Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Dos de Los Encinos para rejones, adecuadamente presentados y de buen juego, ambos fueron aplaudidos en el arrastre.
Cuatro de Malpaso, bravos, bien presentados, con edad y bastante casta. Al primero de la lidia ordinaria lo despitorraron arteramente: fuerte ovación al astado. El quinto recibió merecidas palmas al llevárselo los percherones.
Un sobrero de Ordaz, que sustituyó al primero de El Pana: feo, anovillado y débil: bronca al toro y al torero.
Toreros: Pablo Hermoso de Mendoza, mató trasero pero efectivo a su primero: al tercio. Al cuarto lo despachó de tres rejonazos de muerte y le ovacionaron en los medios.
Rodolfo Rodríguez “El Pana”, cuatro pinchazos y entera perpendicular en el segundo de la tarde: bronca. En el quinto, un metisaca y después el clásico chalecazo: compasivo silencio.
Pepe López, buen estoconazo que hizo rodar sin puntilla al tercero del festejo: al tercio. Al que cerró plaza le recetó una estocada entera a la media vuelta: silencio.
Domingo 20 de febrero del 2011.Décimo séptima corrida de la temporada de la Plaza de toros México. Entrada: lleno en numerado y buena entrada en general, unas treinta y cinco mil personas.

En el título, por falta de espacio, no pude poner lo siguiente: “Petardo grande de El Pana y espantosa actuación de Pepe López”. Puede que sea mejor así, porque, como usted sabe, cuando aparece el toro relativamente serio, listo y con edad, muchos toreros se desdibujan.

Las cosas ocurrieron de la siguiente manera: Pablo Hermoso de Mendoza salió elegantemente ataviado con un traje andaluz, rematado con un sombrero catite. El caballero navarro estuvo elegante y sobrio, regalando suertes nuevas, como la de quebrar por dentro con el caballo cambiando de manos y a dos pistas. Fue algo que, sin embargo, no calentó a los tendidos, o no lo suficiente. Pablo estuvo en señor, sin buscar el aplauso fácil y volviendo a demostrar -¡cómo si hiciera falta!- que tiene dominado el temple y que es el mejor jinete del universo.

En su primero mató trasero y en su segundo llegó a utilizar hasta tres rejones de muerte. Todo quedó en una rácana salida la tercio en el que abrió plaza y una gran ovación en los medios en el cuarto. Para ciertos puristas, esto es el Arte de Marialva y las orejas son lo de menos.

Hoy, Erre Erre, el gran Brujo de Apizaco, vino a vernos la cara de chinos, y sin un triste pase del Celeste Imperio. Me da la impresión de que, al ver que su primero era listillo y fuerte, le ordenó al peón Rubén Ávila que le estrellara al toro en un burladero de sol. Tan bien lo hizo este subalterno chufla, que le arrancó de cuajo el pitón zocato al toro. Luego vino lo más patético de la temporada, que ya es decir. Unos cabestros cebúes (¡Olé las plazas de primera!) intentaron sin éxito llevarse al toro a los chiqueros; y el sobresaliente, el matador Luis Gallardo, se empeñó en presentarnos la cara más triste de la Fiesta. Todavía no sé por qué, después de que el bicho se negó encastadamente a salir del ruedo escoltado por los variopintos rumiantes, el juez Gilberto Ruiz Torres permitió que Gallardo saliera a liquidar al pobre animal. Luis, el torero de Pachuca, se entretuvo en pegarle mantazos al de Malpaso por el perfil zurdo, en donde no había asta alguna. Luego, pinchó con miedo y mala fortuna. El toreo debe ser todo menos un espectáculo ridículo.

Mejor ni hablar del sobrero, del segundo bis, ahí el ídolo de un servidor y de la afición mexicana, se dedicó a hacer el ridículo, soportando con sorna la bronca. En fin, dicen que Rafaé El Gallo se especializaba en tardes así. En su segundo enemigo, otro toro que además tumbó al picador con bravura y astucia, El Pana estuvo fatal, sin excusas, sin torería y desangelado.

Y ni siquiera nos quedaba la esperanza de Pepe López, pues bien sabíamos que este muchacho moreliano no sabe torear muy bien. Por lo tanto, salvo algunos estimables parones y un remate capotero a una mano en el sexto, otro de Malpaso que le propinó un batacazo al varilarguero, lo demás fue un mar de antitoreo. Le tocaron dos cornúpetos que ofrecían posibilidades de triunfo, pero el estar valentón sin oficio ni gracia, no cala en los tendidos ni encumbra a nadie.
Decía Juan Silveti el viejo, según Parmeno, que las reglas del toreo son no huir nunca y parar siempre. Hoy fue obvio que dichas máximas no son siempre parte del acervo torero de un ídolo crepuscular (al que hoy no le dio la gana justificarse), ni las de un joven que torea como un mozo de botica.
Las cosas como son…

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