José Luis López.- Un día más, 22 de Octubre de 2.009, esto es lo que era esta fecha antes de comenzar a leer el ABC de ese jueves por la mañana; sólo un día más. Pero al pasar mi vista por el escrito, se encendió en mi mente esa luz que te pone en alerta y que te hace volver atrás para leer el ultimo párrafo mas detenidamente, ¡Ojo! esta fecha no es como las demás, un segundo después, supe por qué era diferente.

Nueve años sin Curro en La Maestranza, sin su toreo, sin la incertidumbre de no saber si estará en el cartel del próximo Domingo de Resurrección.

Nueve años sin Curro. Recuerdo como si fuera hoy mismo aquel 22 de Octubre de hace nueve años.

Sobre las diez y veinte de la noche, me llamó mi amigo Javier Domínguez, algo nervioso, y me sobresaltó con la noticia “conecta con Radio Nacional, que Curro se va del toreo”, así lo hice y pude escuchar la voz del torero, trémula y quebrada que lo confirmaba.

Apagué la radio y me puse a llamar a otros amigos. Teléfono, fax, correos electrónicos y más tarde, al fin, silencios. Desde ese mismo momento supe, que sin ser “currista”, mi afición a los toros no iba a ser igual. Curiosamente, y a pesar de que la historia de Curro esta jalonada de triunfos y fracasos, de claros y obscuros, de luces y sombras, sólo me podía acordar de los triunfos como el de la tarde del 29 de Abril de 1965, con los “Benítez Cubero” en Sevilla, junto a Puerta y Camino. ¡Los fracasos se borraron! Los claros, como la inolvidable encerrona con los seis toros de Urquijo en La Maestranza en 1966. ¡Los obscuros se borraron! Las luces, como la corrida del 18 de Mayo del 2000, en la que nos emborrachó a todos con su toreo, cortándole un rabo al cuarto Juanpedro de la tarde en la Feria del Caballo jerezana. ¡Las sombras se borraron!

Y en medio de tantos recuerdos, de pronto pensé en “ella” Sabría ya la noticia? ¿Qué estaría pensando? ¿Tendría, como yo, sólo recuerdos buenos? Sin pensarlo dos veces me fui a verla, fue un impulso, pero ¿por qué? Si yo nunca fui “currista”, aunque me emocionara con una sola verónica suya, aunque me hiciera soñar con el toreo de verdad, con el de siempre, cuando le veía acariciar el capote y la muleta, un capote y una muleta que en sus muñecas parecían mariposas dibujando vuelos de aromas imposibles de describir. Pero nunca fui currista.

Fui a buscarla. Paseando por las calles Adriano y Antonia Díaz, pasé por Iris (cuántos sentimientos, miedos e ilusiones habrá presenciado esta calle tan torera) y cuando desemboqué en el Paseo de Colon, me di de cara con “ella” ¡Allí estaba! Bonita como ella sola, pero seria. Con el empaque y majeza de la mujer sevillana, pero seria. Con el embrujo y los duendes de Sevilla, pero seria. Me di cuenta que ya lo sabía todo, es posible que el mismo Curro se lo hubiese hecho saber antes que a nadie, es posible, pero lo sabia.

¡Quise decirle tantas cosas…! pero no pude, pues al levantar la cabeza y mirarla en toda su grandiosidad, vi como dos lagrimas caían de sus hermosos rosetones y resbalaban hasta el Guadalquivir, poco a poco, muy lentamente, tan lentas como era el toreo del Curro Romero.

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