Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Siete de San Isidro, agradables de presentación y de juego variado, todos tuvieron faena. El primero y el sexto fueron ovacionados en el arrastre.
Toreros: Rodolfo Rodríguez “El Pana”, a su primero lo mató de media estocada, le cortó una merecida oreja y dio dos vueltas al ruedo. Al cuarto lo despachó de media trasera y dos golpes de descabello: división.
Alejandro Talavante, en el segundo, cinco pinchazos, media trasera baja y un aviso: al tercio con fuerza. Al quinto lo pasaportó de dos pinchazos fatales y entera trasera y caída: ovación casi en los medios. Regaló un séptimo de la ganadería titular. A éste lo mató igual de mal: pinchazo hondo y cuatro golpes de verduguillo. Fue ovacionado al salir de la plaza.
Arturo Saldívar, al tercero lo despenó de dos pinchazos, una pasada en falso, otro pinchazo, una entera baja y tres descabellos: aviso y silencio. Al último de la lidia ordinaria lo mató de media trasera desprendida y dos descabellos: oreja tras aviso.
Domingo 23 de enero del 2011
Décimo segunda corrida de la temporada de la Plaza de toros México
Hoy , pese al cartel tan interesante, sólo entraron al embudo de Insurgentes unos quince mil aficionados, pero eran aficionados de verdad, la suma de todos los supervivientes taurinos de la Ciudad de los Palacios. Y nadie salió defraudado, pues se vio el toreo bueno, el toreo variado y el toreo distinto, de entrega y alegría.
Los toros no fueron cosa del otro mundo, pero se dejaron torear y mantuvieron la atención del respetable. En suma, una de las corridas más bonitas de la temporada, porque vimos tres tauromaquias diferentes, igual de valiosas.
El Pana es El Pana, un ídolo a carta cabal, punto. Y este genio del toreo siempre deja en la mente del espectador o del aficionado algo para el recuerdo. Ojalá pudiéramos decir lo mismo de tantos otros coletudos.
El Brujo de Apizaco recibió al que abrió plaza con una serie de florituras capoteriles, firme como un poste y templando. El aire le molestó mucho en la faena de muleta, sin embargo, templó en los derechazos de manera asombrosa, pasándose al toro en la faja. Vino el momento soñado por todos los panistas furibundos, como el que esto escribe: ¡el del trincherazo! Ahí El Pana no tiene igual. El muletazo fue perfecto, precioso, de cartel, un instante de arte colosal. Remató su trasteo con ayudados y sanjuaneras ceñidas y viendo al tendido, como un novillero con clase, oficio y hambre. La media bastó, y la oreja fue pedida religiosamente.
Estaré siempre de acuerdo con el grito del ínclito “Profesor”, ese asiduo aficionado de sol que no escatima comentarios al margen, dijo: “Pana, le vamos a pedir al Papa que te canonice!”. Ojalá.
Ya en el cuarto la cosa perdió color, pues el de San Isidro presentó problemas serios, se quedaba corto y era duro de pelar. El famoso Erre Erre (Rodolfo Rodríguez) porfió y quedó bien, pero sin más.
Hablemos ahora de Talavante. Hay que decir que este muchacho de Badajoz sería el triunfador absoluto de la temporada si se hubiera decidido a matar como El Zapata. Torea precioso, sin enmendar, ganándole el paso a los bichos, pensando en la cara del toro, haciendo gala de una variedad muleteril impresionante, derrochando valor, temple y arte.
Tres fueron las faenas que le vimos hoy, tres monumentos al arte de Cúchares, entendiendo a cada toro a la perfección, dándole a cada cornúpeto la distancia adecuada, completando todos los muletazos y ligando eternamente.
En su primero nos demostró lo que es torear en un palmo, haciendo caso omiso del viento con la muleta baja, tan baja, que el toro humillaba como los ángeles. En un instante de tremenda inspiración, llegó a pegar la arrucina prolongada, ese muletazo que yo sólo había visto en alguna enciclopedia taurina, ese pase que consta de la invención del Ciclón Mexicano y de un forzado de pecho casi imposible.
En sus tres faenas no faltaron los mandiles, los quites por las afueras, los péndulos, los naturales, los ayudados, los desdenes, las manoletinas tomasistas y todo lo que hace recordar al aficionado cabal que el toreo es largo, entregado y variado, no puros trapazos sin ton ni son por ambos pitones.
Talavante está resultando ser el ídolo de la afición mexicana, pues se arrima, no se mueve y tora muy largo. Un día se planteará tirarse sobre el morrillo de sus enemigos con el estoque firmemente cogido y haciendo la cruz de verdad; ese día será uno de los mejores toreros del planeta, si no es que el mejor.
Arturo Saldívar pasó algunas fatigas con su primero, porque el dios Eolo le molestó con saña y porque su adversario se fue a chiqueros a defenderse. No obstante, el diestro hidrocálido estuvo fino y torero, toreando con empaque y exponiéndose en unas joselillinas muy templadas, cosa que a algunos otros cronistas les parece un contradicción en términos. No estuvo nada atinado con el acero y perdió una oreja importante.
En el que cerró plaza, Arturo quitó por gaoneras tragando mucho. Luego se entretuvo en dar una cátedra de bien torear. Sentado en los riñones pegó unos derechazos eternos. Los naturales, precedidos por una vitolina, fueron de ponerse de pie y aplaudir a rabiar. Elegante y fiero como un león, llegó inclusive a llevarse una maroma por intentar un pase de pecho en terrenos prohibidos. La gente le concedió el grito consagratorio de ¡Torero, torero! De haber matado con acierto al primer envite, hubiera sido el máximo triunfador del festejo. Pero está visto que los estoques del segundo y el tercer espada hoy no estaban afilados ni certeros.
La oreja fue indiscutible y Saldívar sigue dando de qué hablar en tonos muy positivos. Sobre todo si recordamos con amargura las orejitas del Capeíta y el indulto de Castella. Total, una corrida de toros como debe ser, con toreros serios, pundonorosos y carismáticos, y astados colaboradores y decentes.
Foto: El Pana llega a la plaza