Decepcionante comienzo de temporada en Sevilla con un mal encierro de Zalduendo y sólo voluntad en la terna. Salvo algunos aplausos para Manzanares en el sexto, el resto del festejo fue de silencio.

Toros de Zalduendo. Correctos de presentación, aunque de muy desiguales hechuras. En general fue una corrida basta y mal hecha. Mansos, sosos y sin calidad en ninguno de los tercios de la lidia, Se salvó algo el sexto.

Morante de la Puebla: silencio tras aviso (tres pinchazos, media estocada atravesada y dos descabellos) y silencio (tres pinchazos y media estocada).

El Cid: silencio (estocada) y silenco (pinchazo y estocada caída).

José María Manzanares: silencio (estocada y descabello) y palmas (estocada caída y descabello).

Real Maestranza de Sevilla. No hay billetes. Saludó Curro Javier en banderillas y estuvo bien Juan José Trujillo.

CARLOS CRIVELL / Sevilla

La temporada comenzó en la Maestranza con una corrida decepcionante. Nada nuevo bajo el sol. Día hermoso en Sevilla, ilusión a raudales camino de la plaza y seis de Zalduendo en los chiqueros. Seis toros, no; seis mulos. Y los mulos no embisten a los engaños. De momento, lo que embiste es el toro barvo y encastado, todo lo contrario de los afamados toros que cría Fernando Domecq.

Algún toro estaba marcado con un número mayor de doscientos. Tantos toros tiene el ganadero en la dehesa y elige para la Maestranza un lote impresentable por sus hechuras. Una cosa es la presentación en cuanto a trapío y otra distinta la morfología que permite que un toro embista de verdad.
Los zalduendos eran bastos, sin cuello, altos y hechos cuesta arriba. Así no es fácil que salga un toro con bravura y clase. Doscientos toros herrados con el guarismo cinco, para este soberano fracaso en la Maestranza.

El toro que abrió plaza, primero del año en Sevilla, parecía salido del cartel de Salinas. Toro basto y acochinado, sin cuello, casi un búfalo. Mal asunto. Si el cartel de cada temporada es un presagio de lo que será el año, como ya se confirmó con el de Barceló, este toro de feas hechuras que pregona el año en curso sólo puede ser el anuncio de tardes de escaso contenido.

El público de la Maestranza aguantó educado, en silencio muy maestrante, el petardo ganadero, naturalmente con las actuaciones simplemente voluntariosas de la terna. Estuvo incluso cariñoso, sobre todo con Morante, a quien le cantó los detalles que pudo dejar el de La Puebla con una entrega exagerada. Fue el típico público silencioso de Sevilla que lo aguanta todo, capaz de ver la lidia de seis simulacros de toros sin levantar la voz de la protesta. Y, en el caso de Morante, fue un público dispuesto a cantar lo que hiciera el artista.

Rebuscar en una corrida tan mala para encontrar algo destacado es una tarea ardua. Morante de la Puebla no dejó ni un lance estimable en toda la tarde. La corrida estuvo carente de quites, salvo uno de El Cid al que abrió plaza. El comienzo de la faena al citado primero fue jaleado por los tendidos en una manifestación de empuje a un torero que Sevilla está deseando adoptar de forma definitiva. Algunos pases con la derecha fueron más corajudos que brillantes. Se podía comprobar el tesón del diestro, aunque lo que tenía por delante, manso total, cada vez estaba más cerca de las tablas de la solanera y no quería embestir por abajo. Esta faena de entrega sin lucimiento se emborronó con un desastroso uso de la espada.

Morante mató mal a sus dos toros. Al cuarto, cuando la tarde iba ya irremediablemente encaminada al desastre, Morante apenas le pudo dar dos pases por la izquierda. El de Zalduendo le tiró algún gañafón con la cara alta y el artista abrevió en pases por bajo. Sevilla sigue esperando a este torero.

El Cid frente a toros tan miserables no es El Cid; no es el torero dominador, poderoso, templado, largo, hondo y profundo que todos conocemos. El primero de su lote cabeceó siempre y así es imposible lucir los muletazos. El de Salteras lo mató muy bien de una estocada de las que hubiera necesitado otras tardes de mayor brillo.
El quinto pregonó su falta de raza y clase de salida. Le lanzó dos coces al burladero después de salir al ruedo a pasito lento. El Cid le planteó faena por la izquierda, se esforzó en una labor cansina, reiterada, llena de afanes y carente de calidad torera. Cuando un torero curtido en mil batallas, siempre victorioso, se ve tan abatido frente a un toro de los llamados comerciales, se entiende que lo primero en la fiesta es el toro de verdad. El Cid no tiene necesidad de lidiar estar corridas huecas y descastadas, porque entonces su capacidad queda anulada.

Manzanares tiene un duro compromiso en Sevilla con cuatro corridas de toros en la Feria. La primera ha sido un festejo en blanco.
El torero alicantino se enfrentó primero a un manso de tomo y lomo. El animal se marchó a los terrenos de sol y allí le plantó la pelea. Cuando el animal se vio sometido, se negó a seguir embistiendo. Las faena de pases sin ligar no tiene ningún eco en las plazas. Cuando embistió, el toro era una enciclopedia de sosería. Lo mató de una estocada y a esperar al sexto.

Fue un toro de mejores hechuras, más armónico, más rematado y reunido. Debía ser el toro de la corrida, pero ayer nada podía salir bien. Asentó sus patas sobre el albero y nunca regaló dos arrancadas a su matador. Manzanares le bajó la mano, quiso llevarlo largo, le citó con la voz; todo fue imposible. Quedaba matarlo y lo hizo pronto.

Y así acabó una tarde de lujo frustrada por un encierro sin presencia e indigno de ser lidiado en la Maestranza en un Domingo de Resurrección. Era una tarde de estrenos. Nuevas gradas, megafonía oculta, albero renovado y lonas guardadas. Se estrenó el año y es como si todo siguiera igual. Este Domingo de Resurrección ya lo hemos vivido otras veces. La misma ilusión ante una corrida muy esperada y la misma decepción ante en fracaso de una tarde que fue muriendo por el mal juego de los toros.

Queda toda la Feria por delante, llegarán otras divisas, muchos matadores por hacer el paseíllo, pero la primera ha sido un soberano suplicio para el aficionado.

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