La primera de San Miguel de Sevilla resultó un fracaso de toros y , en parte, de toreros, que mostraron una imagen de escasa variedad y pocas posibilidades de superar a un encierro pésimo de Pereda. Lluvia, mansos y seis silencios.

Plaza de toros de Sevilla. 1ª de San Miguel. Media plaza. Seis toros de José Luis Pereda, el 1ª como sobrero por uno de La Dehesilla inválido, desiguales de presencia y de mal juego por falta de casta y clase. Saludó en banderilla José María Soler. Actuó de sobresaliente Fernández Pineda.

Antonio Nazaré, verde manzana y oro, silencio, silencio y silencio.

Jiménez Fortes, azul marino y oro, silencio tras aviso, silencio y silencio.

Carlos Crivell.- Sevilla

Con la noche cerrada, la plaza casi abandonada, la lluvia caladera como dueña y señora del ambiente, la imagen de Jiménez Fortes tratando de enjaretar muletazos a un animal castaño, más bien un fardo pesado sin alma ni vida, todo era un tratado de lo que no es una corrida de toros. Es cierto que en peores plazas hemos toreado, es decir, que en condiciones más infames ha triunfado la fiesta con faenas para la historia. Es verdad, pero a esas horas la corrida que abría San Miguel era un soponcio sin solución.

El malagueño Jiménez Fortes comenzó su tercera faena con la esperanza de haber comprobado que este toro tenía más recorrido y el viaje más largo. Al valiente Fortes no se le podía exigir mucho más. Se fue tres veces a la puerta de toriles, quitó en su turno, se arrimó, sufrió una voltereta incruenta, en fin, que había sido fiel toda la corrida a su estilo bien conocido.

Tres estatuarios y la muleta en la derecha para dibujar algún muletazo de trazo largo. A la segunda tanda el de Pereda echó el freno de mano y levantó la cara a la mitad del muletazo. Todos los de Pereda fueron iguales. Poca casta y mínima calidad. Así las cosas, a Fortes no le quedó otra que volver a ponerse cerca. Era la imagen descrita al principio. Media plaza había huido ante la lluvia, que aunque anunciada había cogido a muchos limpios de paraguas y chubasquero. Fortes se puso a pinchar y casi se queda solo en la plaza.

El llamado Saúl Jiménez es un caudal desbocado de posibilidades mal encauzadas. Quien lo apodere en el futuro tiene que organizar tanto valor y debe poner cordura en un talante digno de encomio, pero que cuando no está centrado le ocasiona momentos tan desagradables como el sucedido en el primero de su lote.
Ese toro de Pereda lidiado como segundo del festejo era una mole de carne sin pitones. Los veterinarios fueron sin gafas al reconocimiento. No fue solo este segundo, la corrida en general estuvo en el límite admisible de la presentación. Esa mole tuvo tanto volumen como falta de casta. La lidia de Carretero fue un bálsamo. Tres tandas con la derecha sin poder ligar los pases regaló Fortes. El toro claudicó sin fuerzas ni clase, parado, hundido, para que el torero alargara su labor de forma absurda, hasta el punto de provocar algunas protestas del tendido. El torero no era en ese momento un prodigio de inteligencia, pero no parece razonable pitar a quien está en la cara del toro.

En el segundo de su lote fue atropellado en un trance que ya parece que lo hemos vivido en otros momentos. Se queda quieto, ahoga los toros, a veces reacciona tarde y llega la voltereta. No pasó nada y siguió allí, valiente y firme, para justificar su entrega y su contrato.

El primero de la tarde se fue a los corrales por inválido. El mismo camino pudieron seguir algunos de sus hermanos. El sobrero fue una prenda de malas intenciones y aspereza. Antonio Nazaré, que se fue dos veces a portagayola, con el titular y con el sobrero, estuvo esforzado y tesonero con un toro malo sin ninguna virtud. Acabó el animal huyendo de todo lidiador que anduviera en su cercanía.

El segundo de su lote no humilló nunca. Nazaré dibujó buenos muletazos en el comienzo que acabaron deslucidos ante su desclasada condición, otro animal muy justito de presencia. La vista gorda ya no se usa solo para las figuras. Ese astado, sin embargo, tenía un punto de nobleza, de forma que la labor muy larga del torero nazareno se quedó a medio camino. Al final se pasó de faena. Quería exprimir el limón, pero ya era imposible. No había limón.

La lluvia se hizo presente con descaro en el quinto. El toro, para no dejar en mal lugar a los que llegaron en el mismo viaje desde la finca, echó la acara arriba y a Nazaré apenas le quedó otra que hacer un esfuerzo, aunque ahora el semblante del torero mostraba un cierto cansancio, producto de la desilusión de quien había centrado muchas esperanzas en este festejo del otoño sevillano, fundamental para seguir en la lucha. No pudo ser. No hubo toros, pero me parece que no fue el mismo Nazaré.

De la corrida de Pereda ya queda dicho casi todo. Menos bravura y calidad en las embestidas, hubo casi de todo. Mansedumbre en unos, falta de fuerzas en otros, la capacidad para humillar casi perdida, es decir, una mala corrida de toros, que además tuvo el agravante ya contado de una presentación desigual y en el límite. La cara del segundo, lavado, no se apreciaba hace muchos años en la Maestranza en una corrida de toros. Hubo cosas buenas. Los pares de banderillas y los capotazos de José María Soler, los de Carretero y un puyazo de Tito Sandoval. Muy poca cosa para una corrida de toros. La gente huyó despavorida antes de que Fortes atronara al sexto. No cabía otra. Era noche para leche caliente y pastillas para el catarro.
 

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