Gastón Ramírez Cuevas.- Toros: Siete de San José, mansos, sospechosos de pitones y sin casta alguna.
Uno de Jorge María, bravo. Otro de Santa María de Xalpa, encastado y difícil.
Toreros: Eulalio López “El Zotoluco”, entera baja y un golpe certero de descabello en su primero: silencio; en el cuarto, mató de varios de pinchazos y después de un aviso riguroso escuchó silencio. Regaló un séptimo, de Jorge María. Mató de buena entera y cortó una merecida oreja.
Enrique Ponce, al segundo lo pinchó una vez y luego le metió un espadazo trasero y bajo: salió al tercio. Al quinto bis, pues el titular fue regresado al corral por anovillado, débil y manso, le despachó de entera caída y un golpe con la corta, silencio. Le aguantaron los avisos más de cinco minutos en cada una de sus intervenciones.
Octavio García “El Payo”, media atravesada y tres cuartos en buen sitio para liquidar al tercero de la tarde: silencio. Al sexto lo mató de estoconazo y fue ovacionado. Al octavo, último del festejo, logró despenarlo de excelente estocada dando el pecho: dos orejas.
La mayoría de los de San José fueron abucheados. Los de regalo fueron ovacionados… Cosas veredes, Sancho.

Domingo 7 de noviembre del 2010
Primera corrida de la temporada grande de la Plaza de toros México

La plaza mayor del mundo registró hoy una entrada fenomenal, hubo casi unas 35 mil personas. No obstante, los siete primeros “toros” escogidos por el maestro Ponce, fueron una birria, un despropósito, una vergüenza. Usted no ha visto menos trapío, menos pitones y menos casta en años.

Zotoluco estuvo torero en el que abrió plaza. Le pegó una media de cartel y luego le muleteó con clase por el pitón derecho. Eulalio se esforzó y compuso siempre la figura, pasándose al soso de San José en la faja. Los molinetes y los cambios de mano por delante emocionaron a un público complicado, que ni siquiera le sacó al tercio por una labor encomiable.

En el segundo de su lote no había nada qué hacer. Era un bicho deslucido a más no poder. Por eso Eulalio regaló a uno de Jorge María, ganadería del hijo del empresario, un toro alegre, bravo y emotivo. Zotoluco se quedó quieto como los grandes y toreó superiormente al natural, mandando y templando. Mató con acierto e hizo que los cabales le otorgaran una merecida oreja.

De lo hecho por Ponce, más valdría poder guardar un respetuoso y muy generoso silencio, pero no sería lo adecuado. Con su primero, un toro soso, débil y fácil, muy castigado en varas, el maestro Enrique llegó hasta la poncina, un espectáculo que ningún aficionado debe contemplar.

Luego le pitaron a la cáncana que nos enjaretó en quinto lugar. Tanto es así que fue devuelta a los corrales. No contento con eso, y pensando que al público se le engaña una vez sí y otra también, nos endilgó una raspa de su actual ganadería favorita mexicana, la titular. Ahí Ponce se desmelenó y trató de sacar conejos de chisteras inexistentes. En la arena triste quedaron las pruebas fehacientes del pundonor y la maestría. Los pitos del respetable cuando abandonaba el coso el coleta de Valencia, lo dicen todo.

Octavio García “El Payo”, fue el que salvó la tarde con su corazón, su hambre y su valor. No pudo hacer nada más que arrimarse en los dos de su lote inicial, dejando patentes sus buenas maneras y su toreo de quietud y cercanías.

Pero regaló a un cornúpeta serio, con pitones y complicado. Lo recibió con parones dignos de figuras como el maestro Litri, luego llevó el toro al caballo con chicuelinas andantes suavísimas. A continuación le pegó dos péndulos de ponerle los pelos de punta al más pintado, en los meros medios. Porque El Payo aguanta y no se mueve nada, el morlaco se lo echó al lomo al intentar torearlo en redondo y le pisoteó con saña. Regresó de la enfermería a la refriega y volvió a cambiárselo por la espalda, algo que sólo hacen los toreros buenos. Casi desmayado y con las piernas de trapo, Octavio mató a ley. ¿De qué están hechos los toreros? Dos orejas fueron el premio indiscutible para un coleta joven, pundonoroso y artista.

No sé, quizá en este cartel inaugural sobraban algunos nombres y una ganadería. Vuelvo a acordarme de don Fernando Claramunt López. Dice, citando al veterano maestro Domingo Ortega: “mis aplausos no se los lleva nadie”. Eso debe haber pensado El Payo.
 

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