escéptico, pues los pases fueron desde aquí hasta allá, aguantando con arte y fajándose. El rumiante se cayó en los naturales y luego, al sentirse podido, se rajó. Mario le endilgó unas joselillinas colosales (mal llamadas bernadinas) en chiqueros y luego montó la toledana para matar a ley. Ha habido pocas orejas tan bien ganadas esta temporada. Valió la pena ver cómo presentaba el engaño tan adelante y tan planchado, y cómo le daba muletazos eternos al morlaco.
La afición dividió sus opiniones con el corrido en sexto lugar. El de Barralva tenía dieciséis pases, pero era complicado. Mario estuvo bien, mas no brilló. Unos le pitaron, otros le vitorearon. Yo le digo que no me disgustó la labor del torero hidrocálido, pero algo faltó. Los derechazos en tablas y junto a toriles fueron espléndidos, pero quizá ya un poco extemporáneos.
En suma, dos orejas para un par de toreros que valen mucho. En lo que al encierro respecta, a los señores Álvarez Bilbao debía darles vergüenza lo endeble de sus bóvidos. Ya se nos acaba le temporada grande. Ya no salió el toro bravo, ya se quedaron fuera muchos y ya petardearon otros en múltiples ocasiones. Recemos porque un día a Herrerías le caigan mal sus amiguetes y traiga toros de verdad, y nos deje de meter circenses rejoneadores con calzador.