Gastón Ramírez Cuevas.- Más público en la Monumental que fueron para ver a la primera mujer que tomaba la alternatica en el coso capitalino.

Toros: Seis de Autrique, que se presentaba en la plaza grande. Agradables de presencia y descastados en conjunto. El cuarto fue noble y tuvo un puntito de bravura, los demás dejaron mucho que desear. El segundo de Mejía se hizo acreedor al arrastre lento; primero, tercero y quinto fueron pitados en el arrastre. El segundo de Ruiz Manuel tendía una arboladura digna de Madrid, pero no sirvió para nada.
Toreros: Manolo Mejía, en su primero, metisaca y bajonazo artero con desarme: pitos. En su segundo estocada clásica y fulminante: dos orejas.
Ruiz Manuel, dos pinchazos en lo alto y entera para escuchar un aviso: división de opiniones. En el quinto tres cuartos al primer envite y descabello perfecto: aviso a los nueve minutos y bronca inmerecida.
Hilda Tenorio tomó la alternativa, primera mujer que en la historia de la Plaza México toma la borla de matador. En el del doctorado, “Victorioso” de nombre, dos pinchazos y un chalecazo de libro para salir al tercio. Al que cerró plaza lo mató de un pinchazo aplaudido y una entera atravesada que provocó derrame: oreja.
Entrada: casi diez mil personas para ver y aplaudir a la menudita torera de Michoacán.

Domingo 28 de febrero del 2010
Décimo octava corrida de la temporada de la Plaza de toros México

Como siempre ocurre en este tipo de tardes, en las cuales uno duda mucho del resultado positivo tanto de toros como de toreros, saltó la liebre. Hablaremos en primer lugar de Hilda Tenorio, quien tomó la alternativa y sorprendió a tirios y troyanos. Hago referencia al viejo Virgilio, pues en su Eneida habla de grupos siempre antagónicos, a los cuales nadie hubiera podido poner de acuerdo.

Hilda es uno de esos prodigios infantiles que gozaron del favor del respetable mientras fueron niños. Al paso del tiempo, la gente del toro olvida y exige, se vuelve escéptica y comienza a preparar piras de leña verde para sus antiguos favoritos. Esta tarde el torero mujer de Morelia tenía que demostrar que podía con un toro, ya no con becerros o novillitos. Y si bien la gente la quiere, ella sabía que un aislado momento de duda o de miedo hubiera podido hundirla.

Salió el primero, un bicho con el trapío justo y sin un ápice de bravura. La muchacha michoacana estuvo digna, muy digna. Rescataremos de su labor el quite por ajustadas chicuelinas modernas y los muletazos de castigo con los que abrochó su trasteo. El bicho fue un verdadero asco, quizá reparado de la vista y con peligro. Del asunto de la suerte suprema, mejor ni hablar, porque ni el bicho se dejó ni la estatura de Hilda facilitaron las cosas. El público la sacó al tercio con cariño. Eso no quiere decir que los cabales dejaran de apoyar a la toricantana, quien sufrió más con los consejos absurdos del inefable peón Beto Preciado y otra caterva de metiches, que con las miradas y coladas del de Autrique.

En el sexto, Hilda lanceó a la verónica con quietud y temple, rematando con una media elegante para ser muy ovacionada. Tome usted en cuenta que la niña usa avíos a la medida, es decir, muy pequeños, lo cual tiene como resultado una enorme verdad torera cada vez que se queda quieta y manda. Quitó por dos chicuelinas antiguas y otra media verónica de muy buena factura para recibir más aplausos.

El toro desparramaba la vista y no andaba como para hacerle muchas fiestas. No obstante, se topó con un torero de la cabeza a los pies. Hilda lo sometió por bajo, rodilla en tierra, regalándonos un cambio de manos precioso. Los primeros derechazos tuvieron temple, sitio y aguante. Insisto, todo con la muleta cogida casi al extremo bueno del estaquillador y pasándose al toro muy cerca. El resto de la faena se compuso de buenos muletazos por la derecha, (el único lado potable del burel), trincherillas, molinetes y pases de pecho de pitón a rabo, todos ellos con gusto y clase.

Sin aliviarse, y tratando de pasar y hacer las cosas bien, la joven torero logró una estocada de efectos al segundo viaje, suficiente colofón a una faena de mucha verdad, cabeza y entrega. La oreja fue lo de menos, pues salió a hombros como en los buenos tiempos: a petición de la gente y sin las costumbres heredadas de España, eso de que la famosa puerta grande la dan dos orejas o más.

Relatemos lo hecho por Manolo Mejía. En su primero la cosa había estado fatal, de hecho, los zafios bárbaros de Sol le pitaron hasta durante el brindis al cónclave. Pasemos pues por alto una labor descafeinada y olvidable con un toro muy similar al que luego Hilda le cortaría una oreja. Mas lo realmente bueno vino en el cuarto. Después de brindar al taurinísimo ex-rector de la Universidad Nacional Autónoma de México –la más antigua del continente y la más grande de América-, don Juan Ramón de la Fuente, Mejía se entretuvo en pegar naturales de trazo impecable, cambios de mano sensacionales, un muletazo de costadillo de cartel, trincherazos supremos y muletazos de la firma de figura del toreo. Ahora sí se perfiló en corto y mató como mandan los cánones. Dos orejas pidió la gente y dos orejas paseó feliz el torero de Tacuba.

Ruiz Manuel, ese buen torero de Almería, tuvo al santo de espaldas. Ninguno de sus dos enemigos tenía un pase. Y para colmo, los indocumentados de las alturas del graderío estaban especialmente xenófobos, así que le increparon y no le reconocieron el jugarse el pellejo ante dos toros de Autrique que deben hacer que el ganadero se ponga colorado de vergüenza.

Termino la crónica metiéndome en un tema que prefiero, en general, dejar pasar inadvertido: el de los picadores. El primer toro de Mejía ocasionó tres tumbos, pero ninguno provocado por la táurica fiereza ni por la manera de meter los riñones en el descomunal peto. No, resulta que había un badulaque rollizo luciendo el castoreño y el oro de los varilargueros. Así, el pobre caballo –el eterno mártir de la Fiesta- fue zarandeado una y otra vez, apaleado por los mozos de la cuadra, fustigado, etc. Me parece que ya es hora de que el público voltee la espalda cuando el varilarguero demuestre su debilidad mental, su pillería y su incapacidad para montar.