Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Seis de La Estancia, desiguales de presentación, mansos sin casta, y débiles.
Toreros: Rafael Ortega, en el que abrió plaza, entera caídita a toro parado: silencio. En el cuarto, entera excelente: palmas.
Alejandro Talavante, en su primero, un pinchazo y estocada trasera aguantando: oreja. En el quinto, estoconazo y oreja.
Juan Chávez, en el tercero, casi entera perpendicular: silencio. En el que cerró plaza, un pinchazo hondo, perpendicular y trasero, tres golpes de descabello y silencio.

Domingo 13 de febrero de 2011
Décimo sexta corrida de la temporada de la Plaza de toros México

Hoy sólo acudieron a la cita los cabales, esas casi seis mil personas que algo entienden de toros en la Ciudad de los Palacios. Está visto que los otros cuarenta mil parroquianos se gastaron el parné en los patéticos festejos del Aniversario.

La tarde se saldó con un “tour de force” (demostración de maestría) de Talavante, quien, sin enemigos bravos, deletreó un toreo fresco, pensante, ejecutado con honradez, y de mucho empaque. A su primero, un bicho sin fuerza y con medio ardite de casta, el torero extremeño le sacó una faena de gran temple e imaginación. Con el capotillo, Talavante se estiró a la verónica y pegó una chicuelina moderna ceñida y seria. Quitó por gaoneras con más pena que gloria, pues el torillo no era nada alegre.

Con la muleta, Alejandro volvió a recreare en los pases con pasmosa seguridad y gusto por torear. Hubo naturales completos, largos, colosales, y siempre andándole con garbo al toro hacia adelante. Culminó el trasteo con manoletinas y dos firmazos con la zurda que valieron el boleto. Vino la hora de la verdad y el respetable, consciente de que el de Badajoz no es un Antonio Lomelín con la tizona y de que ya llevaba cinco faenones sin matar ni en defensa propia, guardó un respetuoso y esperanzado silencio. Talavante pinchó sin sorprender a nadie, pero a continuación se fajó como los buenos y aguantó la embestida del cornúpeto para tumbarlo con verdad. Todos pedimos la oreja y nadie la protestó al concederla Gilberto Ruiz Torres. ¡Qué diferencia de lo de don Enrique y de Sebastián el sábado pasado!

Cuando salió el quinto, un mulo con cuernos, basto y que derrotaba a diestra y siniestra, pocos daban un peso por el resultado de la faena. No obstante, el diestro extremeño le pudo al de La Estancia. La faena fue un portento de discernimiento y conocimiento de las distancias. Poco a poco, Alejandro enseñó al toro a embestir. El mando y el temple en los dos primeros tiempos del muletazo fueron una lección de sabiduría y de ganas de triunfo. Las combinaciones que pueden lograrse, muleta en mano, mediante cambios de mano por delante y por la espalda, ligados con naturales y derechazos, fueron un compendio de esa tauromaquia luminosa y necesaria para la Fiesta. Como era de esperarse, teniendo en cuenta la ley de las probabilidades, Talavante mató como el tifo, y tan suavemente como Paquiro según Rainer María Rilke: hundió el estoque dulcemente como lo hizo ya alguna vez en La Maestranza. Nuevamente, la oreja se pidió por unanimidad y el torero la paseó en loor de multitudes.

Hay que apuntar que el coleta español fue sacado a hombros del coso, que no quiso subirse a la furgoneta y dejar con un palmo de narices a los embelesados aficionados que querían vitorearle. Está visto, el nuevo ídolo de los que chanelan en La México es este muchacho de veintitrés años, un torero que ha encontrado su sello y deletrea el arte de Cúchares con verdad, originalidad, arte y valentía.

Rafael Ortega, estuvo muy digno, pero no tuvo tela de dónde cortar. En el que abrió plaza porfió en serio, pero el toro le hubiera deslucido la labor hasta a José El Gallo. Sí, no importó que Rafael lo intentara todo con el capote, desde una media afarolada de rodillas, o que cogiera los palos pese a estar saliendo de una fractura en la muñeca: el toro tenía tan poca bravura y tan poco fuelle que parecía el proverbial rumiante disecado. El de Tlaxcala se arrimó, se estiró cuando pudo, pero todo quedó en agua de borrajas.

Peor le iría al de Apizaco con el cuarto. Ese astado berrendo, caribello, zambombo y que, de salida, lucía una herida en el costado, no tuvo un pase. Ya no hablemos de si estaba disecado o no, digamos más bien que se dedicó a rodar por la arena con singular alegría. Una vergüenza para cualquier ganadero digno de ese nombre. Bueno, por lo menos parecía un toro ¡en la foto de mediados de semana!

¿Qué le puedo decir de Juanito Chávez? Poco, muy poco. Este muchacho de Lagunillas, Michoacán, tuvo un lote al que Talavante le hubiera hecho las fiestas del bicentenario. No es que ambos bureles fueran un escaparate de bravura y empuje, no, pero tenían algo que torearles. Así las cosas, Juan se lució con el percal en el tercero, llegando inclusive a quitar por gaoneras tragando como los machos. Después, el coleta michoacano se encargó de corroborar que no tiene ni temple, ni oficio, ni gracia. ¿Valor? Bueno, sí , mucho.

Al último de la tarde, un toro destartalado, pero que se movía, Juanito le hizo una de las faenas más atropelladas de la temporada. Se lo echó encima de continuo, pero sin saber por qué. La gente se hartó y le pitó con educación.

Hay que decirlo de una vez, si a Talavante le sigue funcionando la mente torera y si decide entregarse a la hora buena, va a ponerle las peras a veinticinco a todos su alternantes en las mejores ferias de España. Y como Juli y José Tomás, la onza de oro la ha venido a hallar en México.

Foto: Emilio Mendez (Suertematador.com)

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