El columnista, escritor y académico Arturo Pérez-Reverte ha pronunciado el pregón de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, que supone el pistoletazo de salida para la temporada taurina sevillana.

El pregonero fue presentado por el periodista Carlos Herrera, quien comparó las hazañas de Antonio Reverte, torero decimonónico de leyenda, y la trayectoria profesional de Arturo Pérez-Reverte, del que dijo que «siempre ha sido un insolente amigo de la independencia que es capaz de enfrentarse al conocido hierro de los mediocres».

Pérez-Reverte comparó el duro trago del encargo del pregón con «estar casado con una duquesa» pues en ambos casos «el honor es mayor que el placer». Expresó su profunda identificación con Sevilla, una ciudad de la que confesó estar «loca, perdidamente enamorado», y señaló que de toros sabe «muy poco, lo justo». «De lo único que sé es de lo que sabe cualquiera que se fije: de animales bravos, de temple y de hombres valientes», apostilló.

Tras recordar sus primeros contactos infantiles con los toros, de la mano de su abuelo, en unos tiempos en los que «lo políticamente correcto estaba tan lejos como la luna» y «los psicoterapeutas, psicopedagogos y psicodemagogos todavía no se habían hecho amos de la educación infantil», Pérez Reverte señaló que aquel niño aprendió en las plazas de toros «algunas cosas útiles sobre la vida y la muerte, sobre el coraje y la cobardía, sobre la dignidad del hombre que se arriesga y la del animal que lucha hasta la muerte».

En una comparación con su etapa de corresponsal de guerra, señaló que «las reglas, descubrí con asombro, eran las mismas. Las mismas palabras: dignidad, coraje, resignación, vida y muerte».

El autor mostró su repulsa por algunas fiestas taurinas como el toro de la Vega de Tordesillas «en las que un animal indefenso es torturado hasta la muerte por la chusma que se ceba en él».

Pérez-Reverte fue rotundo al afirmar que «los toros no nacen para morir así» y recalcó que «un toro nace para morir matando, si puede».

Ahí comenzó su más encendido canto a la fiesta de los toros, al explicar que un toro «nace para pelear con la fuerza de su casta y su bravura, dando a todos, incluso a aquel que lo mata, una lección de vida y de coraje».

Reflexionó sobre la muerte y opinó que «si no jugase la partida de modo equitativo, parejo, nada de esto tendría sentido y el espectáculo taurino sería sólo eso: un espectáculo».

El pregonero también hizo una sincera y férrea defensa del animal bravo: «Me gustan los toros bravos hasta la muerte y los toreros tranquilos, lentos, callados y valientes que se les arriman», y en ese sentido aludió al indulto de un gran toro protagonizado por Enrique Ponce en la plaza de Burgos, que le produjo una intensa emoción: «Me quedé allí en la barrera, inmóvil, callado, bebiéndome la escena con los ojos».

Pérez-Reverte también refirió que cuando Vigo Mortensen vino a España a preparar su personaje en la película ‘El capitán Alatriste’ mantuvo varias conversaciones con su autor en las que éste le refirió que «lo único que en la España actual tenía algo que ver con un espadachín del siglo XVIII es un torero.

El pregón fue discreto de forma y poco sevillano. El público llenó el Lope de Vega, pero salió defraudado.