Ronda fue escenario de la LII corrida Goyesca, festejo que acabó con el triunfo de Manzanares y Perera en una mala corrida de Garcigrande.

Domingo Hernández / Rivera Ordóñez, José María Manzanares y Miguel ángel Perera

Ganadería: cinco toros de Domingo Hernández y uno, tercero, de Garcigrande, justos de presencia, flojos y descastados. El cuarto, manso. El quinto, noble y de poca casta, premiado por el palco con al vuelta al ruedo. Descastado y rajado, el sexto. Se lidió como séptimo un sobrero de Domingo Hernández, brusco y complicado, pedido por Rivera Ordóñez. El tercio de varas quedó totalmente suprimido en algunos toros.

Rivera Ordóñez: pinchazo, atravesada y descabello (silencio) y media perpendicular y descabello (palmas). en el sobrero, baja y trasera (una oreja).
Manzanares: estocada trasera y tendida (una oreja) y pinchazo y estocada caída (dos orejas).
Miguel ángel Perera: estocada trasera y tendida (dos orejas) y estocada desprendida (una oreja).

Plaza de Ronda, 6 de septiembre de 2008. LII corrida Goyesca. Lleno sin apreturas.

Carlos Crivell.- Ronda

La caída de Cayetano restó animación a una corrida diferente por su ambiente y contenido. Y no es porque el cartel ofrecido fuera menor, todo lo contrario, pero para el glamour que acompaña a este festejo fue un duro golpe. Fue una Goyesca menor en ambiente y apreturas, que incluso se pudo apreciar en la entrada al hermoso coso de piedra. La plaza se llenó sin agobios, faltaron los apretones de otras ocasiones e incluso el famoseo, consustancial a la Goyesca, brilló por su ausencia. Fue un famoseo menor.

El ganado estuvo a punto de frustrar esta Goyesca. Se ha dicho hasta la saciedad que hasta Ronda se acude en preregrinación para ver torear bien, pero el toreo bueno debe hacerse con toros de calidad. De entrada, siempre es bueno exigir que salgan toros, pero el conjunto de los de Domingo Hernández fue de ínfina calidad en cuanto a lo que debe exigirse al granado bravo. Es verdad que lo primero es la presentación, y que este género fue apropiado a lo que es este tipo de festejos, no se olvide que Ronda es plaza de tercera, pero el comportamiento fue bastante penoso. Casi todos fueron muy flojos, la casta estuvo ausente y el tercio de varas no existió. El caso del tercero fue muy expresivo: ni sangre se le hizo en su entrada al caballo. Los picadores podían haberse quedado en casa. Para colmo, el complaciente presidende autorizó los cambios con tres banderillas y la lidia quedó casi en la nada.

En lo taurino, la tarde estuvo dominada por la pareja que está en mejor momento en esta temporada: Manzanares y Perera. Frente a reses de embestidas cansinas, pastueñas y nada agresivas, ambos se subieron en el carro del triunfo para deleitar al personal. Ambos anduvieron a gorrazos con la corrida, hasta e punto que más parecía aquello un tentadero Goyesco que una verdadera corrida de toros.

Manzanares se enfrentó en primer lugar a un toro nobilísimo por el lado derecho. El de Alicante lo bordó con su estilo característico. Los muletazos tenían una enorme plasticidad, buen gusto y empaque. La muñeca de Manzanares marcó el camino del astado, mientras el gesto de su cuerpo era una escultura al arte del toreo. No fue lo mismo por el lado izquierdo, lado de menor recorrido del toro salmantino.

Todo esto quedó superado en el quinto. Ahora la Goyesca tenía un sentido, el que recuerda que en Ronda se supeditan muchas cosas simplemente por ver torear bien. La faena de Manzanares al quinto fue un monumento al arte de torear. como si estuviera a solas en el campo, o en el patio de su casa; todo lo realizado por el torero ante otro animal muy noble fue sencillamente genial. Se puede torear mejor, pero no se puede hacerse el toreo más despacio ni contarlo con tanta expresión del gesto. Cada pase fue una obra de arte en sí mismo; el conjunto fue una borrachera de toreo artista. Tan buena fue su labor que el toro, descastado y simplemente noble, fue premiado con una vuelta al ruedo que al buen aficionado le produjo sonrojo. No cabe mayor incompetencia presidencial. Siempre quedará el recuerdo de la cadencia y el compás de unos muletazos bellísimos instrumentados por un inspirado Manzanares.

Miguel ángel Perera le cortó dos orejas al tercero por una faena a un toro inexistente. Fue lo que algunos llaman inventarse un toro. Perera, pletórico de sitio y valor, se colocó de forma perfecta para ligar pases a un toro que salía del encuentro mirando al torero. Templó por ambos pitones mientras el de Garcigrande medio se movió, para acabar metido entre los pitones. Un prodigio de valor y seguridad.

El sexto tampoco fue toro encastado. Sólo se puede cantar su bondad, que en manos de Perera fue definitivo para que el extremeño compusiera una faena que tuvo su epicentro en la forma de tapar al animal para que sólo encontrara la muleta en su horizonte. Perera se entretuvo en dar una gran cantidad de pases de distinta factura, aunque siempre firme, valiente y con ligazón. Al final, su clásico arrimón que es el punto definitivo para el entusiasmo
popular. El toro acabó rajado, posiblemente asustado de ver tan cerca a Perera.

Mala suerte para Rivera Ordóñez. El que abrió plaza quedó lastimado de una mano después del tercio de banderillas que protagonizó el propio matador. Lanceó bien a este toro de salida y colocó tres pares correctos. En el tercero, al quiebro, el animal quedó casi inutilizado. Rivera no pudo hacerle faena.

El cuarto fue manso entablerado. El tercio de banderillas fue muy laborioso. Francisco Rivera se las puso con dignidad y se encontró frente a un manso complicado de medio recorrido. El hijo de Paquirri se afanó por torearlo, pero era una misión imposible.

Pidió el sobrero Rivera Ordóñez, lo que le fue concedido por el presidente. No puso ahora las banderillas y le echó valor Joselito Gutiérrez. El toro fue brusco, se quedó a medio camino en los muletazos de Rivera que aunque lo templó no pudo brillar. Lo citó con la voz y las zapatillas en un esfuerzo que finalizó con un espadazo bajo. Se lelvó una oreja de consolación.

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