Gastón Ramírez Cuevas.- Quinta corrida de la temporada en la México. 4 de diciembre de 2011. Toros: Seis del Nuevo Colmenar, justos de presencia y débiles en conjunto. Los más toreables fueron el segundo y el cuarto, que se dejaron y tenían un poco de casta. Hubo un séptimo, un becerrito de regalo de la ganadería de Marrón para El Cid, mismo que fue pitado de continuo.
Toreros: Manolo Mejía, estocada trasera y baja en el segundo de la tarde: palmas al toro y silencio para el torero. En el cuarto mató de la misma manera: división al toro y otra vez silencio para el diestro.
Uriel Moreno “El Zapata”, estocada muy baja y trasera en el primero de su lote: oreja protestada. Al quinto le recetó un volapié fulminante y clásico: oreja merecidísima.
Manuel Jesús “El Cid”, confirmó la alternativa. Al que abrió plaza le despachó de estoconazo un pelín trasero: al tercio. En el sexto mató de estocada entera y descabello: silencio. Regaló uno, al que liquidó de pinchazo y entera: palmas.
El cartel prometía, la tarde fue generosa, sin viento y soleada, pero sólo se dieron cita en el coso máximo unos ocho mil aficionados de cepa, representantes de una especie en peligro de extinción. Venía a confirmar su alternativa un figurón español, el coleta de Salteras, Manuel Jesús Cid. Estaba también en el cartel El Zapata, el líder del escalafón mexicano, uno de los mejores toreros del país, por su poder y entrega. Sólo desmerecía Manolo Mejía, un gran torero al que se la han echado los años encima. Bueno, y de los toros todos teníamos serias dudas, pues el Nuevo Colmenar es eso, un enjambre ignoto.
La tarde fue memorable por lo que hizo el torero de Tlaxcala, Uriel Moreno. Al tercero de la ganadería saltillense le recibió con cuatro medias largas cambiadas (¡cambiadas de verdad!) de rodillas, al estilo de Gaona, es decir, mandando y templando. Al llevarle mimosamente al caballo, el bicho clavó los pitones en la arena y se arruinó para los restos. No obstante, El Zapata tomó los palos y nos regaló un segundo tercio inolvidable. Tomó los tres pares de palos y clavó uno Monumental muy en corto, uno al violín y uno sesgando por dentro. Se dice fácil, pero hay que tener temple y mucho aguante para poner los garapullos tan bien. Uriel todavía recortó al bicho antes de dar una clamorosa vuelta al anillo después de tan lucidos pares de jaras.
Con el trapo rojo, el torero más entregado de este México demostró que atesora también el temple lánguido y emocionante. Lástima que el del dichoso Nuevo Colmenar sólo tuvo tres o cuatro embestidas. Uriel no mató bien, hay que decirlo, pero la gente aperreó al juez hasta que soltó el pañuelo. La silbatina no se hizo esperar y Uriel se guardó el trofeo en el chaleco para dar la vuelta al ruedo entre los unánimes aplausos.
En el quinto, otro rumiante de escasísimas fuerzas, Zapata instrumentó un hermoso quite por mandiles en la mínima distancia. Volvió a coger los avivadores y llegó a superar lo hecho en su primero. El primer par de la serie fue nuevamente El Monumental, esa suerte que conlleva un giro, un quiebro, y el Par de Calafia. Pocas veces he visto tanta guapeza y tanto arte en un par de banderillas. En el segundo clavó al violín, como para que El Fandi enrojeciera de vergüenza, por la verdad con la que clavó los rehiletes. No contento con eso, Uriel repitió el sesgo por dentro, dejando este par en el miso sitio que todos los anteriores, en ese que mi padre equiparaba a un tostón (una pequeña moneda de 50 centavos): en el mero morrillo, en un diámetro mínimo. El cornúpeta bravuconeó y Zapata lo galleó y lo quebró hasta dejarlo en los medios; el público agradecido vociferaba de pie.
Vinieron a continuación momentos de emoción pura, en donde el Zapata ejecutó el pase epónimo de Antonio Campos “El Imposible”. Hubo cambiados de verdad y luego toreo terso, lento y grande por ambos pitones, pero el rumiante claudicó con prontitud y se sumió en el abismo de la falta de casta. Uriel Moreno se perfiló en corto y hundió el estoque como Paquiro, dulcemente, sin prisas, templando, en el mismito hoyo de las agujas. El toro cayó patas arriba, sin puntilla, evidenciando que la mejor muerte para cualquier ser vivo está en manos de un torero. Ahora sí, la oreja fue aclamada por tirios y troyanos. ¿Qué pasará cuando en La México le embista un burel al Zapata? Yo lo sé, el universo taurino cambiará de eje y volveremos a los tiempos de la verdad y el pundonor toreros.
El Cid demostró en su lote que cada vez torea con más clase. No le ayudaron ni el primero ni el segundo de los animalitos que sorteó, pero dejó momentos importantes tanto con el capote como con la sarga. Me quedo con los espléndidos derechazos que le pegó al que abrió plaza y con un recorte lagartijero para dejar frente al caballo al sexto.
Todavía no me explico qué necesidad tenía Manuel Jesús de regalar al octavo moruchito de la temporada. Algunos aficionados, más perspicaces que yo, dicen que vieron al empresario Herrerías obsequiándole magnánimo a la raspa que hizo séptimo; limpia temprana de corrales, que le llaman…
Ahí el triunfador de todas las plazas españolas tuvo que soportar las invectivas del respetable, los gritos de ¡novillero! y hasta alguna imprudente almohadilla. El Cid se fajó, trazó excelentes naturales, pero eso ni en una tienta de becerritas añojas hubiera tenido importancia.
Hablemos ahora del primer espada, del torero de Tacuba, de Manolito Mejía. ¿Qué podemos decir en su defensa? ¿Que medio se quedó quieto en sus dos faenas? ¿Que evitó los gritos de ¡toro, toro! con gran astucia? Creo que le tocaron en suerte los bovinos más potables de la corridita y que no estuvo a la altura. Trapazos iban, mantazos venían, y entre el toro y él cabía el proverbial ferrocarril. Hay momentos buenos para irse, y creo que a don Manuel se le está yendo el último tren a Clarksville.
Termino señalando que no se ordenó un minuto de aplausos para recordar la muerte del gran Diego Puerta. Otro petardo más de los impresentables mercaderes anti-taurinos que regentean la plaza más grande del mundo.