Espartaco_hombrosDR_ArjonaLuis Carlos Peris.- Todavía con los adentros encogidos por la sobredosis de emotividad vivida en el primer templo a Tauro quiero incidir en la comunión que se produjo entre Sevilla y uno de sus toreros. Desde el paseíllo al paseo en volandas de compañeros y de aficionados, sin que hicieran falta cargadores profesionales, la tarde de apertura de la temporada fue un acto de adhesión inquebrantable al toreo en general y muy en particular a un torero que se va como todos los del escalafón desearían irse en su día. Y en el corazón de la sensibilidad, la autenticidad de Juan Antonio Espartaco delante de la cara del toro y, sobre todo, la clarividencia intacta que fue la virtud que lo encumbró para combinarla con la solera que da el paso del tiempo. Todo salió a la perfección, como perfecto fue el comportamiento de Sevilla a sabiendas de lo que el torero esa tarde le entregaba.

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