Gastón Ramírez Cuevas
Toros: Siete de Barralva, bien presentados y, salvo el que regaló Perera, mansos y débiles todos. Arrastre lento al primero (¿?), pitos al segundo, palmas al cuarto, más pitos al quinto, pitado el sexto. Tercero y séptimo, fueron arrastrados en silencio.
Toreros: Fernando Ochoa, pinchazo y bajonazo en el que abrió plaza: leves pitos. En su segundo, entera caída a toro parado, pitos fuertes.
Miguel Ángel Perera, en el segundo de la tarde, casi media estocada en buen sitio, otra media en buen lugar, descabello certero y aviso: palmas y al tercio. En el quinto, otra semi-media aplaudida, aviso y tres cuartos de espada bastante desprendidos: salida al tercio. Regaló un séptimo de la ganadería titular, entera trasera y caidísima para cortar una oreja.
José Mauricio, despachó de entera caída la primero de su lote después de meritorísima faena: oreja. Al que cerró plaza lo despenó de entera muy defectuosa y buen golpe de verduguillo para escuchar un aviso: silencio.
Entrada: quizá unos ocho mil aficionados, que no espectadores, lo que nos queda de afición en la capital de la república. Domingo 15 de noviembre del 2009
Segunda corrida de la temporada de la Plaza México

Este encierro no tuvo nada que ver con el del domingo pasado. Salieron toros hechos que pedían oficio y casta torera. Sin embargo, salvo el primero de Ochoa, que se dejó mucho y era un portento de sosería y nobleza, los otros acusaron una preocupante mansedumbre. No por eso eran fáciles. Pregúntele usted a Perera, a quien dos de sus enemigos le levantaron los pies de la arena .

De cualquier modo, los toros mexicanos de Barralva –pues los señores Álvarez Bilbao poseen encierros españoles, mismos que se lidian en Guadalajara, por ejemplo- son un compendio de debilidad, mansedumbre y mal estilo. Además, parece que les crece todo menos los pitones.

Pero uno va a ver torear lo que salga por chiqueros. Por lo tanto, nos quedamos muy contentos por las actuaciones de dos toreros serios: José Mauricio y Perera.
Salió el primero, un bicho noble y con recorrido al que había que consentir, rematarle los pases y tomarle la distancia. Se dice fácil, pero el michoacano Ochoa acusó una falta de ritmo y mando que los tendidos le reclamaron con fuerza. Durante un momento de la faena, al natural, pareció que Fernando Ochoa iba a destaparse con el toreo verdad, pero todo quedó en –como dice el escritor francés Michel Déon- las engañosas esperanzas.

Al cuarto, un animal muy grande y colaborador, el diestro que nos había emocionado la temporada pasada, sólo le perdió los pasos, lo dejó pasar sin molestarle y hasta a veces lo ahogó. El respetable lo abucheó, a pesar de eso él salió a los medios. Total, nada.

¿Qué decir de Miguel Ángel Perera? Este muchacho es un torero que posee un aguante impresionante, una técnica envidiable y un hambre pasmosa. El extremeño hizo vibrar al coso de Insurgentes con su personal manera de torear.

En su primero instrumentó un quite por chicuelinas y tafalleras verdaderamente elegante. El toro lo arrolló en la segunda tafallera y él volvió a la cara para rematar con otra tafallera más ceñida y una media revolera de torero grande. Su faena de muleta tuvo momentos importantes al natural, pegándolos en un palmo y sin perder el terreno. De haberlo estoqueado bien al primer envite, hubiera cortado un apéndice.

En el segundo de su lote, Perera porfió ante un manso tardo y peligroso, aguantando derrotes y calamocheos en los meros medios. En una dosantina, el pase de la casa en La México, el burel se lo echó al lomo, lo que no obstó para que Miguel Ángel regresara a desengañar al cornúpeta con aplaudidos muletazos echando la pata buena adelante. Lástima que a la hora de la verdad no pudo tumbar decentemente al de Barralva.

En el de regalo, otra mala costumbre de estas tierras tan pródigas en darle ventajas al que más euros tiene, Perera se justificó con creces, ante la atónita mirada de José Mauricio, quien no concebía que por segunda vez –le ocurrió lo mismo el día que Perera cortó un rabo, en el serial pasado-, el español se le fuera por delante con un toro sobrero.

El de La Puebla del Prior, estuvo valiente y entregado, ahormando a un toro que sólo se dejaba en el tercer tiempo del muletazo, cosa rarísima. La gente le coreó todo, especialmente una vitolina en redondo ligada con el de pecho. Fue una nueva demostración del toreo verdad que preconiza José Tomás, pero nada que superara al torero de Mixcoac: José Mauricio.

Hablemos del tercer espada, del ya citado José Mauricio, el autor de la mejor faena –por arte, sitio y sabor- de la temporada pasada. El tercero de la tarde fue un toro con trapío (de la cara a medio lomo), cornivuelto y carifosco –o sea, que tenía rizada la testuz-, pero, escaso de fuerzas y raquítico de los cuartos traseros.

El espada capitalino estuvo sobrado de muñeca, arte y recursos; firme como él solo y toreando contra el viento en los medios. Hubo entrega y torerismo en un cambio de manos y en los muletazos por bajo, rodilla en tierra y de clase especial. Siempre sometió con mando, tanto con la zocata como con la diestra, aguantando horrores con la sonrisa bien dibujada. Este niño es torero, punto. La oreja valió de verdad y ojalá la empresa lo entienda así.

Desgraciadamente, a la hora de asegundar, A José le tocó un sexto que echó abajo todas las esperanzas: fue un toraco bronco, tardo y malo. Mas ahí quedan la entrega, el pundonor y el gusto por torear con sitio, con pundonor y con alegría.

Decía don Ricardo Colín “Flamenquillo”, gran cronista mexicano, que: “La Fiesta es un reluciente acero, empuñado por un hombre, solamente revestido de sedas y oros, en cruento y pagano sacrificio.” Hay toreros, pero faltan toros. Verdad de Perogrullo, pero no por eso menos cierta. Así, felicitamos a los toreros que se justifican con lo que hay, pero queremos ver al toro bravo, a ése que nos escatiman empresas, apoderados, veedores y figuritas de aquí y de allá.
 

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