Gastón Ramírez Cuevas.- México.

Toros: Seis de Barralva, mansos en conjunto y de escaso trapío. Se dejó el tercero, al que el juez miope dio el arrastre lento. Uno de Xajay que hizo séptimo, regalado por Perera. El toro tuvo clase y raza y le dieron arrastre lento también.

Manolo Mejía, estocada entera en buen sitio para despachar a su primero, silencio. Estocada entera y caída en su segundo, leves pitos.

Miguel Ángel Perera, confirmó. Al tercio en el que abrió plaza, después de un pinchazo y un bajonazo. En el quinto cortó oreja y mató de entera en cámara lenta. Regaló un séptimo al que le cortó el rabo, coronando la faena con un estoconazo de libro.

José Mauricio, mató al tercero de la tarde de media traserilla y le cortó dos orejas. En el sexto pinchó dos veces y luego cobró una estocada caídita para salir al tercio.

Domingo 25 de enero del 2009 Décimoquinta corrida de la temporada de la Plaza México

La tarde fue de menos a más. Los poco más doce mil parroquianos salieron toreando del embudo de Insurgentes. No crea usted que los toros de Barralva fueron buenos, al contrario, pero cuando hay hambre y entrega las cosas se ponen en su justo sitio.

Perera, el esperado por la afición, confirmó con un toro débil y manso al que le pudo robar grandes derechazos, joselillinas y todo. El burel fue pitado y la gente, que se percató del temple, el aguante y la torería del extremeño, le sacó al tercio. Es bonito ver cómo las cosas hechas con verdad calan en le ánimo hasta de los villamelones. Vino el cuarto, un bichillo escurrido y feo al que la gente pitó con ganas. De hecho, parecía que a Perera no lo iban a dejar torear, sin embargo, el torero triunfador de la temporada en España, se fajó y educó al toro para lograr una faena de riñones y arte. Aguantando coladas, incertidumbres y medias embestidas, Perera se sacó de la manga dosantinas inigualables y pases de pecho profundos, ceñidos y casi de vuelta entera. Ahí las lanzas se trocaron en cañas y los vítores del tendido se olvidaron de la mala presencia del astado.

Miguel Ángel dio una vuelta con la oreja perfectamente merecida entre gritos de ¡Torero, torero! Mi habitual vendedor de lotería, me dijo: «¡Lástima que cortó oreja! Ya no habrá toro de regalo.» Afortunadamente, el billetero se equivocó y Perera nos obsequió un séptimo, pues se ve a leguas que no le gusta que se le vayan por delante. Aclaro que José Mauricio había desatado ya la locura en la plaza después del faenón que le hizo al tercero y de pasear dos orejas de mucho peso. Pues bien, salió uno de Xajay no muy feo, no muy bonito, pero que tenía ganas de embestir.

En el primer tercio Perera veroniqueó con más gusto que acierto, quitó por chicuelinas y tafalleras sólo tragando y parecía que ahí no había nada que esperar. Montó la muleta después de brindar al respetable y empezó la faena soñada. Los cambiados (¡dos!) por la espalda fueron de una quietud inverosímil. Continuó en los medios con naturales enormes, enormes de verdad. Este muchacho tiene un toreo estatuario que convence al más escéptico. A partir de ahí, la gente no pudo dejar de levantarse del asiento para aplaudir. Hubo toreo caro, toreo de temple infinito: dosantinas, vitolinas, cambios de mano, muletazos largos como un buen día de verano. Toda la afición de sombra y de sol se enjugaba los ojos y se pellizcaba para comprobar que esa faena no era un espejismo. Abrochó el trasteo con manoletinas de cartel y pegó una de esas estocadas que hacen aflorar los pañuelos de inmediato. Yo no le puedo decir si el rabo fue un trofeo exagerado, pero sí sé que fue pedido con gran insistencia. Si hablamos de pases y la suerte de matar, esta faena mereció más el pañuelo verde que muchas otras. México ya tiene otro ídolo y se llama Miguel Ángel Perera.

El que le cedió los trastos fue Manolo Mejía, quien venía de cortar dos orejas a un toro de El Junco. Quizá lo mejor de su primero fue el brindis a Efrén Acosta, un picador de toros colosal. Manolo no se ajustó ni en las banderillas ni con la pañosa ¿que más puede uno decir?. Salió el cuarto, un cornúpeta del cual la pizarra decía que tenía cinco años largos. El toro peleó en varas y Mejía pegó el petardo. Toreó sobre piernas y muy, muy aliviado. Hay cosas que si no fueron en su tiempo, después no serán jamás.

Vamos a lo que le vimos a José Mauricio. En el tercero tragó en un quite por chicuelinas y tafalleras que tuvieron eco. Con el trapo rojo estuvo elegante, firme y largo. Casi todas las tandas las pegó con el compás cerrado, la barba en el pecho y el mando en la muñeca. Me acordaré de tres naturales soberbios, de una clase que sólo tienen los privilegiados. Una de esas tandas la remató tirando el ayudado y pegando dos cambios de manos por delante y el de pecho. hay toreros alegres pero que hacen las cosas con seriedad (paradojas del toro) y este torero de Mixcoac es de esos. Los pañuelos consiguieron las dos orejas para José Mauricio, un torero de cuidado y que está para moverle el tapete a nacionales y extranjeros.

El sexto fue quizá, en el primer tercio, el toro más interesante de la corrida. Primero tumbó al picador que guardaba la puerta, luego embistió al equino sin jinete. Pobre Efrén Acosta, debe haberle dado vergüenza ver cómo sus colegas actuales hacen de la surte de varas una irrisión. A continuación vino uno de los momentos cumbres de la corrida: Manolo Mejía y José Mauricio quitaron por colleras. Las chicuelinas antiguas fueron de escándalo. Creo que algo así hacían los Niños Bienvenida en el siglo pasado. La ovación fue ensordecedora. Lástima que ya no quedó nada para la muleta. No obstante, para cuadrar al toro, José Mauricio se gustó en los pases de castigo rodilla en tierra. Mi admirado escritor colombiano, Antonio Caballero, decía, hablando de José Miguel Arroyo «Joselito», que: «No quiere ser el primero: tiene la ambición luciferina de ser el mejor.» Perera y José Mauricio parecen estar tomándose muy a pecho estas palabras.

Foto: Genaro Berumen

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